Por Ignacio Fidanza

La Argentina es un país muy particular que pone en revisión hasta las verdades más establecidas. Fue en esta tierra donde se elaboró el Teorema de Baglini, que describe el proceso de convergencia al pragmatismo de las fuerzas políticas, en la medida que se acercan al poder.

Hoy estamos viviendo esa conversión, pero desde el llano. La Cristina irreductible, de convicciones y odios acerados del poder, mutó en las últimas semanas en una dirigente pragmática a extremos impensados, como recuperar el diálogo amable con Duhalde, a quien no atendía desde aquel 2005 en el que venció a su esposa.

Un breve repaso por los cierres provinciales encuentra a la ex presidenta sacrificando sin pestañar a sus propios candidatos, para potenciar las chances de éxito de dirigentes peronistas clásicos como Perotti, Casas, Peppo, Rioseco, Bertone y otros, muy alejados del ideario de izquierda con el que la emparentan. «Al final del día, en el peronismo terminan juntándose todos», descubre el presidente, acaso sin percatarse que esa frase es una descripción de lo que está fallando en la gestión política de su gobierno. El ganó en el 2015 porque supo alimentar una división del PJ, que desde el poder no supo consolidar.

Mientras que en un movimiento espejo, sí Cristina iba para Podemos, en los últimos quinientos metros sorprendió con un ataque de pragmatismo peronista, que todavía no ha sido dimensionado en toda su profundidad. Por lo que implica como potencial para una elección que encuentra al gobierno de Macri, sin mucho para ofrecer, más que la apelación a valores de complejo aterrizaje en la vida cotidiana, como la apertura al mundo o la lucha contra el narcotráfico y la corrupción.

No son banderas para subestimar, pero en una economía en caída libre es muy desafiante intentar que den positivo en el equilibrio interno del votante, que vive el efecto disolvente de la inflación.

«Al final del día, en el peronismo terminan juntándose todos», descubre el presidente, acaso sin percatarse que esa frase es una descripción de lo que está fallando en la gestión política de su gobierno.

Miguel Angel Broda se juntó con Macri semanas atrás, se suponía para que lo ayudara a elaborar un «plan económico integral». A la luz del análisis que le trazó este viernes a los técnicos del Banco Mundial con los que compartió un almuerzo en Tomo I, es evidente que aquel encuentro o no terminó bien o el macrismo tienen alguna dificultad para empatizar hasta con los que deberían ser sus aliados naturales.

«Argentina está en manos de un clínico y necesita un oncólogo», describe el economista más respetado de la City, sin preocuparse que lo escuchen en las mesas cercanas. «Son malos para gobernar y tienen técnicos como ministros, con esta idea populista que sólo con nombrar gente pro mercado es suficiente», agrega.

Si hay una persona en el mundo de la economía a la que no se puede acusar de kirchnerista es Broda. Por eso, resulta muy interesante su análisis de lo fue el último tramo de esa experiencia. «Kicillof produjo crecimiento, pero dejó una bomba», señala y concluye: «Cristina perdió por la política, no por la economía, que crecía al 2,5 por ciento y la gente estaba mejor que ahora».

De ahí que este pragmatismo de la Cristina del Instituto Patria, sea tan riesgoso para un gobierno que se cierra sobre Marcos Peña y desarma con displicencia la superestructura política que le permitió llegar al poder. Monzó no está, Cenzón tampoco, Sanz menos y hasta pilares como Larreta y Vidal, han sido confinados a sus distritos. No existe otra mesa chica que la de Macri y su jefe de Gabinete. «Yo estoy en muchas mesas, ninguna de las que deciden», bromea un ministro.

Si Cristina perdió por la política, hoy Macri está obligado a ganar por la política. La economía es un lastre muy pesado, que ni siquiera entrega la única contraprestación que prometió ante el fuerte ajuste en marcha: un descenso de la inflación.

Lo que iba a ser un breve e intenso paso por el desierto, desde octubre no para de sumar kilómetros de arena. El problema inflacionario regresó con fuerza sobre el final de un mandato que fracasó en su intento por doblegarla. Por eso Macri ya no habla de economía.

«Es la primera vez que la Argentina llega a una elección en un proceso de agonía, no de colapso», teoriza Cristina en la intimidad.

No vale la pena hacer historia económica. Lo interesante es el metamensaje de esa frase. Estamos en un proceso de deterioro en curso, para tomar decisiones políticas de fondo hay que esperar hasta el último minuto. El cierre de listas para las primarias presidenciales es el 22 de Junio. «No sería raro que Cristina defina entre el 18 y el 20», afirman mitad en serio mitad en broma, cerca de la ex presidenta.

Las variables que va a mirar para definir su candidatura o un paso al costado, son las obvias: la situación económica y los números en las encuestas. En el mientras tanto, el objetivo es infligir a Macri todas las derrotas posibles, en un proceso de demolición para el que trabaja con una autodisciplina desconocida.

Por eso, La Cámpora casi no aparece y lideran gobernadores y peronistas clásicos, allí donde miden. La ex presidenta parece entender de manera cabal, que no le sobra nada. La pregunta es: ¿El gobierno se da cuenta que está en una situación similar?

Porque ese es otro dato saliente del momento actual, transitamos una historia de fracasos acumulados. Una historia sin inocentes y con muy pocas novedades en el menú. Es decir, es muy probable que esta elección sea empastada, poco gloriosa y termine ganando el que cometa menos errores. No hay mucho margen para relatos épicos ni entusiasmos desbordados. Es bastante obvio que lo que viene tampoco será muy agradable. Gane quien gane.