Por Florencia Vizzi

¿Cuáles son las chances de tomarse un taxi en Rosario y encontrar que el conductor es un rescatista que recorrió el mundo y sobrevivió a guerras y catástrofes? Pues, las hay.

Uno puede subir a algunos de los coches del servicio público de pasajeros  y encontrar a Carlos Ghisaura, bombero voluntario, rescatista, apicultor, cheff y escritor aficionado. Y ser transportado, por el tiempo que dure el viaje, a algún lejano rincón del mundo donde ejerció de rescatista en colaboración con «Médicos Sin Fronteras», y plantó la semilla de la incipiente «Rescatistas sin fronteras», que nació con 6 integrantes y hoy agrupa a más de 200 personas de diversas nacionalidades que colaboran en zonas de conflictos y desastres.

ghisaura3«Capricornio, tierra, agua y barro.Nacido el 30 de diciembre y con una vida muy dura desde chico», se define Ghisaura cuando se dispone a contar su historia.

Carlos Ghisaura nació en Mendoza, en un campamento de Agua y Enegía, ubicado en la ruta vieja, camino a Cacheuta. Abandonado por su madre y su padre, a quién conoció cuando ya cumplía los 40, se crió con su tíos y primos en Córdoba.

«Todo tiene una razón de ser, creo que ese dolor vivido en la infancia es uno de la razones por las que elegí hacer lo que hago», confiesa, mientras da cuenta de los muchos lugres que recorrió desde que se decidió a formar el grupo de rescatistas solidarios. Irak, , Israel, Nueva Orleans, Somalía, Kenya, son tan sólo algunos de los sitios en los que se internó intentando llevar ayuda y consuelo ante tanta guerra y tanta muerte.

¿Cómo comenzó esta historia?

— Me crié con mis tíos. Me fueron a buscar cuando tenía tres o cuatro años y me llevaron a vivir con ellos a Córdoba. Cuando tenía 12 años escuché, por primera vez, la sirena de un autobomba. Eso me cambió la vida. Le pedí por favor a mi tío que me llevara a un cuartel de bomberos para ver uno de esos camiones de cerca. Y así fue, me llevó, y ese día, algo entro mío comenzó a crecer. Al poco tiempo me instalé en el cuartel, como una especie de «mascota». Iba, colaboraba con todo lo que podía y en lo que me dejaban. Y años después, finalmente, conseguí convertirme en bombero. Me di cuenta que podía dar mi  vida para ayudar a otros y eso me llenó el alma. Ayudar es algo maravilloso… Con el tiempo empecé a viajar y siempre, fuera donde fuera, me contactaba con los distintos cuarteles de bomberos de diferentes lugares. Así fui conociendo bomberos de todo el mundo, colaboraba en otros cuarteles y aprovechaba para tomar cursos: rescatismo, montañismo, incendios forestales, paracaidismo… Y así se me fue ocurriendo esta idea, que nació de mis dos pasiones, ser bombero y viajar. Estuve unos años en Nueva York, trabajando como cheff y cuando volví al país decidí ponerme en contacto con colegas para tratar de armar una agrupación o brigada. Yo ya había hecho conexiones con Médicos sin Fronteras, tenía amigos entre ellos y habíamos hablado de este tema, de sumarnos a colaborar como rescatistas.  Y ahí empezó todo, empezamos a intercambiar ideas y se nos ocurrió hacer un grupo de rescate sin fronteras.

—¿Y cómo dieron los primeros pasos?

—De los primeros que convoqué quedamos seis. Armamos un grupo, activamos los contactos y empezamos a viajar. Me comuniqué con Médicos sin Fronteras, nos pusimos de acuerdo en algunos destinos, y también en necesidades. Hicimos una primer escala en Colombia, tomamos varios cursos, y en el año 1981 llegamos a Israel. Ese fue el primer lugar dónde empezamos a colaborar como Rescatistas sin Fronteras. A partir de allí y hasta ahora, que por cuestiones de salud tuve que pegar la vuelta y alejarme un poco, he estado viajando por el mundo con mis compañeros tratando de ayudar dónde se necesita.

—¿Qué necesita aprender y saber una persona para ser rescatista sin fronteras?.

