POR CARLOS DEL FRADE

«Conjurar: ligarse con otro, mediante juramento, para algún fin. Conspirar, uniéndose muchas personas o cosas contra uno, para hacerle daño o perderle. Exorcizar. Rogar encarecidamente, pedir con insistencia y con alguna especie de autoridad una cosa. Impedir, alejar un daño». Del Diccionario Enciclopédico «Espasa Calpe».

«Zazpe es uno de los grandes pilares de nuestro episcopado…uno de los hombres que sufrió el silencio institucional, pero a su vez, uno de los obispos que cumplieron su misión de hablar, hablar y hablar», de Miguel Esteban Hesayne, el martes 11 de julio de 1995, en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires.

«Se puede hablar de una Argentina visible y formal y de otra encubierta y secreta», afirmó el ex arzobispo de Santa Fe, Vicente Faustino Zazpe, el 18 de mayo de 1980. Trece días después, la Basílica de Guadalupe, el templo más importante de la capital provincial luego de la Catedral, fue robada. Desaparecieron las joyas de la Virgen.

En menos de un mes, en dos diarios de Buenos Aires, apareció un comunicado de la Triple A, exigiendo la separación de Zazpe del arzobispado a cambio de la devolución de las joyas.

Era una nueva amenaza contra el pastor que había denunciado el escándalo de los desaparecidos, la devastadora política de concentración económica y la pérdida de miles de fuentes de trabajo.

«La Iglesia en la Argentina debe ser la voz de los que no tienen voz, a pesar de las inevitables incomprensiones y de las amenazas que puedan seguir», decía Zazpe en 1980.

Agregaba que «a algunos sectores les molesta que la Iglesia reciba y escuche a los sectores obreros, a los familiares de los desaparecidos y de los detenidos sin proceso o con procesos eternizados, a los jubilados y a los pensionados. De alguna manera son ciudadanos sin voz o al menos sin suficiente voz».

Vicente Faustino Zazpe nació en Buenos Aires el 15 de febrero de 1920. En 1961 arribó a Rafaela para hacerse cargo de la diócesis. Un hombre de verdadero poder en la ciudad, el doctor Luis María Barreiro confesó que «creía que íbamos a seguir en la joda, pero no fue así. Zazpe fue un hombre superior. No se apoyó en los ricos. Sino en los más humildes».

El 20 de noviembre de 1983, en una de las últimas homilías, Zazpe denunció la presencia de la corrupción en todas las esferas, pero incluyó en primer lugar, al sector espiritual.

Dijo entonces que «todos los argentinos debemos comprometernos con la verdad, tanto desde las bases como desde las cúpulas, porque la contaminación se ha generalizado, pero, sobre todo, en los sectores a quienes incumbe el liderazgo espiritual, político, económico, cultural y social».

Se interesó por distintas y nuevas experiencias pastorales, aunque ello le acarrearía críticas (de la Jerarquía y del régimen político) y riesgos personales (cárcel) como la reunión pastoral en Ecuador. Intercedió ante otros obispos por sacerdotes que él juzgaba injustamente desplazados o descalificados. No temió ser mal visto por visitar a presos políticos o tratar de ayudarlos privada y públicamente antes o después de que hubieran cumplido su condena», escribió el padre Domingo Bresci, párroco del barrio de Mataderos, en Buenos Aires, en relación al ex arzobispo de Santa Fe. Bresci fue uno de los principales integrantes del Movimiento de Sacerdotes por el Tercer Mundo, fenómeno en el cual Zazpe no participó.

El 30 de enero de 1972, Zazpe dijo en su homilía: «habría que advertir a las mayorías pasivas, que su pasividad no es virtud ni mérito: es más bien comodidad, individualismo y hasta cobardía en muchos casos».

Cuando el 24 de enero de 1984, se anunciaba la muerte del arzobispo santafesino, se llegaba al final de un proceso de vaciamiento político generado desde el interior de su propia arquidiócesis y fomentado por los sectores que alentaron el terrorismo de estado en el entonces segundo estado argentino.

La trama íntima de la conjura.

Emilio Mignone, en su indispensable «Iglesia y Dictadura», cita que «tuve oportunidad de conversar con el vicepresidente segundo del cuerpo (Conferencia Episcopal Argentina) y arzobispo de Santa Fe, Vicente Zazpe, ya fallecido. Me dijo con desaliento: «no me cabe duda que de aquí unos años la Iglesia va a estar colocada en la picota…». Zazpe comprendía el problema humano y pastoral que involucraba la postura del Episcopado.

