Por Daniel Siñeriz*

El mensaje “a la vista” que nuestro mismo cuerpo nos ofrece está “latente” también, en su consideración, en un protagonista central de su funcionamiento como lo es nuestro CORAZÓN.

Tal vez sea el órgano más nombrado en el cancionero popular, en la literatura poética; presente especialmente en los dibujitos de los chicos, cuando nos hacen sus regalitos gráficos; protagonista cierto de las expresiones más sentidas; hasta en las competencias deportivas, donde los jugadores lo dibujan con sus manos, emocionados al celebrar los logros conseguidos.

El CORAZÓN late cien mil veces por día, dentro de nosotros, impulsando seis o siete litros de sangre con un recorrido de diecinueve mil kilómetros por arterias, venas y capilares cada 24 horas. Sístole y diástole son los mecanismos que señalan ida y vuelta del vital elemento, donde sólo hay circulación y nunca acumulación.

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Allí, entonces, está plasmada LA LEY DE LA VIDA: DAR Y RECIBIR; RECIBIR Y DAR. Tal como habían anunciado antiguamente los Profetas al Pueblo rebelde, que no cumplía las Leyes de Dios: “El Señor ya no escribirá su Ley en tablas de piedra; ahora la va a escribir en sus CORAZONES, para que nadie pueda decir que no sabía”.

Eso es lo que Dios escribió y que el corazón repica cien mil veces por día: “DAR Y RECIBIR; RECIBIR Y DAR”. Nunca ACUMULAR, siempre COMPARTIR. Por eso, en nuestro querido y muchas veces descuidado CORAZÓN, podemos leer un CRITERIO CLAVE para una ECONOMÍA A ESCALA HUMANA: QUE TODO CIRCULE, LLEGUE Y SE COMPARTA; QUE NADA SE ACUMULE, SE GUARDE Y SE NIEGUE. ¡También esto es “cuestión de vida o muerte”! BUEN VIVIR.

*“Domingos de igual a igual” de 10 a 12 por FM 107.5.