Después de cada clásico rosarino hay que dar cuenta de dos resultados aunque el desarrollo del partido sólo admita uno.

Dentro de la cancha, Central le ganó 2 a 0 a Newell’s y como naturalmente sucede, esta circunstancia trae sus lógicas consecuencias.

La posible renuncia del técnico leproso, Gustavo Raggio, debería ser una de las más importantes si ésta no fuera la ciudad de Rosario y éste no sería el tiempo actual.

Pero no es así, después del partido disputado en el Gigante hubo otro tipo de consecuencias que son simultaneamente reiteradas, tristes e inocultables

Esta vez dos personas resultaron muertas, por un lado en calle Brasil al 1300, Martín Acosta de 39 años, fue ultimado a disparos mientras festejaba por un vecino, con quien se pudo saber tenían una vieja riña; por el otro, Lautaro Bava de 22 años fue apuñalado mientras caminaba en la zona de Castellanos y Centeno.

Por otra parte, y aunque ningún responsable haya salido a dar explicaciones, en el playón del Coloso del Parque un grupo de personas rompió vidrios y destrozó literalmente la chapería de autos que podrían ser de jugadores y dirigentes de la institución. Además, se congregó una multitud en Jujuy y Presidente Roca frente al domicilio del presidente de Newell´s, Guillermo Lorente, obligando a actuar a la policía para protegerlo de posibles agresiones.

Antes del partido también hubo agresiones, como la producida a un colectivero que trajo como consecuencia el inmediato paro decretado por la UTA. La impericia policial también aportó lo suyo al no poder controlar el ingreso de hinchas sin entrada y al cerrarle las puertas a hinchas que sí la tenían.

Una vez más, estas circunstancias generadas desde la falta de dotes de las autoridades responsables y desde el seno mismo de la comunidad, merecen ser cambiadas. En esta ciudad y en otro tiempo, más precisamente en 1971 cuando Rosario Central logró su primer campeonato, se vio celebrar el triunfo a hinchas de Newell’s con banderas rojinegras. Otra sociedad y otra dirigencia lo pudieron hacer.