El paisaje urbano rosarino puede ofrecer distintas perspectivas. Las más bellas para el canon estético seguramente se hallarán en las cercanías del río Paraná, en las cúpulas de algún edificio de arquitectura antigua o caminando por algún parque de los que hay y muchos en la ciudad.

Pero sin duda una de las imágenes menos atractivas, y vaya que fastidian a los rosarinos, se da cuando se baja la mirada para ver el estado de algunas veredas o cuando, para ingrata sorpresa del transeúnte, se tropieza por alguna baldosa rota o directamente ausente.

No se puede negar que el Ejecutivo municipal realiza obra pública (la discusión puede pasar por los lugares elegidos o la licitación de los contratos) y no sólo en años electorales. Pero tampoco puede correrse la vista a un lado de la cantidad de cuadras que reflejan esta situación.

Ya sea por un trabajo de empresas de servicios no culminados, porque las raíces de los árboles brotan sin más a la superficie, o por la razón que pudiera alegarse, la cobertura de estos desperfectos es un reclamo habitual de vecinos.

Al menos así pudo comprobarlo Conclusión en una recorrida por el micro y macrocentro, e incluso también por algunos barrios de Rosario.