Por Florencia Vizzi

Algunos paisajes de la ciudad de Rosario están signados por las mismas postales. Sin importar  cuál sea el barrio o la dirección exacta, más allá de las líneas fronterizas que establecen las noticias, las crónicas policiales  y los medios de comunicación, el devenir cotidiano revela realidades que, no sólo no mejoran con los años, sino que empeoran día a día.

Ludueña podría ser un ejemplo más de tantos. Barrio que, tras el asesinato de Pocho Lepratti en el 2001, se convirtió en un símbolo de la ciudad en más de un sentido.

Ludueña Norte alberga unas 30.000 almas entre viviendas y asentamientos irregulares, y su extensión abarca unos seis kilómetros, atravesados por varias líneas férreas.

ludueña5-fvizziDesde la Asociación Vecinal se denuncia la existencia de alrededor de 30 casillas “bunker”, dedicados a la venta de estupefacientes y armas, y un álgido enfrentamiento por el dominio territorial de las personas que se dedican al “narco- menudeo” que, en ocasiones, han desembocado en tiroteos a plena luz del día y sobre las calles principales.

“Denunciá en forma anónima el lugar cerca de tu domicilio donde tenés bunker de ventas de drogas”, reza un pizarrón en calle Junín al 2200, frente a la Asociación Vecinal Ludueña Norte y Moreno. La vecinal se encarga de llevar las denuncias recibidas a los Tribunales Federales. El presidente de la misma, afirma que, hasta ahora, han llegado entre 25 y 30 denuncias, pero admite que la gente, en general, tiene miedo de involucrarse.

Las voces del barrio

Como en tantos otros distritos de la ciudad, los nombres de las calles cambian pero los escenarios se repiten. Ludueña Norte podría ser una zona tranquila para vivir, como lo fue hasta no hace mucho tiempo atrás. Sin embargo, sus habitantes parecen haber renunciado a  esa esperanza. Las demandas se reiteran.  Creciente inseguridad, falta de controles, problemas con el transporte público y abandono es lo que se escucha en el intercambio con los vecinos.

ludueña1-fvizziAl recorrer su geografía, puede verse la  basura acumulada en las calles y terrenos baldíos. En algunos casos, y agravados  por las altas temperaturas,  el olor se hace francamente insoportable.

Así lo hace saber Lucas, quien vive con su familia, esposa e hijas, frente a un basural. Lucas cuenta que, originalmente, ese terreno fue donado, con el fin de construir una plaza o un espacio verde. “Pero nunca se hizo, y  ahora está todo abandonado, no tiene luz y se usa como basurero. En el barrio prácticamente no hay contenedores ni lugares para arrojar al basura, y por aquí no hay recolección, pasan de largo”.

Esa situación se repite en casi todas las cuadras de la zona, así como la ausencia de los contenedores que, desde la municipalidad, han prometido distribuir dese hace muchos meses.

A Lucas le gustaba comer en el patio trasero de su casa en las noches de verano. Pero tuvo que dejar de hacerlo porque le entraron varias veces durante las cenas familiares. Ahora hay un tapial bien alto donde solía poner la mesa.

A dos cuadras de la casa de Lucas, vive Natalia, junto a sus tres hijos y su marido, en un complejo de departamentos. Su madre también vive allí, al igual que su hermana. Llevan muchos años en este barrio. La misma cantidad de años que, cada vez que llueve, se inunda toda la cuadra, impidiéndoles transitar. Y luego de la tormenta, durante largas semanas, las aguas permanecen de lado a lado de la calle, estancadas. “Hasta ahora no hemos conseguido respuestas a ninguno de nuestros reclamos. Nadie viene a destapar las bocas de tormenta, el agua queda allí, pudriéndose, a veces durante meses, rodeando toda la cuadra. Es un peligro para los más pequeños, que no pueden ni salir a la calle”, relata la mujer, rodeada por sus hijos. “Nos hemos cansado de ir al distrito, quienes dicen que hay que presentar el reclamo en Aguas Provinciales. Pero cuando vamos allí, nos mandan a reclamar al distrito”. Hay ratas, alacranes y todo tipo de alimañas. Es una mugre”.

ludueña8-fvizziOtra de las cosas que Natalia señala es la falta de iluminación y la ausencia de patrullaje de las fuerzas de seguridad. Frente a su casa se alza un terreno baldío que a la noche es tierra de nadie. “Pasadas las seis de la tarde la policía desaparece. Durante el día se los ve poco y nada, pero después de esa hora, olvídate. Acá no se puede salir a la calle.  Tampoco pudimos conseguir que iluminen un poco la zona, aunque sea para dificultarle las cosas a los pibes que se juntan en el terreno de enfrente a drogarse o vender drogas. Todas las noches tengo que salir a correrlos. Nosotros somos trabajadores, no hay derecho de que nuestros hijos vivan así”.

