El 4 de febrero del 2010, Graciela Petersen desaparecía y sus familiares comenzaban una búsqueda desesperada. Los medios se hicieron eco del caso y con el paso de los días empezaron a crecer dudas sobre las razones de su ausencia. Más de 6 años después, ella sigue sosteniendo su versión y buscando a la hija que afirma, le robaron desde el mismo día de su nacimiento.

“En su momento quise decir un montón de cosas pero nunca me animé. Recién después de tantos años puedo empezar a hablar del tema. Ahora ya no tengo miedo”

graciela1Ese día las cámaras de seguridad del supermercado La Reina, de Oroño y Ayolas, grabaron el momento en el que ella depositaba algunos bolsos en uno de los casilleros durante la mañana y los retiraba por la noche. Algo que generó dudas en los investigadores respecto a si abandonó el lugar por la fuerza o lo hizo por propia voluntad.

La encontraron más de dos meses después en la localidad de Pujato, a 40 kilómetros de Rosario.

“Seguí al pie de la letra todo lo que me exigieron porque me tenían amenazada, me mandaban fotos de mi familia, de mis hijos, sabían todo de mi vida. Llevaba 3 meses de gestación cuando comenzaron las intimidaciones. Por temor nunca lo hablé con nadie, y hoy me arrepiento”, aclaró Petersen, quien detalló cada escena como si el tiempo no hubiera transcurrido.

“Por la mañana dejé los bolsos, y volví a última hora a buscarlos. Caminé varias cuadras y subí a un auto. Llegamos a una habitación y por la noche la tuve”, recordó con la voz quebrada.

Pese a que la Justicia nunca pudo confirmar ni desestimar el embarazo, ella afirma que su hija fue robada al nacer, y ni siquiera pudo tenerla en brazos. “Me ataron a una camilla, nació y se la robaron. Sólo me dijeron que pesó 2 kilos 700”. Además, indicó que luego de dar a luz le entregaron dinero y la pusieron en un colectivo rumbo a Córdoba, donde se alojó en una pensión, “siempre bajo amenaza”, destacó.

“El regreso no fue fácil. La gente que lo tenía que haber tomado en serio se lavó las manos. Los abogados le sugirieron a mi familia que lo mejor que podía pasarme después de que aparecí era decir que había sido todo un embarazo psicológico, para que la Justicia no me procese por la venta del bebé”, continuó.

“Nunca estuve de acuerdo. Incluso presenté la denuncia por todo lo que había pasado con mi hija. Si bien en las pericias médicas quedaban dudas sobre la existencia del parto, nunca supe porque se volcaron en contra y no a favor”.

Si bien pasaron muchos años de aquel confuso episodio confesó que todavía hay miradas que duelen. “Fue difícil porque algunos medios de comunicación lo único que hicieron fue tratar de desacreditarme. Plantearon que era enferma psiquiátrica crónica, y muchas cosas más que no fueron ciertas”. Y agregó: “La sociedad me juzgó, pero con el tiempo me acostumbré a que el pensamiento de los demás no me afecte tanto”.

Más allá de todo lo vivido, no pierde las esperanzas de encontrar a su hija. A diario le escribe cartas que luego publica en las redes sociales. “Quizás cuando ella entre en la etapa de la adolescencia, empiece a dudar y me busque… Por mí parte no voy a parar de buscarla”.

“Estoy bien con mi familia, con mis otros hijos. Siento su ausencia y no puedo evitar imaginarla. Me gusta pensar que está bien dónde sea que esté”.

Meses después de lo ocurrido se tatuó las frases “Dulce Caty” y “La identidad no se negocia” en uno de sus brazos. Hoy, casi 7 años después, reconoce que su vida fue un antes y un después. “Es la primera persona a la que le doy un beso a la mañana y la última a la que saludo antes de irme a dormir”.

En la actualidad se dedica a pintar mesas y sillas, y hace trabajos en madera para chicos con el deseo de que, algún día, por esas vueltas de la vida pueda reencontrarse con Catalina. Hay razones que se guarda para sí que quizás expliquen mucho mejor sus certezas. Pero cada uno es dueño de lo que decide callar.