—De todo.  Hay buceo, paracaídismo, trabajar en alturas y en la nieve, resucitación, primero auxilios y básicos conocimientos médicos, logística, meteorología, que es muy  importante. La logística también es muy importante, saber organizar campamentos, zonas de enfermería, reparto de comida, reparto de medicamentos. Saber reconocer las prioridades y urgencias, saber decir que no, eso es lo más difícil.

¿Podés nombrarme alguno de esos destinos en los que estuviste trabajando?

—Israel, Irak, Irán, Somalía, Hatití, … Nueva Orleans, Colombia, las Torres Gemelas…  me ha tocado recoger cuerpos mutilados, personas en trozos, a veces es muy duro convivir con la tragedia a diario. Las primeras experiencias fueron muy duras… Después estuve 12 años en África, el Congo, Somalía, Nueva Guínea, Kenya. También estuve un tiempo largo en África del Sur viviendo con los zulúes. Ellos me salvaron la vida.

—¿Cómo fue eso?ghisaura1

—Estando allí, me mordió una mamba negra. Es una picadura mortal y no había casi ninguna chance de  salvarme. Estuve 25 días en estado crítico, varios días inconsciente. De lo que recuerdo de esos días es que tenía las manos y las piernas todas hinchadas, y casi no podía ver porque tenía muy inflamados los ojos. Recuerdo que me daban de tomar unos preparados inmundos, que no se lo que eran… pero se ve que eran buenos porque después comencé a reponerme, y poco a poco me puse bien. Así que cuando sané,  me quedé viviendo con ellos casi un año y medio. Y fue una experiencia que me cambió completamente.

—¿De todos los lugares en los que colaboraste, cuál fue el que más te impactó?

—Creo que tendría que decir Somalía…Es tremendo ver cuanta muerte, abandono, hambre y desolación puede haber en un sólo lugar. Allí el futuro no existe, la gente, los chicos, sólo piensan en escapar del hambre y la muerte… También estuve en Irak e Irán en plena guerra, y eso ha sido tremendo, pero nunca vi algo como Somalía. Además, hay muchos huérfanos en África. Ese es un problema inmenso dentro de la población africana, el sida hace estragos y otras pestes también.  Hay zonas en las que se montan hospitales y los niños de los que pasan por allí van quedando. Así que se organizan padrinazgos para algunos grupos, gente que quiera y pueda cuidar de esos chicos… Entonces, durante seis meses lo hice, me convertí en padrino de un grupo de 25 chicos. Eso fue una experiencia increíble. Me compré un lector, un aparato que traduce a medida que vas hablando y así también fui conociendo mejor el idioma. Y durante un tiempo compartí con los chicos, los cuidé, les enseñé cosas. Fue como tener una familia gigante. Después tuve que irme porque el grupo se iba moviendo a otros destinos.

—¿Cómo es el día a día en una zona de guerra y trabajar allí?

—El día a día en esos sitios es vivir en casas o lugares destruidos, entre escombros,  esperando que, en cualquier momento, caiga una bomba  o explote algo, básicamente. Te la pasas corriendo con las camillas de un lado a otro, tratando de que lo que uno hace sirva para salvar vidas. Para pasar de una zona a otra, el tiempo que estás en tránsito,  te agarran los militares o los guerrilleros, y todo se vuelve una locura.Te gritan, te apuntan con las armas,  a veces te gatillan… la vida no vale nada en esos lugares.

—¿Cuál es el lugar del que te enamoraste y al que volverías sin pensarlo?

—A África del Sur, sin dudas,  donde conviví con los zulúes. Volvería allí … no sólo me salvaron la vida sino que aprendí muchísimo de ellos. Así que creo que ese es el lugar dónde volvería y esa la gente con la que viviría.

ghisaura2—Dedicaste casi toda tu vida a ayudar, ¿por qué elegiste ese camino y qué te dejó?

—Dediqué mi vida a ayudar porque mis padres me abandonaron y sufrí mucho por ello, pero hubo gente que me rescató y que me ayudó mucho. Entonces aprendí que ayudar a los demás es maravilloso, en cualquier parte del mundo, el bombero voluntario está dispuesto a dar la vida a cambio de nada, eso es algo único. ¿Qué me dejó? Me dejó sabiduría y emociones. Antes no lloraba por nada, ahora me emociono y lloro por todo. Hoy soy lo que soy gracias a toda la gente que pudimos ayudar con mis compañeros.