César, otro vecino de Ludueña Norte vuelve sobre el mismo tema: “Lo peor aquí es la inseguridad, a mí ya me asaltaron tres veces. Me golpearon, y la última vez, cuando me mostraron el arma se les escapó un tiro. Es cosa de todos los días. Con cualquiera que hables por acá te va a decir lo mismo.  Se supone que la policía comunitaria tiene que andar a pie cuidando las calles, es lo que nos prometieron, pero, es realmente difícil encontrarlos”.

El hombre, que dice estar desocupado desde hace un tiempo, cuenta que hace alrededor de diez años que vive en la zona. “Pero en éstos últimos años todo ha cambiado. Hace unas semanas, se armó un tiroteo sobre calle Junín, un sábado a la tarde,  que nos dejó a todos con el corazón en la boca”.

César enumera las falencias por las que reclaman: “la basura y la falta de limpieza es lo cotidiano, a eso hay que sumarle la cantidad de terrenos baldíos con pastizales altísimos, que son un peligro, porque allí se esconden por la noche y te esperan para robarte. También está la cuestión del transporte, esperar un colectivo aquí de noche es una lotería. Podes estar una hora o más, la frecuencia es una burla. Así que, si tenés que viajar en ómnibus, a la madrugada por ejemplo, estás regalado”.

La plaza Pocho Lepratti

Originalmente, era la plaza José Mármol, pero el espíritu de Pocho se adueñó de ella, como de gran parte del barrio, y desde 2004,  lleva su nombre.

Ubicada en Larrea y Velez Sársfield, a una cuadra del bodegón y casa cultural que ostenta el mismo nombre, la plaza no sólo es escenario de los carnavales que se festejan anualmente para la fecha del cumpleaños del “ángel de la bicicleta”, sino que es también el espacio por el cual se ha originado un enfrentamiento entre los habitantes de Ludueña Norte.

Desde el año 2012 funciona en la misma una feria, que llegó en su momento a tener alrededor de 400 feriantes que venden todo tipo  de productos, desde ropa y electrodomésticos usados hasta comida.

En su momento, el presidente de la vecinal y algunos vecinos, presentaron repetidas quejas por la ocupación del espacio público, lo que derivó en que la municipalidad interviniera, y estableciera los días de funcionamiento de la feria y una regulación sobre los productos que allí se comercializan.

Sin embargo el enfrentamiento perdura, y algunas voces se alzan para acusar a los feriantes de ensuciar el parque y maltratarlo.

En su defensa, ellos argumentan todo lo contrario. Juana, quien cuenta que llegó con la primera camada de feriantes, recuerda que la plaza estaba sumida en un abandono total. “De hecho, aún lo está”, afirma,  “pero por lo menos nosotros nos encargamos de mantenerla limpia y de procurar que esté iluminada”.

Así, la mujer, que trabaja en varias casas haciendo limpieza, y en su tiempo libre, trata de procurarse otro ingreso que la ayude a subsistir vendiendo ropa y cosas usadas en la plaza, relata que entre todos los feriantes le pagan a una chica para que se encargue de limpiar dos veces por semana. “También nos encargamos de reclamar cuando las luces no funcionan, porque esto de noche es la boca del lobo”.

Juana alega que allí no hay ladrones ni narcotraficantes, como afirman en los medios, sino que “somos gente que trata de sobrevivir dignamente, no te digo que pongo las manos en el fuego por todos, porque no podría, pero la mayoría de los que estamos acá somos laburantes y tratamos de rebuscarnos el día a día”.

ludueña3-fvizziPor otro lado, la mujer afirma que la presencia de la feria en la plaza desalienta a los delincuentes que solían pasar la noche allí, y asaltar a las maestras que la atravesaban muy temprano para ir a su trabajo en la escuela que se encuentra justo enfrente. “La misma gente de la escuela nos lo ha dicho. Los días que nosotros no estamos, no se puede pasar por acá, porque es una fija que te van a robar o algo peor”, y agrega: “A veces llegamos a la mañana y encontramos cualquier cosa, imagínate, yo encontré un arma, atravesada en uno de los árboles dónde armo el puesto. Fui, busqué a la policía y les avisé. Cuando vinieron y la sacaron, vieron que estaba cargada. Mira si la encontraba un chico”.

Osvaldo, otro de los feriantes que se acerca a conversar, señala la montaña de basura que  fermenta bajo el sol, a un lado, junto a la calle: “Esos no fuimos nosotros, nosotros no hacemos esta mugre, porque tampoco nos gusta convivir con la basura.  Esto está así hace semanas y nadie hace nada ni pasan a recogerlo. Los mismos vecinos vienen y tiran aquí las bolsas”. Y agrega, con enojo: “Los únicos días que se acuerdan de la plaza es cuando la municipalidad hace los festejos de carnaval. Ahí vienen y limpian todo. Una vez al año… después es como si no existiéramos, ni la plaza ni la gente”.

Es mediodía, el sol pega de lleno sobre el pavimento, amedrentador. Las calles se ven vacías. Ludueña se aletarga. Y espera. Y no se resigna al abandono y al olvido.