Por Diego Fusaro

Existe un libro de 2013 de Patrick Zylberman y titulado Tempêtes microbiennes(Gallimard, París 2013), que tiene, entre otros, el mérito de haber intuido, en tiempos insospechados, la esencia del nuevo método de gobernanza de la crisis. El libro de Zylberman, al que también se refiere Giorgio Agamben, muestra cómo la «seguridad sanitaria» está a punto de convertirse en el eje de las estrategias políticas liberales.

Ya Attali, como recordarán, había subrayado, en su artículo del 3 de mayo de 2009 en L’Express, la mayor eficacia de una «crisis pandémica» en comparación con una «crisis económica» tradicional para la puesta en marcha de un gobierno mundial post-nacional.

Zylberman, aunque desde una perspectiva decididamente diferente, llegó a una conclusión teórica no tan lejana: la emergencia sanitaria y el miedo terapéutico se convertirán, según dijo en 2013, en el fundamento de nuevas políticas, dando lugar a un punto de inflexión médico en el paradigma de seguridad anteriormente vinculado al «terror islamista» (Nueva York, 11.9.2001) y, en conjunto, al «terror económico» de la crisis. Esto produciría un nuevo «terror de salud» como método de gobierno.

Este método funcionaría «a plena capacidad», hay que decirlo, operando en el marco de lo que se denomina el peor de los casos, es decir, literalmente, el peor de los casos. Es según esta lógica gubernamental que se explica, por ejemplo, la sombría profecía publicada en 2005 (y recordada también por Agamben) por la Organización Mundial de la Salud: «de dos a 150 millones de muertes por la gripe aviar entrante».

El libro de Zylberman, sin embargo, se adelantó a la conocida profecía de 2015 de Bill Gates, el multimillonario y vaticinante «filántropo»: «Si algo matará a 10 millones de personas en las próximas décadas, es más probable que sea un virus altamente contagioso que una guerra». No hay misiles, sino microbios». Podemos afirmar razonablemente que tanto las profecías del «filántropo» Bill Gates como los análisis pioneros del intelectual Zylberman se han hecho realidad.

Este último en su estudio – que es realmente una herramienta esclarecedora para entender lo que, en mi opinión, está sucediendo con la emergencia del Covid-19, – explica que el dispositivo de terror sanitario y el arte del gobierno terapéutico se basan en tres puntos decisivos, que Agamben también examinó.

En primer lugar, sobre la base de un posible riesgo, se construye un escenario ficticio: en el que los datos se presentan en abstracto como científicos y en términos concretos de manera que se genere un comportamiento que rija una condición extrema de máximo peligro.

En segundo lugar, se supone puntualmente que la lógica del «peor escenario posible» construye, sobre esa base, un régimen de racionalidad política creado ad hoc para regir la situación. Así pues, la racionalidad política preordenada puede parecer inevitable y objetivamente requerida por la situación: según el conocido paradigma de la crisis, la opción política se contrapesa y se hace más fácilmente aceptable, como lo requiere la situación, que en gran parte es en sí misma creada por la narrativa y el único uso aparentemente científico de los datos.

Los datos, por cierto, son el elemento que se presta a aparecer como científico, objetivo e incontrovertible: y que, eo ipso permite, mediante manipulaciones adecuadas basadas en la omisión y selección de los propios datos, pasar de contrabando lo subjetivo por lo objetivo, lo científico por lo político, lo necesario por lo discrecional.

En tercer lugar, finalmente, el cuerpo de los ciudadanos redefinidos como sujetos, controlados panópticamente (drones, trazabilidad, brazaletes electrónicos, etc.), se organiza de forma integral. Además, en nombre de la emergencia y del nuevo régimen de racionalidad política, se activa un paradigma en virtud del cual el ciudadano debe adherirse a los imperativos del poder mostrándose responsablemente activo. Esto es lo que Agamben llama «civismo superlativo»: asegura que las obligaciones impuestas, no pocas veces con decretos ni siquiera tamizados por el parlamento (véase, por cierto, la plétora de Dpcm), se introducen de contrabando como prueba de altruismo, responsabilidad y sentido cívico.

Al mismo tiempo, como señaló Agamben, en el marco del nuevo orden sanitario del capitalismo terapéutico, vemos el desmoronamiento del derecho a la seguridad sanitaria, el derecho a la «salud» propio de los ciudadanos de las democracias modernas: el sujeto del régimen sanitario no tiene el derecho a la salud, sino la obligación legal de la bioseguridad y la salud. Está obligado a estar sano, ya que, de no ser así, sería una amenaza para la bioseguridad y, como tal, debe ser tratado mediante la cuarentena, el aislamiento y, tal vez, incluso la reclusión (¿forzada?) en su casa.

En palabras de Stefano Bonaccini, gobernador de Emilia Romagna: «Es necesario encontrar casa por casa a los infectados y aislarlos en estructuras especiales, en lugares de cuarentena. Tenemos más de setenta unidades móviles especializadas que viajan por toda la región para buscar a quienes, en esas condiciones de vivienda, no están en condiciones de proteger a sus familias o a sus cohabitantes» (Piazzapulita, 7, 14.5.2020).

Fuente: https://www.ilfattoquotidiano.it/2020/05/19/per-qualcuno-la-sicurezza-sanitaria-diventera-perno-delle-strategie-politiche-liberiste/5806848/