Por Walter Graziano

¿Desactivar totalmente la economía a causa del coronavirus? Las naciones ricas se cuidan mucho de llegar a tal extremo a raíz de la situación sanitaria. Y en Argentina, en cambio, se llega a ese punto con una facilidad asombrosa. Nuestro país, que cuenta con un tercio de su masa laboral trabajando fuera del sistema formal y, por lo tanto, casi sin red de contención, se arriesga a “tirar a las fieras” a grandes cantidades de personas que pueden no llegar a tener con qué comer.

Es muy encomiable el esfuerzo que en tal sentido está por desarrollar la ANSES de lanzar salvavidas a los millones de personas que pueden terminar nadando en medio del mar. Pero que desde el máximo nivel político se piense en evacuar el transatlántico sin que haya chocado contra el iceberg no parece una solución razonable ni atinada. Hay que decirlo sin vueltas: la economía -o, mejor dicho, la carencia de política económica- puede ser un arma mucho más mortífera y letal que el coronavirus. Ya antes de la aparición de la nueva enfermedad en nuestro territorio podíamos tener la acertada impresión de que no había plan económico. Y era natural que ello fuera así dado que sin solución al tema de la deuda no puede programarse nada de nada. Hay que darle la derecha al Gobierno en ese sentido.

Sin embargo, la cuarentena obligatoria y la locura de cerrar los bancos, sumando así un “corralito financiero” al “corralito personal”, amenazan con colocar a la Argentina entre los países que deciden correr mayores riesgos de sufrir un paro económico de tal magnitud que luego será muy difícil poder elaborar cualquier plan económico que persiga cifras “decentes” de crecimiento e inflación por más arreglo satisfactorio con el tema deuda que haya. Y es que cuanto más restrictiva sea la normativa en cuanto a circulación de la población para intentar dominar al virus, más abiertos deben estar los bancos porque en un país con restricciones de todo tipo a salir a la calle es previsible que se experimente con el correr de los días una formidable demanda de efectivo que no se puede abastecer meramente con transferencias entre cuentas ni con retiros de cajeros automáticos para los que se establecen límites y cupos de todo tipo, entre ellos, el del propio faltante de billetes.

Ocurre que para sobrevivir sin salir a la calle hay que tener dos cosas: provisiones en la heladera y efectivo en el bolsillo. Con los bancos cerrados no se abastece adecuadamente el efectivo y para colmo se corre el riesgo de que sobrevenga una marea de cheques rechazados y otros vencimientos impagos como consecuencia del desacierto de la suspensión del “clearing” bancario sumado al deficiente rol de emisor de papel moneda del Banco Central, entidad que en estas circunstancias, lejos de licenciar al personal de las entidades, debería planificar cómo hacer para emitir base monetaria al acelerado ritmo que se espera que la gente la demande. Con bancos cerrados, enormes cantidades de personas tendrán problema tras problema para cobrar el sueldo y centenas de miles de pequeñas empresas estarán al borde de la bancarrota por no poder siquiera abrir sus puertas. Hay que concluir que es cierto que la economía puede ser mucho más mortal que el coronavirus.

Y es que hay que preguntarse si Donald Trump, Boris Johnson, Jair Bolsonaro y Andrés Manuel López Obrador no están, con sus propios límites, más cerca de una política correcta que muchos otros países latinoamericanos. Al respecto, el número de infectados nada indica, no es un índice de nada. Es el conteo de muertos el que hay que mirar. Al respecto, las cifras de Alemania parecen ser no sólo las más precisas, sino también las que debieran señalar el camino. ¿Qué indican los números germanos? Pues bien, en aquel país se está midiendo la real incidencia del contagio del virus muchísimo más que en otros, dado que hay testeos de coronavirus mucho más amplios a todo el círculo que rodea a todo infectado conocido. Esa amplitud de testeo llevó a medir que sobre 35.000 infectados conocidos haya 175 fallecidos. O sea un 0,5% de los enfermos, a lo sumo. Y generalmente se trata de gente con patologías previas. Vale decir que si se midiera bien en los demás países, sorprendería el avance del virus, pero más sorprendería lo poco que mata. Y donde realmente mata es en los estratos mayores de la sociedad, donde allí si la tasa de mortalidad puede superar 10%. Vale decir entonces que los jóvenes no corren casi ningún riesgo y los mayores, uno muy preocupante. ¿Qué se ha hecho en el exterior al respecto? Vale el ejemplo de Suiza, donde se decretó cuarentena obligatoria para los mayores de 65 años y no para el resto de la población que sigue haciendo su vida normal con el limitante de que no haya reuniones de grupos de más de 5 personas a la vez. Eso es lo que parece atinado para Argentina y no esta locura de parar totalmente una economía a la cual Macri dejó con infinidad de problemas.

