Por Marina Vidal

Dejando de lado los prejuicios, y alzando la bandera de la esperanza, las hermanas Oblatas del Santísimo Redentor de Rosario realizan una tarea difícil pero conmovedora. En el Centro Madre Antonia ubicado en lo profundo de barrio Las Flores, asisten a mujeres que ejercen la prostitución o son víctimas de trata con fines de explotación sexual.

Su misión, es ayudarlas a que se liberen, se valoren a ellas mismas, se respeten, y tomen conciencia de que pueden alcanzar una buena vida y dejar atrás el sometimiento.

Conclusión arribó al Colegio Jesús de Nazaret de Rosario donde nos recibió la hermana Mirta Sánchez quien hace más de 30 años que es religiosa consagrada. Ella, junto a Juana Lescano y Shirley Riva forman la Congregación local.

La congregación de fundación española en 1864 tiene como carisma hacer un camino de evangelización liberadora hacia las mujeres.

«Hay distintas modalidades para salir al encuentro de ellas; en Rosario realizamos un trabajo directo llamado pie de calle, a su vez evangelizamos en los colegios donde hacemos hincapié en el respeto al género, a los valores, etc. A nivel social hacemos trabajos de concientización y capacitación sobre trata de personas con fines de explotación sexual, porque entendemos que este Carisma no es propiedad privada de nosotras, sino que es una realidad que nos afecta como iglesia y como sociedad», comienza a describir la hermana.

«Se trata de que entre todos ampliemos la mirada, busquemos juntos. Hoy la vida religiosa no se entiende de puertas para adentro»

En la comunidad, buscan hacer un camino de promoción humana, que ayude a liberar a esas mujeres. Buscan que se conozcan a sí mismas, se sanen, se quieran y se puedan poner de pie, y creer que valen para otra cosa.

Un día de acción

Mirta cuenta como es un día de trabajo de la congregación, comenzando por rezar y enfocar la jornada. Luego, se dirigen al Centro de atención y preparan la merienda cerca de las 14 para las mujeres que vienen sin comer.

En el Centro, hay talleres de corte, manualidades, mermeladas caseras, etc. «Las mujeres que asisten son personas con historias de vida muy fuertes, de abandono, de poco estimulo familiar, marginalidad. Muchas ejercen prostitución en la cárcel, se sienten usadas, que venden el cuerpo para comer», relata Mirta.

La religiosa, enfatizó que parte de la sociedad cree que la vida de la prostituta es una vida fácil, que realizan ese trabajo ahí porque quieren y que ganan mucha plata.

“Nadie quiere su propia explotación, y menos de algo tan íntimo y sagrado como es el cuerpo”

Y agregó: «No es fácil pasarte veinte o 30 hombres para poder comer un guiso sin carne; o ir a la cárcel y pasar por el que te abre la puerta, los oficiales a caminar por la celda y ver quien te va  a contratar para traer en total 100 pesos»

Mirta acepta que ella «no les va a cambiar la vida» y que no puede decirles que «tiene que dejar si o si lo que realizan» porque ella «no tiene una oferta para ofrecerle a cambio» y sabe que las mujeres tienen que poder darles de comer a sus hijos. Sin embargo, realiza un trabajo de hormiga para que las mujeres tomen conciencia que hay otras posibilidades que con esfuerzo pueden llegar a obtenerlas.

«Muchas, han escuchado de su propia madre “andá, abrite de piernas y trae más plata” si tu propia madre te denigra de esa manera y te hace sentir que sólo servís para eso… es muy difícil que crean otra cosa. Por eso, con esas mujeres es empezar de cero, ya que no tienen otros estímulos», sostuvo.

Un logro que emociona

“A partir de ayer en el país hay un rancho menos”. Desde el cetro le dan un incentivo cada mes para que ellas “sueñen”. Una de las mujeres, no quiso que se lo den durante mucho tiempo. Con ese dinero y con colaboración de mucha gente que la ayuda, le hicieron una casita. “Hoy ella duerme con paredes, puerta y un techo”.

