Por Walter Graziano

Los meses transcurren desde que se ha puesto en marcha el programa acordado con el FMI y la situación económica no presenta ninguna mejoría apreciable. Los tibios números de mejor producción en algunos rubros en febrero con respecto a enero a esta altura no representan más que una anomalía en un ciclo fuertemente descendente, y además amenazan con representar -más allá de que puedan perdurar algunos meses- el famoso “rebote del gato muerto”, con el que se conoce un rebote en el nivel de actividad que no lleva a ninguna parte y luego encima está condenado a debilitarse y perderse en sí mismo. Es que el Gobierno cayó en su propia trampa: desde agosto del año pasado lo único que persigue, lo único que le importa, es que el dólar no suba. Toda otra consideración pasó al archivo. La estabilidad cambiaria es la única y exclusiva meta que persiguen nuestras autoridades. Y ahora, tras varios meses de lograda esa calma y tras un avance muy moderado del dólar que en ningún momento desde que se implementó este programa tendió a desbocarse, se cae en la cuenta de que esa paz cambiaria tan añorada sirve de poco y nada: la economía luce en un estado tan debilitado como cuando el dólar subía con fuerte impulso. ¿Cómo es esto posible? Pues bien: nuestro Gobierno creyó, infantilmente, que la estabilidad del dólar iba a producir una mágica reactivación económica. Que era solo cuestión de esperar tiempo. Como quien lanza semillas al aire esperando por eso cosechar luego los frutos. Pero he aquí que no se consigue nada por el estilo. Es cada vez más notorio que sin un plan económico no tiene objeto esperar que una calma con el tipo de cambio derive en una importante reactivación económica. No hay ningún impulso en ningún sector para que eso ocurra. Es que eso luce imposible si no se lanza antes un programa económico integral que ajuste algunas variables que promuevan que el sector fiscal, el sector monetario y la política cambiaria actúen en sincronía elevando a la vez la oferta y la demanda en la economía.

Pero no hay nada de eso. Ni un solo atisbo. Lo único que hay es una promesa de que no habrá déficit fiscal primario ni emisión de base monetaria. Y nada más que eso. Al plan doble cero le faltó poco y nada para llamarse “triple cero”: cero déficit operativo, cero emisión de base y cero crecimiento. Ocurre que en ningún manual de economía, ni para principiantes ni para especialistas avanzados figura que con mantener el equilibrio fiscal y con no emitir base monetaria es suficiente para que un país crezca. Y menos aún que crezca establemente y sin obstáculos. ¿Por qué entonces se produce este error, este enorme malentendido? Porque el Gobierno es víctima de un discurso propagandístico y acientífico que le fue inculcado por varios de sus economistas que le auguraban “lluvia de inversiones” y que a su vez inculcó a su masa de votantes. Se trata del discurso que reza que si se deja a las fuerzas económicas en total libertad y no se produce nada que ocasione inflación, un país crece y crece sin parar. Creyeron nuestras autoridades que bastaba con librar las variables económicas a su propia suerte y no emitir para que todo se solucione como por arte de magia.

La realidad, en cambio, nos muestra una cosa bien diferente: nuestra economía, librada a su propia suerte no va a ninguna parte. Nada surge de la nada. Sin programa económico no hay nada. Ni siquiera hay con qué empezar. Por lo tanto, la desilusión que debe haber “puertas adentro” del Gobierno con lo que está sucediendo es seguramente mayúscula: corrieron al Fondo Monetario Internacional al primer traspié, creyendo que ese organismo ponía los dólares necesarios para pagar durante uno o dos años mientras la economía recuperaba rápidamente terreno y se producía un nuevo despegue y la realidad muestra en cambio la amargura de una verdad trivial: nada sale de la nada.

Para poder cambiar el rumbo entonces es necesario primero de todo que las autoridades comprendan fehacientemente -lo que lleva tiempo y no ocurre en uno ni dos meses- que dólar calmo no significa en modo alguno crecer. Es necesario un dólar calmo para crecer. Pero su existencia no garantiza nada. ¿Y cuándo, entonces, un dólar calmo produce incremento tanto en la oferta como en la demanda de bienes y servicios? En una economía subdesarrollada como la argentina, cuando junto al dólar calmo se produce un fuerte descenso de tasas de interés, un ingreso de capitales que no busca rápidos rendimientos para retirarse, una política monetaria que garantiza que habrá a la vez crédito abundante y alguna regla monetaria que evite una expansión indeseada y finalmente, incentivos de política fiscal a la inversión, la producción y -cuanto más, mejor- a la exportación. Esa es la fórmula que garantiza que un dólar calmo termine produciendo un importante crecimiento económico. Claro que es necesario que esa fórmula esté bien balanceada, mezclada y cohesionada, lo cual es una tarea para especialistas económicos bien creativos.

El problema es que no hay muchos. Pero si eso no se hace podemos pasarnos una eternidad entera con el dólar calmo que solo tendremos garantizada la quietud de un paisaje estático, donde nada se desajusta ni tampoco se mueve. Para poder lograr una calma cambiaria acompañada de un buen ritmo de crecimiento hace falta, entonces, primero despojarse de la falsa idea de que no hay que hacer nada porque el mercado por sí mismo, librado a sus propias fuerzas, sin déficit primario y sin emisión, va a lograr sacar a la economía del estancamiento. Cuando se piensa que el mercado lo hace todo es cuando se prueba que el mercado es insuficiente. No condenemos al mercado a fracasar.