Por David Narciso

Lo primero que hizo Agustín Rossi cuando lo confirmaron como presidente del bloque de diputados nacionales del Frente para la Victoria fue puntear una larga lista de reuniones: desde Nicolás Masot (PRO) a Nicolás a Del Caño (Frente de Izquierda), pasando por Graciela Camaño del Frente Renovador, Diego Bossio y Pablo Kosiner del bloque Justicialista vinculado a los gobernadores, el Movimiento Evita y todos los monobloques, entre ellos los tres de santafesinos a los que conoce muy bien: Alejandra Rodenas de Nuevo Espacio, Luis Contigiani del Frente Progresista y el baigorriense ex secretario de Transporte Alejandro Ramos. Con todos habló. Con unos tendió puentes, con otros los reconstruyó. A los de la oposición les dejó un mensaje: “Cuenten con nosotros para articular estrategias de oposición”.

Sale Recalde entra Rossi

La ley de ajuste previsional resultó un escenario a la altura de la imagen de batallador en las buenas y en las malas que cultivó Rossi entre 2005 y 2012. Fama que se ganó tanto en su tarea de diputado –destacó siendo oficialista y mayoría entre 2005 y 2012 y ahora en su debut como primera minoría opositor– como de candidato –encabezó listas cuando Néstor Kirchner lo apoyó y cuando no también–.

El retorno de Rossi a la jefatura de bancada implica un giro de 180 grados con respecto a los dos primeros años del gobierno de Macri. Aturdido por la salida del poder, acosado por una inusual y repentina ofensiva judicial contra sus principales figuras, golpeado por las fracturas, el kirchnerismo tuvo dificultades a la hora de definir cómo pararse ante cada avance del gobierno.

El primer objetivo que se propuso fue sacar al bloque kirchnerista del aislamiento, lo que explica esa agenda de diálogo con todos. Todos abarca también al oficialismo y a los “compañeros” que hasta hace dos meses se los consideraba “traidores” y hoy “compañeros que se fueron a otro lado”. La excepción es Elisa Carrió, con quien ya tuvo su primer altercado público.

Salir del aislacionismo

Ese cambio de enfoque tiene que ver con una “mirada realista”. En los primeros días de noviembre, cuando su nombre sonaba tanto como el de Axel Kicillof para dirigir el bloque, Rossi dejó en claro que en la actual etapa el kirchnerismo debía proponerse articular estrategias amplias y versátiles: “Habrá que comprender a los compañeros que responden a gobernadores del peronismo, que tienen sus necesidades y compromisos con el gobierno nacional; ellos no van a estar votando siempre con nosotros”, decía Rossi entonces.

No le erró en el diagnóstico. Para la ley de ajuste de jubilaciones la oposición reunió 117 votos, pero para las leyes de consenso fiscal y presupuesto 2018, votadas horas después, fue mucho menos: apenas el bloque del Frente para la Victoria, el Peronismo para la Victoria (Movimiento Evita) y la izquierda. Poco más de 70.

“Esto va a ser así. En temas calientes que pegan en la opinión pública vamos a ser más. Y en los que menos interés generan porque la gente no termina de ver el perjuicio, seremos un número más chico”, adelantan en el bloque.

Rossi conduce 65 diputados. Fuera de eso, los más cercanos son los 4 del Evita y un puñado de bloques unipersonales. Muchos de éstos últimos bien podrían estar en el FPV, pero por situaciones personales o compromisos en sus provincias necesitan ese margen de maniobra individual. Es el caso del santafesino Alejandro Ramos, kirchnerista muy cercano a Julio de Vido y procesado en una causa que investiga manejo de subsidios.

La contracara

Si para algunos Rossi es el arquetipo de militante, portador de cierta épica que le insufló su condición de bravo coronel kirchnerista en las buenas y las malas (cabe recordar los escraches y agresiones que sufrió durante el debate de la resolución 125 en 2008), el mismo que en 2012 debió partir, entre sorprendido y contrariado, al Ministerio de Defensa, para otros es un político que no tiene escrúpulos para defender lo que sea y a quien sea, incluidos un gobierno y sus funcionarios a los que jueces y parte de los medios acusan poco menos de cometer corrupción en masa.

Fuera del ámbito político, para quienes no comulgan con el kirchnerismo la figura de Rossi resulta irritativa. Su regreso a un lugar protagónico no puede traer nada bueno, creen, sólo la intención de impedir y perjudicar al gobierno.

Ese furibundo sentimiento antikirchnerista lo expresó con vehemencia la periodista y ex candidata a intendente por la UCR Susana Tealdi tras los costos que pagó el gobierno al sacar la ley previsional. En Facebook, conmovida por lo que describió como “un clima horroroso fogoneado por mucha gente que como vos no tolera estar fuera del poder”, despotricó contra el diputado y su carrera política.

Fuera de las redes sociales, las diferencias y críticas no se expresan con la vehemencia de Tealdi, pero también las hay. Buena parte del peronismo santafesino, nunca alcanzado por la representatividad plena del kirchnerismo, por años lo trató de aislar y lo combatió, al tiempo que le reprochaba que su proyecto era personal.

El que madruga…

Sin embargo Rossi madrugó a todos sus compañeros de partido. Al día siguiente que Macri ganó el balotaje presidencial, él inició su campaña para diputado nacional. Mientras el resto trataba de digerir el desconcierto y esperar que decante el tsunami, Rossi vio que su condición de figura antimacrista por antonomasia, lo posicionaba a futuro.

Así fue que mientras no pocos lo consideraban un cadáver político, él se reinventó. En su condición de único referente electoral de peso para el pankirchnerismo, el resto del PJ tuvo que admitir que lo necesitaba. Al final hasta les ganó la interna.

En el Frente Progresista, y en particular el socialismo, le imputan haber habilitado operaciones políticas cotidianas que golpeaban y desgastaban, en especial durante la gobernación de Antonio Bonfatti.

Y todos, por dentro y fuera de la política, le endilgan no haber hecho esfuerzo como santafesino para frenar el maltrato y la discriminación que sufrió la provincia durante las presidencias de Cristina Fernández.

Sin embargo, un cuestionamiento tan serio, en la última campaña no alteró su ruta. Rossi es la brújula de un núcleo duro de electores cuya fidelidad sólo responde a un paradigma político-ideológico. No más. Se adhiere o se rechaza. Esa posición de fuerza le resultó suficiente para retornar al Congreso, meter tres concejales en Rosario y obligar a que Omar Perotti y los senadores del PJ le guarden una silla a la hora de las decisiones partidarias.

Vale aclarar que en tiempos en que a ningún ex funcionario kirchnerista se le niega una investigación por corrupción, al día de hoy no existen causas que toquen a Rossi como imputado. Ni siquiera en el caso de quienes cíclicamente llaman la atención sobre el rápido crecimiento empresario de su hermano Alejandro, que en tiempos del kirchnerismo se consolidó como jugador nacional entre los prestadores de transporte público de pasajeros.

Otra etapa

El retorno de Rossi a la jefatura del mayor bloque de diputados opositores no es un acontecimiento menor. Cuenta con la ventaja de conocer el paño, con lo que ya le hizo transpirar la camiseta de lo lindo al oficialismo con la ley jubilatoria. Esa conferencia de prensa con los jefes de bancadas opositoras, hombro con hombro con el representante de la izquierda más tradicional, es una señal de que, así como el gobierno entró en una etapa de ir por todo tras ganar las legislativas, en la oposición abren la cabeza y se reagrupan para cerrarle el paso.

Agustín Rossi, por oficio, experiencia y por conducir el principal bloque de la oposición, será una pieza clave en esta historia.