David Narciso

La expulsión de los diputados Rubén Giustiniani y Silvia Ausburguer del bloque del Frente Progresista en la Legislatura provincial blanquea un divorcio que llevaba años puertas adentro del Partido Socialista. El bloque Igualdad y Participación integraba el oficialismo en los papeles pero a la hora de las votaciones se posicionaba en contra. A las puertas de un año electoral, con Giustiniani decidido a jugar con un partido vecinal propio en Rosario y discurso opositor, la decisión de las autoridades del interbloque tiene varias consecuencias: lo empuja definitivamente a la vereda de enfrente, le retira la posibilidad de usufructuar los beneficios económico-institucionales propios de pertenecer al oficialismo, y da una señal clara: las disidencias se dirimen dentro del interbloque y no en público, evitando así debilitar las posiciones del Ejecutivo.

Números

La salida de Igualdad y Participación deja al Frente Progresista con 26 votos propios sobre un total de 50 en la Cámara de Diputados. Las otras 24 bancas se reparten entre el universo de bloques opositores: las distintas variantes del PJ, Frente Social y Popular, PRO y ahora los dos socialistas. En cuestión de números lo más complicado pasaría por la Asamblea Legislativa, donde el oficialismo tenía una ajustada supremacía de 36 a 33 (pasa a ser 34-35), aunque en la práctica los consensos de gobernabilidad con sectores del justicialismo en ambas cámaras, en especial del Senado, le permiten al Ejecutivo no pasar sobresaltos a la hora de las votaciones. Una de esas situaciones en las que Giustiniani y Ausburguer no acompañaron fue durante la suspensión del cargo del defensor general Gabriel Ganón, pero sin embargo no pusieron en riesgo el resultado porque fueron ampliamente compensados por los senadores justicialistas, además de los del Frente.
Esos equilibrios tienen oscilaciones. La eyección de la dupla Giustiniani-Ausburguer plantea un interrogante sobre el futuro del radical Palo Oliver. El diputado y ex intendente de Santo Tomé también juega de líbero y el año pasado se mostró más cercano a coordinar posiciones con Giustiniani que con el resto, pero su posición dentro del Frente no está en el punto de la de los socialistas disidentes.

Historia de una fractura

Expulsar es una decisión siempre controvertida. El tema de habilitar participación en el interbloque oficial a quienes luego no se comprometen a votar lo que resuelve la mayoría fue conversado en varias oportunidades el año pasado. Si bien en el radicalismo aseguran que nunca se habló explícitamente de echarlos, reconocen que sí se analizaron posibles pasos a seguir.

El apartamiento fue comunicado por el representante del socialismo en el interbloque del Frente Progresista, Eduardo Di Pollina, y el jefe de la bancada partidaria, Rubén Galassi. No es un dato menor. Di Pollina fue mano derecha y principal operador de Giustiniani hasta 2011. Tras esa elección, en la que el entonces senador nacional y presidente del partido se presentó a la interna de gobernador del Frente y salió tercero detrás de Bonfatti y Barletta, Di Pollina rompió, se acercó al sector Binner-Bonfatti, que acababa de ratificar su supremacía electoral y partidaria (dos años después Giustiniani debería dejar la presidencia del PS en manos de Binner). Con él se fue además buena parte de la estructura de militancia, especialmente universitaria, que hasta entonces había seguido a Giustiniani.

La candidatura a gobernador de Giustiniani al margen de cualquier decisión orgánica del partido terminó por romper las relaciones entre ambos sectores. El senador entendía que debía hacer crecer su espacio y plantar una alternativa interna. Binner y Bonfatti lo vieron como una jugada que obedecía a intereses individuales, que ponía en riesgo el liderazgo socialista del Frente y la posibilidad de continuar en la Casa Gris, teniendo en cuenta que un sector radical había desafiado al candidato de Hermes Binner promoviendo al santafesino Mario Barletta.

Incluso Miguel Lifschitz, que ese año tuvo que declinar su postulación forzado por la decisión de Binner de que su sucesor fuera Antonio Bonfatti, sostuvo que la decisión de Giustiniani de abrir una candidatura que dividía votos “era imperdonable”. De hecho él, que podría haber desafiado con un camino similar, acató las reglas de juego y esperó su turno desde el Senado provincial.

Proyecciones futuras

La expulsión llega en las puertas de un año electoral. La conducción legislativa, seguramente con aval previo del Partido Socialista, eligió pagar algún costo político antes que mantener una astilla del propio palo que ante cada tema marcaba diferencias o los corría por izquierda, instalando disidencias públicas dentro de la coalición gobernante. Con ese grupo afuera, estima que pasa a controlar ese tipo de situaciones.

El socialismo se desprende de un sector minoritario que, con las limitaciones del caso, intentará disputarle el lugar de centroizquierda con el que se identifica. Y de hecho intentará hacerse una agenda de temas que el Frente Progresista no concretó. Por eso, por ejemplo, Giustiniani machaca sobre una ley de control de los servicios públicos. Y aporta como únicas pistas su pertenencia al universo de centroizquierda, en línea con Pino Solanas, Pablo Micheli y Héctor Polino en el orden nacional, y con Carlos del Frade (FSP) y Germán Palo Oliver (UCR) en el provincial.
Desde el otro flanco, el socialismo pulsea con grupos radicales que militan abiertamente a favor del gobierno de centroderecha de Mauricio Macri, lo cual dificulta la política cotidiana y los vuelve socios incómodos y por momentos antagónicos. Una situación que en más de una oportunidad lo obliga a hamacarse entre el partido progresista de centroizquierda que se dice y posicionamientos más pragmáticos y amplios para no ceder porciones de electorado independiente a manos de Cambiemos.

De todos modos, la resolución de las contradicciones dentro del Frente Progresista por la militancia de grupos radicales en Cambiemos es el capítulo que viene. En ese sentido, la explicitación de la fractura con Giustiniani, alguna vez hombre fuerte del partido Socialista y por 20 años su presidente, pareciera sólo una grajea. Las definiciones a venir podrían alcanzar la escala de un cisma y su área de flagrancia superar las fronteras del Frente Progresista.