Seguramente luchaba dentro del cuerpo por una actitud más acorde con el Evangelio. Pero le faltó energía y la decisión necesaria para romper con la trama de la mediocridad, cobardía y complicidad que prevalecía a su alrededor y con los condicionamientos intelectuales que él mismo padecía».

En 1983, Zazpe renunció a su cargo en la Conferencia Episcopal, luego de «exigir una actitud más firme hacia el gobierno militar», narra Mignone. Quedaron Juan Carlos Aramburu, Raúl Francisco Primatesta y el rosarino Jorge Manuel López. Zazpe comenzaba a sentirse solo en el seno de la cúpula y en el interior de su iglesia   institución.

Había soportado las amenazas de la Gendarmería provincial, de la Armada y de la Triple A, pero no pudo superar la presión y la conjura de aislamiento que se gestó desde el seno del arzobispado santafesino.

«También la Iglesia puede tener un cristianismo visible y otro encubierto. También en la Iglesia pueden darse desplazamientos internos. En Semana Santa hemos destacado el crecimiento de sectores que celebraron la muerte de Cristo de una manera seria y profunda, pero también señalamos el aumento de sectores que conmemoraron la crucifixión en hipódromos, casinos y canchas de fútbol», denunció Zazpe en su homilía del 18 de mayo de 1980.

El último año de vida de Zazpe fue «un calvario», como lo definió uno de los principales sacerdotes de la arquidiócesis.

A las amenazas de las fuerzas de seguridad, le siguieron las trabas puestas desde el interior del arzobispado.

Elvio Mautino fue confidente de Zazpe.  «Él decía la verdad de frente. Y a muchos no les agradaba. A gobernantes, a sacerdotes, y a compañeros obispos, a veces. Su vida era un testimonio viviente. No se le podía refutar y eso molesta. Cuando alguien avala con su vida, lo que dice con sus palabras es otro Cristo que está gritando en esos momentos. Por ahí va la mano, me parece…Se sentía muy solo en el arzobispado. Yo estaba en ese tiempo, en el 83, ejerciendo en María Juana, y frecuentemente él viajaba a Sastre y a San Jorge, y siempre pasaba unos minutos para charlar, preguntarme cómo estaba   la delicadeza de él   y de paso me contaba cómo se sentía. En los tecitos, a esa altura del partido solamente tomaba té el pobre, no quería mate, me dice «Mautino, no puedo más, me siento muy solo y siento como que me están haciendo una especie de aislamiento y además, lo que más me duele es que venga de parte de mi primer colaborador». Es decir que directamente ya no ocultaba la cuestión, sino que se sentía como que hubiera una actitud de aversión hacia su persona y de oposición, sobre todo en el seminario, y lo ejemplificaba ahí porque en esa época, el director del seminario era monseñor Storni, y eso decía «me tiene mal», y eso fue, exactamente, el 24 de noviembre de 1983″, recordó Mautino.

La última navidad, Zazpe la pasó con uno de sus más queridos discípulos, el padre Luis Tomati, actual cura párroco de San Javier. Entrevistado el miércoles primero de febrero de 1995 por este cronista, Tomati contó que aquel 25 de diciembre de 1983, «monseñor ya estaba muy mal, espiritual y físicamente.

Estaba muy caído» y agregó con respecto a la idea de la conjura contra Zazpe que «muchos compartiríamos su visión por todo lo que pasó», aunque se negó a dar más detalles por temor a represalias internas en la iglesia santafesina. Terminó diciendo que «yo estoy marcado a fuego por todo lo que hizo Zazpe».

En su mensaje dominical el 8 de junio de 1980, Zazpe criticaba la hipocresía de los grupos dominantes: «admiten que el evangelio tenga que ver con el aborto, el homicidio, el adulterio y el robo clásico, pero rechazan su intromisión en el consultorio, la empresa, el estudio profesional, los planes económicos, los cargos públicos, los negocios y los negociados, el soborno, la coima, los impuestos, las declaraciones juradas, el ejercicio de la justicia, el desempleo, los honorarios, el alza de precios y hasta la velocidad en la ruta». 

Estas críticas comenzarían a encontrar un consenso de opinión contrario al arzobispo santafesino. No se lo podía acusar de tercermundista, ni de marxista, sin embargo, sus permanentes visitas a las cárceles, sus pedidos por los desaparecidos y sus sugerencias en el seno de la Conferencia Episcopal para que rompiera su connivencia con la dictadura, hacían de Zazpe un hombre peligroso para el pacto de silencio que comenzaba a construirse como preámbulo de la transición democrática.

