Por Marina Vidal. Fotos: Florencia Vizzi (Enviadas especiales a San Jerónimo Sud)

san_jerónimo12_fvizziEntrar a San Jerónimo Sud eriza la piel. El silencio es abrumador. Los árboles desnudos en primavera son fiel testimonio de que algo no anda bien. Los ojos vidriosos de los vecinos se clavan ante la presencia de una cámara o de alguien ajeno al pueblo. Conclusión estuvo ahí y revivió con testimonios lo que sintieron los habitantes del pueblo.

La naturaleza suele ser injusta y sorpresiva. El miércoles, los casi 3.000 habitantes de la localidad ubicada sobre la ruta 9 a 35 kilómetros de Rosario tuvieron una media tarde para olvidar.

El temporal de granizo azotó a todo el pueblo. Las piedras, algunas del tamaño de una pelota de tenis y de casi un kilo de peso, rompieron techos, ventanas, vidrios, jardines y arrasaron con el trabajo de años de sus habitantes.

El día después es lo más difícil. Se respira desolación y angustia. No tener luz, ni cable ni teléfono son algunas de las consecuencias del temporal.

“Desesperación y mucho miedo. Lo único que pensaba era en mis hijas que estaban en la escuela y no sabía cómo estaban”

Así comenzó el relato Claudia, una vecina cuya desesperación más grande fue que sus hijas estaban en la escuela y sabía lo que estaba pasando allí, y tampoco podía salir a buscarlas. El jardín de Claudia quedó devastado, pero para el caso, «eso es lo de menos», señaló,  con lágrimas en los ojos.

El presidente comunal, Marcelo Cisana, con los ojos rojos de no dormir, describió la tristeza de ver a su pueblo devastado. Con una voz calma, dio mensajes de esperanza, y enseguida recordó que no sólo fue el temporal lo que hizo de San Jerónimo un pueblo triste, sino que los vecinos vienen golpeados desde el sábado con el incendio en la aceitera Martínez que dejó a más de 120 trabajadores sin fuentes de empleo.

“Nos conocemos entre todos, yo no me puedo olvidar de esas familias. Los bomberos hace desde el sábado que no duermen. Y ahora esto, este temporal, es terrible”

san_jerónimo5_fvizziRecorrer las calles de la localidad es caminar sobre un colchón de hojas, ramas y vidrios rotos. El paisaje deja ver una colección de tejas en las veredas producto de la fuerza con la que las piedras, destrozaron los techos. Cualquier persona que lo visita, se pregunta si por allí pasó un tornado.

Llegan las 2 de la tarde y parece un pueblo fantasma. A lo lejos se visualiza a un hombre. Es Osvaldo, un tallerista que perdió todo. El techo del taller se vino abajo, se rompieron materiales y destrozó los autos que estaban dentro. “Que vamos a hacer… lo importante es que estamos bien, pero duele, es el trabajo de toda mi vida”, declaró el señor con la voz entrecortada.

Cables cortados, parabrisas destrozados, persianas que parecen un colador. Cada cuadra que se transita tiene Pedrada en San Jerónmio Surhuellas de las piedras.

¿Cómo se sigue?, los vecinos manifiestan que lo importante es que no hay lesionados. Todos hablan de lo triste que es ver el pueblo así. Pero nadie se olvida de las familias que perdieron su trabajo el sábado al incendiarse la fábrica.

“Hay que seguir, espero que en un año vuelvan y yo les pueda mostrar la fábrica funcionando nuevamente, el pueblo reconstruido y hermoso. Mi preocupación más urgente es que esta noche ningún niño duerma en un colchón mojado”, cerró su testimonio el presidente comunal.

El vehículo de Conclusión terminó el recorrido. Luego de hablar con autoridades, bomberos voluntarios y vecinos la tarea concluyó. Pero dejar atrás el pueblo y volver a la ruta deja un gusto amargo. La sensación es querer volver y ayudar a pintar una pared, colocar una teja, cambiar un vidrio o barrer una vereda. Algo. El sentimiento de impotencia invade el cuerpo de cualquiera. Las injusticias de la naturaleza. Las llamas, el fuego, las piedras y el agua. Que llegan sin avisar y dejan marcas para siempre.