Por Walter Graziano

Cuando se medita sobre las recientes e impactantes medidas encaradas durante el fin de semana no cabe más que una sola reacción: el asombro. El mismo Gobierno que hasta hace solo días se vanagloriaba de haber terminado con el “cepo” al dólar concluye instaurando otro que en algunos aspectos puede incluso ser más estricto que el que hubo durante el gobierno anterior, dado el presumible impacto negativo sobre la posibilidad de comprar divisas vía el sistema de “contado con liquidación” que siempre existió durante el anterior “cepo”, posibilidad que parece ahora esfumarse por completo porque entre las medidas una en especial trabaría la operatoria con bonos de la deuda para ingresar o sacar capitales. Solo quedará entonces la alternativa del “blue”, por lo que la brecha puede ser en poco tiempo formidable.

Pero vayamos directamente al punto principal: las autoridades tenían la posibilidad de desdoblar el mercado de cambios regulando un “dólar comercial” por donde pasaran exportaciones e importaciones, al mismo tiempo que se dejara flotar un “dólar financiero” libre y legal para todas las demás operaciones (atesoramiento, turismo, dividendos, regalías, etc.). Esa hubiera sido una opción muy ventajosa sobre la elegida porque el Gobierno se garantizaba de esa manera desenganchar el precio del dólar “libre” del de los alimentos y de la tasa de inflación, al tiempo que el Estado se hacía con el resultado en dólares del superávit comercial con el cual se conseguían divisas para ir pagando la deuda externa. En vez de eso se decide prohibir de un plumazo toda operación financiera que implique la compra de dólares por más de 10.000 al mes. Dichas compras ahora deberá abastecerlas el BCRA que deberá desembolsar una porción significativa del superávit comercial para abastecer a esa demanda de u$s10.000 mensuales que se supone será vastamente utilizada por gran cantidad de depositantes que quedaron –así las cosas– atrapados por el “cepo” con sus pesos en los bancos. El resto deberá pasar por el mercado “blue” que con los días debería mostrar una brecha muy considerable dada la tosquedad de las medidas.

Pero de todas maneras, estimado lector, no crea que con estas medidas encaradas está todo dicho. Habrá que acostumbrarse de aquí en adelante, y por varios meses al menos, a que toda batería de medidas sea provisoria. Algo de eso se observó la semana pasada cuando se debió dar marcha atrás con el intento de trabar el cobro de Letes y Lecap por parte de fondos comunes de inversión, los que lograron recuperar parte de los vencimientos para poder pagar a las “personas humanas”. Idéntica situación se puede llegar a vivir, y parece que esto ocurre por varios frentes. ¿Porqué? Porque el drenaje de reservas solo en una parte minoritaria se estaba produciendo vía venta de dólares a tenedores de depósitos en pesos –factor que en alguna medida seguirá ocasionando drenaje ahora– sino que la mayoría pasaba por caída de depósitos en dólares que desde las PASO hasta ahora descendieron por alrededor de u$s5000 millones. Comparado con esa cifra, que se hayan vendido cerca de u$s1500 millones desde la misma fecha luce a poco. Lo prioritario es entonces calmar el nerviosismo que hay entre los depositantes en esa moneda. Como ninguna de las medidas anunciadas se dirige a ese objetivo que debiera haber sido prioritario, es de pensar que las autoridades deberán en los próximos días atender ese problema que puede seguir siendo un gran dolor de cabeza.

Una de las vías de acción podría ser, por ejemplo, sacar de las reservas y poner en depósitos especiales en una entidad del exterior a nombre de los bancos comerciales los encajes de los “argendólares” de forma que los depositantes de dólares sepan que los encajes de sus dólares están a salvo de cualquier “manotazo” que a la desesperada pudiera dar el Central. Hay otras posibilidades también. Lo cierto es que esta debiera ser la prioridad absoluta hoy mismo. Y es que aquí hay un problema: si bien los depósitos en dólares en la era de 2003 a 2015 –al igual que la deuda reestructurada– se honraron y pagaron puntillosamente, solo había unos u$s10.000 millones en los bancos en aquella época. Ahora ese monto, aún después de los retiros abultados post-PASO triplica aquella cifra, lo que marca que hay una gran cantidad de depositantes que prefirió traer sus dólares luego del blanqueo, con este Gobierno al que jamás en la vida creyó capaz de instaurar un “cepo”. Ahora, tras lo ocurrido este fin de semana, urge tomar todos los recaudos para que los dueños de esos dólares depositados respiren aliviados. Por eso es muy llamativo que ninguna de las medidas anunciadas haya ido en ese sentido. Todos los fusiles apuntaron a atacar el “mal menor” y ninguno a combatir el “mal mayor”.

Y es que esta es una cuestión que se viene repitiendo últimamente: o no se toman medidas, o se las toma con gran demora, cuando ya pierden efectividad, o directamente se toman medidas que lucen “a priori” imposibles de efectivizarse correctamente. Cabe citar por ejemplo el caso del “canje voluntario” de bonos de deuda que vencen entre 2020 y 2023. Se hizo un anuncio más que solemne al respecto, pero las dudas son enormes acerca de que hacer algo así sea factible. Veamos porqué: un tenedor cualquiera de un bono que vence en 2020 y 2021 observa como su bono de corto plazo arroja rendimientos de más del 40% anual en dólares. Tales son los rendimientos de los “bonos cortos”. La pregunta es entonces: ¿Qué rendimiento deben tener los cupones de un bono a vencer en el 2025 en adelante que resulten tentadores para un inversor que quedó atrapado en un “bono corto”? ¿50% anual?, ¿70% anual?, ¿90 % anual? Como se ve una locura. Un verdadero disparate. Un canje voluntario con rendimientos normales solo sería posible entonces si se aumentara el monto de la deuda: o sea si para canjear un bono de u$s 100 de valor nominal se ofrecieran a cambio bonos de u$s150 o más. Otro contrasentido. No hay canje voluntario posible aumentando el stock de la deuda.

Uno se queda entonces atónito al observar el collar de adoquines que se pone a sí mismo el Gobierno adoptando canjes de deuda impracticables, desatendiendo la real necesidad de calmar a los inversores de depósitos en dólares o aplicando un control de cambios salvaje, innecesario ante la alternativa de un civilizado desdoblamiento cambiario que podría haber separado la inflación de la dolarización de carteras –que continuará a incierto ritmo– y a su vez podría haber implicado una suculenta ganancia de reservas para el pago de la deuda vía compra del superávit comercial por parte del Banco Central, el que ahora se verá fuertemente atenuado por la dolarización atendida por la entidad. Y diríamos muy fuertemente, porque basta que 50.000 ahorristas en pesos utilicen mensualmente el cupo de u$s10.000 de compra al mes para que se “evaporen” de las reservas u$s500 millones mensuales: nada más y nada menos que la mitad del superávit comercial de los “buenos meses” de las exportaciones. Y para este contexto la realidad indicaría que 50.000 ahorristas son en realidad… pocos.

Por eso, estimado lector, no crea que este es el fin de la película. En absoluto. Solo es el comienzo.

Fuente: ámbito.com