Por Alejandro Maidana

Desenfrenado. Ese es el curso de una historia escrita con venenos, que se inició allá por 1996 y no deja de recrudecerse. Un modelo apocalíptico, arrasador de la vida, que no titubea a la hora de explicitar su poderío ante la complicidad manifiesta de quienes juramentaron defender los intereses del pueblo, pero solo se encargan de garantizar el negocio de unos pocos.

La realidad del planeta nos interpela profundamente, la ninguneada discusión ambiental hoy nos ha colocado en un peldaño de la vida con escasas posibilidades de poder volver el tiempo atrás. El daño originado por la deshumanizante ambición, anclada en las banales promesas de “progreso y modernidad”, nos empujaron a sobrevivir haciendo equilibrio en el borde de un precipicio, creado por los mismos que hoy temen por su futuro.

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No hay más tiempo, el arsenal ecocida desplegado durante décadas ha dado en el blanco, el corazón del planeta late cada segundo más débil y los únicos responsables somos quiénes nos autodefinimos como la “raza inteligente”. No hay alternativas, por más que la ciencia y los magnates coqueteen con la idea de trasladar la vida humana a otros planetas, que no tardarían en poner en jaque como lo hicieron con este.

Tiempos aciagos que han dejado al desnudo a quienes, con rancios discursos, aún pretenden justificar un camino que solo puede desembocar en el cadalso. El modelo agroexportador imperante sigue adelante con su agenda, aquella considerada esencial incluso en tiempos de pandemia, mientras que los pueblos fumigados siguen gritando su calvario en la más absoluta soledad.

Aguas turbias

El pasado jueves de 12 de agosto, a pocos kilómetros de Rosario, la imagen de la desidia volvería a mostrar su rostro más monstruoso. En uno de los canales que atraviesa la zona con desembocadura en el Arroyo Saladillo para tener como destino final el herido de muerte Paraná, la imagen de una treintena de bidones de veneno utilizados por el agro, se dejarían ver flotando en las marrones aguas haciendo gala de la más truculenta impunidad.

Gustavo Ludueña es vecino del lugar e integrante de la Asamblea de la ruta 18, un estoico luchador que no se resigna a perecer ante los embates de un impúdico modelo. En diálogo con Conclusión, indicó que “el pasado jueves 12 de agosto un grupo de vecinos dan aviso a la asamblea de que en uno de los canales del camino rural se encontraban tirados una gran cantidad de envases de agrotóxicos. Así fue como nos acercamos al lugar pudiendo tomar capturas fotográficas y realizar videos de este repudiable ecocidio”.

El viejo camino a Álvarez nace aproximadamente en el kilómetro 13 de la ruta 18, finalizando en el mismo pueblo. “Si uno recorre este camino, va a cruzarse con dos canales, en uno de ellos fue donde se encontró esta gran cantidad de herbicidas, coadyuvantes, entre otros. Al existir un curso de agua muy reducido, pudimos descender para poder contemplar lo pavoroso del escenario. El paso siguiente fue realizar la denuncia pertinente en el Ministerio Público de la Acusación, en donde entendemos que entre el jueves y sábado pasado, se secuestraron 31 envases en total, tremendo”, enfatizó el vecino y asambleísta.

Mientras que un grupo de compañeros llevan adelante una épica caravana náutica por los humedales, nos anoticiamos de esto. Esperamos que se tomen medidas duras.

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Los cursos de agua y un brutal impacto ambiental, un resumidero en donde las pestilencias buscan esconder el profundo daño que son capaces de originar. “El recorrido de estos canales es muy extenso y desembocan en el Arroyo Saladillo, por ende, va envenenando todo a su paso hasta terminar su obra en el río Paraná. Mientras que un grupo de compañeros y compañeras están llevando adelante una épica caravana náutica por los humedales, nos anoticiamos de esto. Esperamos que se tomen medidas duras con los responsables, solicitándole a la comuna de Álvarez que se haga responsable del control y que de una buena vez por todas, se deje de fumigar la vida”, concluyó.