En ocasión de la presentación del documento «final» de las Fuerzas Armadas luego de la dictadura, Zazpe expresó en forma pública que es «insólita calificación de actos de servicio para la tortura, el secuestro impune, la muerte clandestina, la detención sin proceso, la entrega de niños a desconocidos y el latrocinio descarado de los hogares. 

En los últimos meses se han publicado muchos aspectos ocultos del Proceso, no refutados hasta el momento que hacen sumamente vulnerable las justificaciones del mismo…Se puede continuar hablando de excesos, cuando todo el proceso antisubversivo respondió a una premeditada planificación?. Se puede afirmar que no se dispone de más información, cuando los servicios de inteligencia controlan rigurosamente a personas, grupos, instituciones y teléfonos?», apuntaba la síntesis publicada por Clarín el 6 de junio de 1983.

Crónica de una muerte anunciada. 

El 3 de enero de 1984, Zazpe fue internado por un acceso vascular, producido por una crisis hipertensiva. El doctor Carlos Gayoso, quien lo atendió hasta último momento, aseguró que «era un hombre hipertenso, de allí que se haya presentado un cuadro de hemorragia cerebral. El problema fue que la ubicación de la hemorragia era horrible: estaba en la base del cerebro, en su unión con la médula y el cerebelo». A partir del 9 de enero comenzaron las complicaciones. Se generó una infección que terminó afectando los pulmones. El 24 de enero de 1984, en el Centro de Investigaciones Neurológicas y Psiquiátricas de Santa Fe, alrededor de las 10.30, el pastor murió.

Comenzaron a circular los nombres para reemplazarlo: Celestino Bruna, Elvio Alberga, Edelmiro Gasparotto y Edgardo Trucco. Por «sugerencias» de la Santa Sede, se debió agregar a alguien que hubiera estudiado en Roma. Era el obispo auxiliar, Edgardo Storni, quien había accedido a ese cargo el 4 de enero de 1977. Hijo de un padre ateo y de una familia humilde, Storni se iba a caracterizar por una pastoral diametralmente opuesta a la de Zazpe. 

Para acceder al arzobispado fue preciso quebrar la salud de Zazpe. Según el padre Edgardo Trucco, quien fuera administrador diocesano del arzobispado desde la muerte de Zazpe hasta el 28 de agosto de 1984, cuando asumió Storni, «el último año de monseñor fue un calvario».

Trucco indicó que fue «un año cargado de angustias, de tristezas y de dolores causados por la persecución continua y sistemática que padecía, desde los servicios, desde buena parte de la ciudadanía oligárquica de Santa Fe y el país y que querían que se callara la boca».

Eran «los que decían por qué no habla del evangelio, ignorando o con una actitud hipócrita, que no hablar del hombre es no hablar del evangelio; e incluso de sectores internos de la misma iglesia, aquellos que tenían el deber de ser sus apoyos, sus sustentos, sus animadores, se convirtieron en sus detractores y en sus enemigos».

El sacerdote está convencido de la conjura: «desde dentro mismo de la iglesia diocesana se planteaban actitudes que la dividían en contra del mismo obispo precisamente. Por eso hubo momentos muy difíciles, terriblemente tristes. Comprendía que esa naturaleza de la iglesia donde él era la cabeza, se la descabezaba, se le partía en dos, como si hubiera una cosa que él hacía bien y otra que hacía mal. Como si hiciese bien todo lo sacramental e hiciese mal todo aquello que era anuncio del evangelio. Le trajo un año muy oscuro, un año muy dramático, muy triste, donde se replanteaba las cosas permanentemente. Lo terrible era que no encontraba salida. No encontraba apoyo, desde sus hermanos en el episcopado, ni desde la nunciatura apostólica, ni del clero en general, sino en algunas personas solamente. Entonces tuvo un año de calvario, esa fue la realidad de su último año», dijo Trucco en forma contundente.

La asunción de Edgardo Storni terminó por desmantelar el servicio de Educación Popular, modificar y reducir el apoyo oficial del arzobispado hacia el Movimiento de Sin Techos e iniciar un largo exilio de seminaristas y sacerdotes que no toleraron los cambios. Storni dijo públicamente «la era Zazpe terminó».

Cárcel y solidaridad con Angelelli. 

