El 13 de octubre de 1972, un equipo de rugby uruguayo se estrelló en Los Andes, solo 16 de los 45 pasajeros y tripulantes sobrevivieron, en lo que se llamó «La Tragedia de Los Andes».

Estos sobrevivientes tuvieron que luchar por su vida en un lugar hostil, soportar el frío, el hambre, la deshidratación y la muerte de sus compañeros.

Los sobrevivientes atribuyen su supervivencia a una serie de milagros.

Creen que Dios los protegió, les dio la fuerza para seguir adelante, para encontrar una manera de salir de allí y para consolar a sus seres queridos en Uruguay.

La sociedad de la nieve

En enero de 2024 se estrenó la película “La sociedad de la nieve”, que relata «la tragedia de Los Andes», dirigida por el español Juan Antonio Bayona sobre el libro «La sociedad de la nieve», del uruguayo Pablo Vierci.

Los protagonistas de la Tragedia fueron jóvenes de entre 19 y 26 años, jugadores del Club de Rugby Old Christians, que era del Colegio Stella Maris.

El colegio era de los Christian Brothers, una congregación de hermanos irlandeses, quienes por los primeros años de 1970 en Uruguay, todavía usaban sotana. El colegio era uno de los más prestigiosos del barrio Carrasco, donde vivía la gente más adinerada de Montevideo.

En esos años Uruguay estaba convulsionado por el acoso de la guerrilla Tupamara y la Iglesia sentía el fervor revolucionario del Concilio Vaticano II.

El avión charteado a la Fuerza Aérea Uruguaya llevaba cuarenta pasajeros y cinco tripulantes. Algunos de los cuales eran amigos invitados por los rugbiers para llenar el cupo.

El avión salió de Uruguay el jueves 12 de octubre de 1972 y pernoctaron en Mendoza antes de cruzar la cordillera hacia Chile.

El viernes 13 de octubre el vuelo partió hacia Chile, pero al rato tuvo problemas para tomar altura sobre una de las cordilleras más imponentes de la Tierra. Un ala chocó contra la montaña, se partió la cola y el resto del fuselaje del avión cayó sobre un glaciar, deslizándose 725 metros hasta que se detuvo.

A partir de ahí se desarrolló la historia de supervivencia más increíble de la época moderna y en la que se produjeron cantidad de milagros de la presencia de Dios.

Los sobrevivientes tuvieron que soportar 72 días con temperaturas de -30º durante las noches, en el glaciar de las Lágrimas a 3.570 metros de altura.

No había animales ni vegetación alguna, todo era un inmenso mar de nieve. No tenían comida ni radio para comunicarse.

Y cuando sucedió el accidente, el piloto creyó que estaban sobre Chile, pero aún estaban en Mendoza, lo que complicó la búsqueda e incluso las expediciones para buscar ayuda por parte de los sobrevivientes.

Al accidente del 13 de octubre sobrevivieron 29 pasajeros, y tras el alud del 29 octubre, quedaron vivas 16 personas que fueron rescatadas el 22 de diciembre gracias al arriero con el que se encontraron los sobrevivientes expedicionarios Fernando Parrado y Roberto Canessa, el 20 de octubre, en el Valle de las Lágrimas, en Malargüe, Mendoza.

Cadena de milagros

A partir del accidente comenzó una serie de pruebas y milagros que no tienen parangón en la historia moderna.

Diez días después del accidente se quedaron sin comida y Roberto Canessa propuso el pacto de utilizar a los muertos para la supervivencia. Todos aceptaron excepto Numa Turcatti, que murió de hambre 29 días después del accidente.

La discusión para el pacto tuvo un carácter esencialmente católico. Recurrieron explícitamente al ejemplo de Cristo en la Última Cena, donde Pedro Algorta comentó: «Es como la Sagrada Comunión», diciendo que si tomaban el cuerpo y la sangre de los fallecidos, sus células quedarían unidas a las de sus compañeros, en una comunión sagrada para toda la eternidad.

Numa Turcatti usó el argumento de San Juan: «No hay amor más grande que el que da su vida por sus amigos», diciendo que si él moría quisiera que utilizaran su cuerpo.

Y al regresar de vuelta a Uruguay, los sobrevivientes recibieron una carta del mismo Pablo VI en la que no solo no condenaba el hecho, sino que les recordaba que si no lo hubieran hecho habrían cometido una falta grave contra sus propias vidas.

A partir del alud los sobrevivientes empezaron a descubrir que detrás de cada acción que tomaban siempre estaba la mano providente del compañero de viaje que llamaron el número 17. Aunque no entendían cuál era el porqué de todo aquello.

Incluso José Luis Inciarte manifestó que se encontró físicamente con Jesús de Nazaret frente a él, aunque no puede describir la cara, porque no era nítida. Su fe en Dios fue fundamental. Todas las noches rezaban el Rosario.

Si había un momento «sagrado» en aquel fuselaje perdido en las montañas de los Andes era el rezo diario del Santo Rosario.

Lo dirigía Carlitos Páez Vilaró y se sentía el tintineo de las cuentas de vidrio, que iba pasando de mano en mano, seguido por el murmullo de los misterios.

Si el compañero de al lado lo murmuraba quería decir que estaba despierto.

El Rosario se convirtió en un signo de unión para el grupo.

Mientras en Montevideo, las madres de los jóvenes se reunían diariamente para rezar la oración mariana, incluso aún cuando las autoridades los habían dado por muertos y cesado su búsqueda.

Sin embargo, los sobrevivientes no recordaban bien «la Salve» y fueron armando una a su estilo, con lo que se sabía cada uno. Pero recordaban las palabras ‘valle de lágrimas’, que después supieron que era así como se llamaba el lugar donde habían caído.

El accidente fue un 13 de octubre, fecha del milagro del Sol en Fátima y de la última aparición de Nuestra Señora en Akita. Y fueron rescatados el 22 de diciembre, justo para pasar la Navidad con sus familias.

Ese día 22 de diciembre, los sobrevivientes que estaban en el fuselaje escucharon en la radio, que habían aparecido dos uruguayos que venían de un avión que había caído en las montañas. Y tras la noticia, buscando la confirmación en otra emisora, sintonizaron una radio donde estaban emitiendo el «Ave María» de Gounod.

Mientras, en Montevideo, las madres de los sobrevivientes experimentaron especialmente la presencia de la Virgen de Garabandal.

La madre de Eduardo Strauch estaba un día rezando en su parroquia y una amiga le dio una estampita de la Virgen de Garabandal y le contó de las apariciones sucedidas entre 1961 y 1965.

También la abuela de Roy Harley llegó por esos días de Nueva York y deshaciendo la valija encontró una medallita, que no supo cómo había llegado allí, y era de la Virgen de Garabandal.

A los pocos días una señora llamó al grupo de «madres de la cordillera» para mostrarles su experiencia en la cordillera Cantábrica y les pasó fotos de lo ocurrido en Garabandal. Y cuando recibieronla información de que habían aparecido los sobrevivientes, sin saber quienes estaban vivos, un grupo de madres se fue inmediatamente para Chile.

En el avión iba un sacerdote, a quien le pidieron su bendición, y por coincidencia regresaba de Garabandal. Y todas las madres que fueron en el vuelo encontraron a sus hijos vivos, lo cual fue un claro acto de preservación.