En este punto llega el momento de empezar a sacar algunas conclusiones acerca de si con este virus estamos frente a un fenómeno natural o frente a un experimento de características orwellianas como los que pueden leerse en la magnífica novela distópica “1984”. ¿Por qué? Pues bien, hasta hace unas décadas atrás las enfermedades eran siempre las mismas con alguna que otra nueva irrupción cada varias décadas. En cambio, desde los años 70 la humanidad asiste primero al “raro” nacimiento del ébola, que mata a cerca del 70% de los infectados con gran rapidez; al nacimiento “de la nada“ del HIV, que ha matado millones de personas, en todos los continentes; luego, al no menos “raro” virus del ántrax, desconocido hasta no hace demasiado, que tuvo su efímero cuarto de hora de fama con la caída -bastante “orwelliana”, hay que decirlo- de las Torres Gemelas; luego, al asombroso surgimiento del mortífero SARS en la nefasta era de Bush; de allí al surgimiento de la gripe aviar en medio de una histeria colectiva, para pasar a la gripe A del virus H1N1 en 2009 con una nueva cepa de un viejo virus, de allí al poco mencionado pero muy real MERS, con un virus nacido -sólo presuntamente- a partir de los camellos de Medio Oriente y ahora a este coronavirus.

Una pregunta, estimado lector: ocho epidemias a raíz de ocho “nuevos virus” en menos de 50 años. ¿No es demasiado? ¿Son todas estas enfermedades naturales? ¿Y si estamos frente a un experimento social de características gigantescas? ¿Y si fuéramos nada más que peones que somos movidos en el tablero de un juego? Ya lo decía Orwell: “La guerra es la paz, la libertad es la esclavitud, la ignorancia es la fuerza”. Claro, bajo un simulacro de paz internacional parecen desarrollarse experimentos de masas con agentes bacteriológicos o virales que despiertan diferentes respuestas en cada país. Por eso “la guerra es la paz”. ¿Y qué quiso decir Orwell con “la libertad es la esclavitud”? Que bajo la apariencia de libertad existente en las democracias capitalistas se pueden desarrollar experimentos sociales por lo cual, creyéndonos libres somos en realidad esclavos. En cuanto a la tercera parte de la frase -“la ignorancia es la fuerza”- no necesita ningún tipo de explicación.

Argentina debe cuidarse muy especialmente de actuar de manera desmesurada frente a este poco mortal virus. No parece haber sido un acierto la cuarentena obligatoria indiscriminada. Además de provocar una psicosis colectiva, puede hacer que la economía fabrique millones de nuevos pobres y muchos, muchísimos más “muertos silenciosos” que el octavo nuevo virus en menos de medio siglo. Para saber qué hacer, nada mejor que echar mano nuevamente de Orwell, cuando en “1984” postulaba que “Quien controla el presente controla el pasado. Quien controla el pasado controla el futuro”. Frase que debiera figurar en los anales de la sabiduría política más profunda: no se puede controlar el futuro de manera directa. Imponer una cuarentena indiscriminada y forzosa parece un vano intento de ello. Hay que empezar por controlar el presente. Los alemanes y los suizos -sobre todo- parecen estar haciéndolo bastante bien. Trump, Bolsonaro, López Obrador y Boris Johnson también parecen hacer denodados esfuerzos por sobrellevar el presente económico en las mejores condiciones posibles. Intentar imponer un futuro “de facto” puede ser propio de médico, pero no de estadista. Estimado lector: para entender qué pasa en el mundo nada mejor que usar parte del “tiempo muerto” que ahora todos tenemos en mayor o menor medida para leer historia, y alguna de la mejor literatura de todos los tiempos. Si no le gusta… puede seguir aprendiendo cómo lavarse las manos mientras canta imaginariamente dos veces el “Cumpleaños feliz”.