Por Daniel Oscar Siñeriz Griffa

En una expresión muy simple el Padre Obispo Vicente Zazpe, histórico Pastor de la Iglesia en la ciudad de Santa Fe, sintetizaba un desafiante CONTRASTE: “En la bolsa de la vida, cuando suben los intereses, bajan los valores”. Dejaba pintado así, en pocas palabras, el escenario de este sistema que ya venía arrasando, depredando y convirtiendo la “brecha” social en un “abismo” incontrolable.

Los intereses “desatados” suelen no reconocer límites ni “marcos de referencia”, padecen de una patología multiplicadora de desencuentros y desigualdades. Al punto que en un famoso programa televisivo como es “A dos voces”, hace un par de décadas, el destacado economista Jorge Ávila sostenía enfáticamente que no hay parentesco entre ECONOMÍA Y ÉTICA. Con todo respeto creo que esa ruptura está en la base del descalabro de la convivencia humana.

La Ética señala el equilibrio necesario pasa sostener la armonía de nuestro “Hábitat” (Ethos), y orienta para una saludable y sustentable convivencia entre todos los seres que lo habitamos. La Economía se ocupa de establecer “las reglas de la casa” (Oikonomos), para garantizar un intercambio justo y sustentable de Bienes y Servicios.

Este marco valioso y orientador nos permite una expectativa optimista acerca de la posible CONJUNCIÓN entre VALORES E INTERESES. Se trata de orientar el “torrente apasionado” de los intereses en la dirección posibilitante y creadora de condiciones más humanas. En el horizonte DEL BIEN COMÚN Economía y Ética pueden darse la mano, en la búsqueda apasionada y constante de una vida más humana y de una convivencia más justa.