Por Florencia Vizzi

«Cuantos desengaños, por una cabeza…»

El turf tiene una cierta poesía, en la que se entremezcla la bohemia, la belleza y una cuota importante de pintorescos personajes.

Los años dorados de ese deporte han pasado, y mucha agua ha corrido bajo el puente desde aquellas primeras décadas del siglo XX en las que resplandecían los hipódromos de Buenos Aires y Rosario, en los que la biblia y el calefón se daban la mano.  Sin embargo, las reminiscencias de los clásicos palpitan en la piel de las ciudades que los vieron brillar.

Carreras de caballos, hipódromos y personajes, y sobre todo, la nobleza de esos animales que son sus grandes protagonistas, han sido gran materia para el cine, la literatura, y la música, por ese intrínseco, aunque algo oscuro, condimento bucólico que los componen. Belleza, pasión, locura, desilusiones, enojos, lágrimas… van de las caballerizas a las pistas como en la vida misma.

“Lo importante no es ganar, sino palpitar, jugar, emocionarse cuando el tuyo viene peleando la punta. El resto es pura cháchara», Carlos Gardel.