En agosto de 1976, Zazpe fue detenido junto con otros sacerdotes en Riobamba, en el Ecuador, sufriendo cárcel por unos días. Según el recuerdo del sacerdote tercermundista Domingo Bresci «todavía era miembro de la Comisión Ejecutiva, como que sintió que desconfiaba de él, de cómo estaba allí (en Riobamba), en representación de qué…Yo lo vi profundamente dolorido, hasta te digo, fastidiado, enojado por este vacío que le había hecho el episcopado. El esperaba una reacción mucho más pronta, y un reclamo. Y todo se hizo…él me contó; todo, si…formal, pero mucho después, y no hubo un desagravio, una reparación moral como hubiera correspondido». Junto a Zazpe estaba Adolfo Pérez Esquivel quien en 1980 sería premiado con el Nobel de la Paz por sus denuncias contra la dictadura argentina y a favor de la defensa de los derechos humanos.

Tres años antes, en 1973, Pablo VI envió a Zazpe a investigar la línea pastoral de monseñor Enrique Angelelli en La Rioja. «El Pelado» era calificado por el diario «El Sol» de «comunista», «tercermundista», «guerrillero», entre otras herejías. Zazpe confirma que no hay mejor manera de practicar el cristianismo que la concretada por Enrique Angelelli, hecho que determina una profunda amistad entre el riojano y el arzobispo santafesino.

El 26 de abril de 1976, los sacerdotes de La Rioja escribieron a Zazpe diciéndole que «nuestra situación se torna cada vez más asfixiante y difícil; nuestro ministerio es vigilado y tergiversado; nuestra actividad pastoral es tildada de marxista y subversiva. No es el pueblo riojano quien procede de esa manera, sino el grupo de siempre, los que ayer se lanzaron a una campaña de calumnias y hoy ante el cambio de gobierno se presentan ofreciendo listas. Como consecuencia se producen allanamientos y detenciones. Presentan a La Rioja como aguantadero de la guerrilla y a Angelelli como cabecilla principal. Este es uno de los temas principales de los interrogatorios. Existe una confabulación a fin de lograr su objetivo: separar al pueblo de su Iglesia».

Angelelli le agregaría que «es hora que la Iglesia de Cristo en la Argentina discierna a nivel nacional nuestra misión y no guarde silencio ante hechos graves que se vienen sucediendo. Nuevamente pongo a disposición mi renuncia para que no siga La Rioja dando dolores de cabeza ni a la Santa Sede, ni al nuncio ni a mis hermanos obispos».

En julio de 1976, Angelelli le volvió a escribir a Zazpe: «estoy solo entre mis hermanos obispos de la Argentina».

El 4 de agosto de aquel año, el Pelado es asesinado también sobre una ruta y también intentando simular el hecho detrás de un aparente accidente.

Zazpe había pedido por la protección de Angelelli en una carta que le enviara al arzobispo de Córdoba y vicepresidente primero de la Conferencia Episcopal Argentina, monseñor Raúl Francisco Primatesta, tal cual lo reconoció en 1985, en ocasión de los juicios a las juntas militares cordobesas, en un testimonio por escrito presentado ante la doctora María Elba Martínez. Primatesta no hizo casi nada para ayudar a Angelelli y prácticamente archivó aquel pedido de Zazpe.

Si Zazpe hubiera vivido un par de años más seguramente habría informado sobre la actuación de militares, integrantes de otras fuerzas de seguridad, civiles, empresarios y religiosos, durante la dictadura.

Zazpe no convenía para la estructura de impunidad que iba a encorsetar el origen de la democracia y cubrir la concentración económica que comenzaba a dibujarse como consecuencia directa de la dictadura.

Cuarenta años después de la muerte de Zazpe es imprescindible recuperar la conciencia histórica del rol de la iglesia santafesina en el último medio siglo. Esa es la idea de estas líneas.

*Monseñor Vicente Faustino Zazpe Zarategui, nació en Buenos Aires, el 15 de febrero de 1920 y falleció en Santa Fe, el 24 de enero de 1984, fue arzobispo de la Iglesia católica de Argentina. El Papa Juan XXIII lo nombró primer obispo de la recién creada diócesis de Rafaela, el 12 de junio de 1961 y fue arzobispo de la arquidiócesis de Santa Fe. Este miércoles 24, la iglesia recordará a monseñor Zazpe a 40 años de su fallecimiento. Su vida era un testimonio viviente, produjo una notable renovación eclesial según el espíritu del Concilio Vaticano II, al promover la creación de nuevos organismos pastorales, la mayor participación del laicado y de nuevos movimientos apostólicos.