Por Carlos Duclos

“Deben ser los gorilas, deben ser, que andarán por aquí…” La canción, popularizada por el ingenio del humorista Aldo Cammarota en la  famosa tira cómica radial “La Revista Dislocada”, allá por la década del cincuenta, le dio pie al ingenio popular, especialmente aquel de raigambre peronista, para calificar a todo  conspirador, golpista, de derecha y antiperonista, contrario al bien común, que pretendía o procuraba derrocar al gobierno del general Perón.

En una entrevista realizada hace ya casi treinta años, Cammarota explicaría el génesis de la palabra gorila: “En marzo de 1955, hice por radio (en La Revista Dislocada) una parodia de Mogambo, una película con Clark Gable y Ava Gardner, que sucedía en África. En el sketch había un científico que ante cada ruido selvático, decía atemorizado: «deben ser los gorilas, deben ser». La frase fue adoptada por la gente. Ante cada cosa que se escuchaba y sucedía, la moda era repetir «deben ser los gorilas, deben ser». Primero vino un fallido intento de golpe y luego el golpe militar de 1955. Al ingenio popular le quedó picando la pelota: «deben ser los gorilas, deben ser». Los golpistas se calzaron gustosos aquel mote”.

Y desde entonces se inmortalizó el gorila y el gorilismo político (y no político), cuya naturaleza puede definirse como la de un resentido, con aires de venganza, un intolerante que cree que la verdad le pertenece, que se siente superior, aunque sea no más que un pobre y miserable petimetre digno de lástima.

Los gorilas políticos están en todas partes, pero no todos son peligrosos. El gorila se vuelve preocupante cuando obtiene el poder (en este caso político), porque es allí donde destila toda su incapacidad para el bien común y derrama toda esa toxina que acumula y que va en desmedro de lo que él considera inferior o “grasa”, es decir el pueblo a menudo humillado, aplastado e imposibilitado de crecer.

El gorila se ha extendido por gran parte de América, pero tiene su asiento real, claro, en Argentina. El gorila, además, es un sujeto político paradojal: se cree superior, pero lame las botas (por favor no cambiar la “t” por la “l”, porque va contra los cánones de las buenas costumbres y del buen decir) de los poderes internacionales ante quienes se entrega y a quienes rinde cuentas.

Pero no sería justo no  decir, también, que el gorila aún sobrevive y tiene influencia y poder  gracias a la banana falsamente progresista o populista, con sus políticas de mentiras, con sus acciones corruptas, con su falsa concepción de la lucha (que entiende como una arremetida a matar o morir)  que lo alimenta. Está también, desde luego, el fruto del plátano del que se nutre el gorila: la traición, el péndulo interesado, ese que ora está aquí, ora allá de acuerdo con lo que conviene al dirigente, sin importar el destino del pueblo. Y así es dable observar a veces a un “líder” que ayer estaba en el llamado “campo popular” y hoy en la elevación neo liberal.

En el gorila, el ser humano imparcial puede apreciar cabalmente la teoría darwiniana sobre la evolución de las especies. Los nuevos gorilas ya no son tan frontales (lo que no signifique que sean sutiles, delicados, porque grotescos siempre lo serán). Han aprendido a mentir, a endulzar el corazón de los desprevenidos, a anestesiarlos con sus bonitos mensajes para luego clavarles el aguijón que destila su naturaleza.

Suponer, por lo demás, que el gorila es un comportamiento específicamente político es un error. El gorilismo pulula por todos los ambientes y su naturaleza es siempre la misma. Es pueril, por otra parte, creer que al gorilismo se le puede combatir con la misma arma. “Con el gorila sólo hay que hacer una cosa –decía un viejo dirigente- dejarlo hacer, porque siempre termina víctima de su propio veneno” .
Aclaración del autor: cualquier semejanza del contenido de esta nota con la realidad de nuestros tiempos, no es pura coincidencia.