El 13 de febrero de 1895, los hermanos franceses Auguste y Louis Lumiére patentaron el cinematógrafo, y rodaron su famosa «Salida de los obreros de la fábrica», dando así partida de nacimiento oficial a la historia del séptimo arte.

Sin embargo, en el pequeño Museo de los padres Paúles de Los Milagros (Orense), un aparato datado tres años antes cuestiona la historia oficial: se trata de un cinematógrafo construido por un sacerdote paúl, profesor y erudito inventor del que nadie parecía acordarse hasta que, con motivo de los 150 años de su nacimiento, varios investigadores decidieron sacarle del olvido.

El primero de ellos fue el padre Mitxel Olabuenaga, quien rescató su historia para una recopilación de biografías de padres paúles, puesta en la red en 2013. Años más tarde, en 2015, con motivo del 120 centenario del cine, y en 2018, con motivo del 150 aniversario del nacimiento del sacerdote, muchas voces se empezaron a escuchar con fuerza reivindicando su figura.

Nacido de una humilde familia campesina de Tardajos (Burgos), Mariano Díez Tobar pronto destacó por su brillante inteligencia. Entró en la Sociedad de San Vicente de Paúl, y al poco de estrenar los 20 años, fue enviado al colegio de los paúles de Murgia (País Vasco), donde el joven participaba en conferencias y tertulias de alto nivel científico.

Allí, según explica el cineasta e investigador Rodrigo Cortés en un interesante artículo publicado por el diario ABC, Mariano dicta en 1892 una conferencia sobre uno de sus inventos, titulada así: El cinematógrafo: descripción del aparato por el que las imágenes de las personas, lo mismo que las demás cosas, sea que en el acto existan, sea que ya no existan, aparecen al vivo y como si fueran la realidad, con sus colores, movimientos, etc., ante nuestra vista. Tiene tanto éxito, que la repite en Bilbao a los pocos meses.

La conferencia despierta el interés de la revista El Mundo Científico, que publicó un resumen de la conferencia, con esta sencilla nota: “El conferenciante (referido al P. Díez) autoriza con absoluto desinterés a cualquiera de los asistentes (o lectores) para que lleven a la práctica cualquiera de las ideas o conceptos que se encuentren nuevos en sus conferencias».

Uno de los asistentes fue precisamente el empresario francés afincado en España, A. Flamereau, representante de los hermanos Lumiére para su negocio de fotografía. Según explica Rodrigo Cortés, el padre Tobar, que no tenía ningún interés en hacer dinero, entregó su invento al francés: la fórmula matemática que lograba sincronizar el pase de las imágenes con la cruz de malta del obturador. Un empeño en el que habían fracasado genios de la talla de Thomas A. Edison.

Los Lumiére, agradecidos, invitaron al sacerdote al primer pase público de su invento en España. Allí se acabaron los reconocimientos que recibió en vida, a pesar de que no dejó de inventar cosas durante su relativamente corta existencia: un aparato para conservar el vino, otro que obedecía a la voz humana o un idioma global similar al esperanto.

¿Cambiará esta reivindicación la historia del cine? Seguramente, el modesto padre Tobar no lo habría juzgado necesario. Como tampoco juzgó necesario ofrecer resistencia cuando sus superiores le ordenaron destruir sus notas y sus trabajos científicos, en una desproporcionada exigencia de obediencia o para «evitarle la tentación de la vanidad». Lo poco que se conserva de él es lo que publicó la prensa de la época sin su consentimiento.

Pero algo ha cambiado, según afirmó en una conferencia en 2018 el director de la Cátedra de Historia y Estética de la Cinematografía de la Universidad de Valladolid Javier Castán: «Hasta ahora, en la carrera por las patentes del cinematógrafo se tenían en cuenta tres piezas, que eran los Lumière en Francia, Edison en Estados Unidos y los hermanos Skladanowski en Alemania. A partir de ahora, seguramente habrá que tener en cuenta cuatro».

Curiosamente, el presidente del Gobierno Pedro Sánchez ensalzó la figura del sacerdote durante su visita al Instituto Tecnológico de Castilla y León, en marzo de 2019.