VIERNES, 08 DE NOV

Rosario Sin Secretos: apoyar la ciudad con «too» el salero, ¡y olé!

La colectividad española, desde las entrañas mismas de sus ancestros y agradeciendo el cariño de la tierra que los cobijó, legó importantes obras que enorgullecen a nuestra Rosario, y en cualquier lugar del mundo llenan catálogos de interés turístico.

Foto de Luis Blotta, tomada antes la restauración, fiel testimonio del Bicentenario

 

Cuando el abogado y escritor asturiano Rafael Calzada, el mismo que encomendó a Pio Ricagno la construcción de un castillo de ensueño para su amada esposa Celina González  Peña en la localidad de  Buenos Aires que lleva su nombre, donó los terrenos para construir el Hospital Español de Rosario, muchos coterráneos suyos, instalados en el Rosario, acompañaron la patriada con “la hispanidad al palo” y se juntaron para dejar su legado a la posteridad.

Trascurrían los primeros días de octubre de 1882 cuando los residentes españoles fundaron el Centro Español de Rosario. Allí se reunieron, un día como hoy, para proyectar la construcción de un hospital, el Español, emblema del rosarinísimo Barrio Hospitales.

Gestionado por la Sociedad de Beneficencia del Club, José Zubelzú, Francisco Figueroa, Pedro Vila y Codina, Ramón González, Federico Alabern y José Arijón, aportaron lo suyo para construir los pabellones que llevan sus nombres.

«La Celina», residencia de Calzada y su esposa, construida en 1910 y devorada por un incendio en 1950

Por su parte, los hermanos García, se ocuparon de la construcción de sector al que llamaron Covadonga, mostrando su fe y agradecimiento a La Santina, Virgen de Covadonga, esa imagen de la Virgen María que se encuentra en la Santa Cueva de Covadonga, Concejo de Cangas de Onís, en el Principado de Asturias, su tierra natal. Sin dudas que, ser agradecido, es de bien nacido.

A la historia me remito: Ramón había llegado de la península ibérica con lo puesto, un par de manzanas y chorizos, más una monedas que la madre había cosido en el bolsillo de su saquito. Cuenta la leyenda que ese, todo su capital, se lo había dado a su patrón para que se lo cuidara, y que nunca se lo devolvió. Traía, eso sí, una carta de recomendación para trabajar en la fábrica de cigarrillos Colón, pero su espíritu no era para industria, sino para comercio. Cuando alcanzó a ahorrar lo suficiente (nada grande se hace solo ni en soledad) pudo traer a su hermano Ángel, para emplearse en la Tienda La Buenos Aires, de Entre Ríos y Córdoba.

El esfuerzo y el trabajo denodado, las privaciones sufridas soñando un mejor destino, les permitieron alquilar y trabajar en la puntillería de las hermanas María y Emma Echagüe, y a fuerza de dormir sobre los mostradores y ahorrar dinero terminaron comprando la tienda.

Con paciencia, trabajo, muy buenas relaciones y un espíritu de apoyo mutuo en la colectividad, forjaron la gran Tienda La Favorita, esa esquina de París en Sarmiento (por entonces, Libertad) y Córdoba, émula de las galerías Lafayette  y Printemps que tanto maravillan a quienes viajan al viejo continente.

Pero la belleza y el arte no estuvieron ausentes en esta manifestación solidaria de darle un socorro mutuo a los españoles con un hospital.

Dos hermosas fuentes fueron encargadas al ceramista Juan Ruiz de Luna, en Talavera de la Reina, Toledo, España, para honrar el Bicentenario de Rosario, aquel que evocaba también el nacimiento de la urbe con la llegada del vasco Francisco de Godoi y los calchaquíes, habitando este terruño en perfecta armonía, bajo la advocación de la Santísima Virgen del Rosario.

Llegaron entonces, a bordo del vapor Alsina, dos maravillosas fuentes que enriquecen nuestro patrimonio y dicen, son internacionalmente, los mejores exponentes del gran ceramista.

Una emplazada en el patio central del Hospital Español, y la otra, en el Rosedal del majestuoso Parque de la Independencia.

La fuente del Hospital Español, en una foto de la época

Costaron por entonces 15.000 pesetas, pero los comitentes regatearon, base sin duda del ahorro, y lograron una rebaja de 700. Conmovido, Ruiz de Luna, nos obsequió dos ánforas más que no fueron presupuestadas.

Un total de 147 cajas con un peso de 3.868 kilos, en miles de piezas que aquí fueron ensambladas, atravesaron el océano Atlántico hasta llegar a lo que ya era la Cuna de la Bandera. El plano de la misma es atesorado por el Museo de la Ciudad “Wladimir Mikielievich”, vecino del magnífico Rosedal donde está enclavada este magnífico exponente del Segundo Renacimiento Español.

Hubo un tiempo que fue hermosa, y luego, abandonada por años por distintas gestiones, quedaron expuestas al deterioro y el vandalismo. Con un presupuesto de 52 millones de pesos que salió de la contribución de todos los rosarinos, en unos días más brillará con todo su fulgor y tendremos una nueva postal y un motivo más de orgullo, junto a la futura Plazoleta del Automovilismo que recordará el circuito internacional que hubo del 1936 a 1966 y el inminente Paseo de los Próceres en el que están trabajando comprometidos sectores de la ciudadanía, en el grandioso e inigualable Parque de la Independencia. ¡Enhorabuena!

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