Por Gabriel Fernández

Hasta ahora, la única acción contundente del titular del Enacom, Claudio Ambrosini, ha sido desmentir a la Televisión Pública sobre un eventual control para evitar las fake news en internet. El funcionario emitió un enérgico comunicado señalando que no va a controlar nada y que cada medio debe hacerse responsable de lo que publica. Cuánto surge de este párrafo.

En principio, ya está bien del término fake news, que deja la sensación de un “virus” novedoso, cuando en realidad no es otra cosa que las mentiras habituales que a lo largo de la historia han difundido los espacios concentrados de comunicación.

Mintieron sobre la “locura” del Peludo en 1930, acerca de la “fortuna” de Juan Perón en 1955; mintieron sobre la lucha contra el “terrorismo” en 1976 mientras desaparecían nuestros cuerpos de delegados y militantes populares. Mintieron sobre el decurso de la recuperación de Malvinas en 1982. Mintieron sobre las causas de la hecatombe del 2001 y mintieron todo el tramo kirchnerista, con un «periodismo de guerra» admitido por los propios realizadores.

Y más, claro. Así que lo que estamos viviendo no es fake news, sino la línea editorial histórica de la “prensa seria” como ironizaba el forjismo. Pero eso no es todo. En este difícil presente, Ambrosini fue designado para tender puentes con Clarín debido a su estrecha relación con Jorge Rendo, quien junto a José Antonio Aranda y, claro, Héctor Magnetto, conduce los destinos del Grupo.

Este último mes, para no abundar, la empresa monopólica ha alentado versiones sobre enfrentamientos internos en el oficialismo, denostado funcionarios, difundido notas de fondo que incluyeron insultos para el presidente y sus compañeros, la detección de comunismo en médicos y hasta una innoble comparación de la vicepresidenta con una víbora que se desplazó por la zona de Retiro. En simultáneo, ha puesto en duda la efectividad de impuestos a productores agropecuarios y a grandes fortunas. Y armó una crisis de teléfono descompuesto en torno de las cárceles que evidenció una falta de precisión informativa alarmante.

Con paciencia e ingenuidad pensamos que en algún momento, en cumplimiento del sentido de su presencia, Ambrosini iba a alzar un teléfono y decir a Rendo “che, paren esta campaña destituyente”; si se quiere, podía añadir la expresión «por favor», pues igual servía. Pero de un burro sólo cabe esperar patadas y difícil que el chancho chifle: sea como fuere, y sin dejar de percibir las pautas surgidas del fisco, el Grupo Clarín, envuelto por el Grupo Noble, se siguió comportando como una empresa agroexportadora que retiene divisas y apuesta a la primarización.

A menos que la vorágine informativa nos lleve a confundir a Jorge Rendo con el célebre Toscano, que jugó con fluidez en ambos polos del clásico de barrio porteño por antonomasia.

Una oposición sin banderas halla centro de acción en las mentiras de los grandes medios y su reproducción vulgar en redes. La respuesta, tenue, se asienta en la baja analítica de los medios públicos –lindante con la despolitización-, en el escaso o nulo respaldo a los medios nacional populares y en el acceso a las entrevistas con entorno malintencionado propuestas por los espacios periodísticos del Grupo en cuestión.

Para quienes evalúen que estas líneas configuran una oposición al gobierno nacional, es pertinente aclarar que las mismas intentan, con fundamento, ayudar a proteger una gestión escogida por el voto de nuestro pueblo de los incesantes embates de las compañías beneficiarias de los períodos comandados por José Alfredo Martínez de Hoz, Domingo Felipe Cavallo y Nicolás Dujovne. E implican, claro, un gesto de autodefensa popular. Todo lo que escribimos está orientado en esa dirección.