Algunos le llaman demonio, maligno, Mefistófeles, diablo o satanás. El Libro de las Revelaciones, también conocido como Apocalipsis, le dio el nombre de “la bestia” (en minúscula para no concederle jerarquía). En algunas ocasiones he utilizado las palabras “sistema”, “mercado” para definir a este ente perverso.pacto

Aunque es cierto, debe aclararse, que el “sistema”, entendido como manipulador y sojuzgador del hombre común, bueno e inocente, es sólo la herramienta de la cual el “maligno o demonio”  se vale para humillar y denigrar a gran parte de la humanidad. El demonio, en rigor de verdad, es el  artífice del sistema, quien lo maneja para satisfacer sus necesidades diabólicas.

Pero… ¿quién es el demonio? Si bien el cristianismo habla de la encarnación del mal en una persona que será el “Anticristo”, hecho que se producirá en algún momento de un tiempo no muy lejano, es posible decir que el demonio hoy se ha establecido como fuerza  que actúa en ciertos grupos de sumo poder económico con asiento en países poderosos, pero que tiene ramificaciones en todas partes del Planeta, incluso Argentina, desde luego. Esta es la avanzada del Anticristo.

¿Es posible vincular al demonio y sus agentes con el poder económico que no está al servicio de todos los hombres, sino a su propio servicio? No sólo es posible para el verdadero creyente, sino necesario. Es, se diría, una obligación que lo debe impulsar al compromiso.

El poder económico maligno ha esclavizado al hombre, lo ha hecho cautivo de sus estrategias. Y así como una parte del pueblo hebreo traicionó a  Dios al pie del Monte Sinaí adorando al “becerro de oro”, así hoy una parte de la humanidad, por inocencia, por indiferencia, por benigna ignorancia o por complicidad,  adora al “dios dinero” de diversas formas. Esta parte de la humanidad ha sido esclavizada, porque debe entenderse que la esclavitud no ha sido abolida, sino que fue ocultada tras un velo de aparente libertad. Hay, en los hechos, en este posmodernismo, una “libertad virtual”, pero no real.dolares

El mercado o sistema, a través de la publicidad (léase manipulación mental) determina la vida de las personas mediante el control de la voluntad y el establecimiento de pautas culturales y económicas. No es casualidad, por ejemplo, que algunas empresas no permitan a la persona  realizar ciertas transacciones si  no está debidamente registrada en el “sistema”, o si no se dispone de una tarjeta de crédito. Hace pocas horas, para ser precisos,  el empleado de un banco dijo a un cliente que con tarjeta de débito “la casa no permitía ciertas operaciones comerciales”. El “sistema” requiere saciar su apetito monetario de diversos modos: uno de ellos es el plástico de crédito, que demanda al cliente un costo de mantenimiento y un pago de intereses por su uso que muchas veces o siempre es usurario. Propio del mal.

No es casualidad que el día de descanso sagrado instituido por la divinidad, sea hoy pasado por alto por muchos cristianos y judíos. Y hasta haya “creyentes” que defiendan a capa y espada el trabajo dominical o sabático. El maligno, a través de sus agentes, ha logrado que el dinero esté por encima no ya sólo del hombre, sino de Dios.

El Apocalipsis lo advirtió, lo adelantó claramente: “la bestia  hace que nadie pueda comprar ni vender, sino el que tenga la marca: el nombre de la bestia o el número de su nombre”. Eso es lo que se está viviendo en nuestros días y es lo que irá propagándose con mayor ferocidad y virulencia.

Este demonio, llamado sistema, estuvo y está encubierto en un capitalismo liberal salvaje o en un capitalismo de estado, pero siempre tiene una raíz común y las víctimas son siempre las mismas: el ser humano pobre e incluso con ciertos bienes materiales, pero que tarde o temprano, de un modo u otro, paga las consecuencias del accionar de “la bestia” que instaura con su acción las siguientes aberraciones sociales que hieren a todos por igual: pobreza, hambre, enfermedades, adicciones, violencia moral y física, robos, homicidios, guerra, etcétera. En suma, muerte.