La historia no termina allí. La dueña de la casa se dio cuenta que le sobraban cinco chapas que no estaban perforadas, con lo cual, Mirta sugirió hacerles un alero para evitar que el agua caiga de lleno contra la pared. Sin embargo, la mujer contestó: “No, porque mi compañera me contó que tuvo que cambiar a sus hijos de habitación porque se les inundaba cuando llovía por el techo roto…asique prefiero dárselas a ella para que arregle su rancho”.

“Nosotros somos un medio, pero las grandes son esas mujeres”

El Centro

El Centro lleva el nombre de su fundadora: Madre Antonia.  Está ubicado en calle Jazmín al 7200, al final de Barrio Las Flores.

Hace casi 25 años que existe. Comenzó con una charla en una plaza con una mujer que se prostituía quien las invitó al barrio para hablar con las otras chicas. Así una mujer de la parroquia ofreció una habitación que tenía y aclaró: “Si ustedes consiguen las máquinas, empezamos a cocer”.

Después consiguieron un dispensario, dos casitas juntas, y armaron el Centro.  En el trabajan dos docentes subvencionadas por el ministerio y dos profesionales; una psicóloga y una trabajadora social. El mantenimiento de la parte edilicia se sostiene por donaciones. La provincia les manda mil pesos por mes para la copa de leche y se está tramitando otra desde el municipio.

«De lo que recibimos de donaciones, no se los regalamos, hacemos una feria y lo vendemos a tres pesos, cinco pesos, para que ellas sepan darle valor. Además hacemos productos navideños que se venden y el diez por ciento queda para el centro y el resto se divide entre ellas. Los productos se venden en los actos de los colegios, las parroquias, etc«, relató Mirta.

Y agregó: «A nivel gubernamental no hay fondos destinados para estas cosas. Pero igualmente nosotros apelamos a que ellas aprendan a insertarse en el mercado laboral. Que no reciban nada de arriba o regalado, sino que se preparen para progresar en su vida».

Hay 16 mujeres en el centro que tienen desde 21 años en adelante, y después hay 10 a las que acompañan desde sus casas porque viven una situación más complicada y es difícil juntarlas.

El Centro y las drogas

«La droga es un límite. Al centro nadie puede venir bajo efectos de drogas. Si bien la realidad es que la prostitución, el alcohol y la droga es un combo y está todo unido, tratamos de poner ese límite para que sean responsables también en eso. Ellas saben muy bien cómo deben venir al centro, si bien hay recaídas, se esfuerzan para salir. Sin embargo muchas veces hemos escuchado: “Yo necesitaba plata para comer, y no podía ir de cara a ejercer la prostitución, por eso consumí”.

Mirta recalcó que el centro no es un lugar para eternizarse, es un lugar para estar de tres a cinco años como mucho, «es un trampolín donde se pasa para saltar hacia adelante».

«Hay mucha violencia, mucha droga y el barrio en esta época es muy bravo. Muchas veces ellas mismas nos avisan que no vayamos porque esta tenso el ambiente, o tenemos que cerrar antes e irnos porque “se viene una dura”, etc», contó.

La hermana, consideró que como sociedad debemos limpiar la mirada. «Con mirarlas, escucharlas saludarlas es dignificarlas. No me gusta trabajar en el asistencialismo, sino dignificarlas. Por eso hay que apuntalar para que se eduquen y trabajen».

«Aquella que quiere, puede salir de esto».

La policía, la justicia los políticos y la trata.

«Es simple. Grandes estamentos de la política están metidos en esto. Es el comercio más grande del mundo. Dicen que es la droga, pero la trata de personas con fines de explotación sexual y laboral es el comercio mayor», concluye.

Las hermanas van al encuentro de las mujeres que ejercen la prostitución, que son desmoralizadas y tratadas como «objetos de violencia» . Les dan palabras de aliento y refuerzan sus valores. Luchan con la fe y la palabra de Dios contra la trata y el sometimiento, llevándoles mensajes de esperanza y mostrándoles otras posibilidades.

El objetivo es que ellas algún día quizá puedan abandonar ese mundo, pero entienden que requiere todo un proceso, pues la problemática de la mayoría es muy compleja, sobre todo porque en muchos casos son el sustento de su familia. Lo que hacen las hermanas es mostrarles que hay otras chances y brindarles herramientas para que se animen a salir adelante y dar el paso para salir de ese sometimiento.