Por Daniel Oscar Siñeriz Griffa

Al hablar de Sabiduría se suele aludir a la cantidad y diversidad de conocimientos que podemos adquirir y poco se piensa en “saber vivir”, en encontrarle “sabor” a la vida o en descubrir todo su “sentido”; asociado también a la capacidad de “disfrutar” la vida.

Claro que si nos remitimos a los comienzos, allí está presente la Sabiduría desde el origen más remoto alentando la creación entera con su “aleteo” sobre las aguas, diseñando el universo en su belleza y complejidad, en su riqueza y diversidad, paso a paso, instante por instante.

Así la presenta el libro bíblico que lleva su nombre: ”La sabiduría posee un espíritu inteligente, santo, único, múltiple, sutil, ágil, penetrante, límpido, transparente, inmutable, amante del bien, agudo, dispuesto, benéfico, amigo de los hombres, estable, firme, libre de inquietudes, que todo lo puede…”y lo más interesante es que allí mismo se insiste en que sepamos buscarla y pedirla o, más bien saber abrir el corazón y la mente para recibirla, porque es el más exquisito regalo que Dios quiere hacer a todos.

Si decíamos al comienzo de “saborear” la vida, aquí podemos encontrar muchos “condimentos” valiosos para pararnos de otra manera y arrancar de nuevo y, en el mismo terreno, empezar a “descubrir” verdaderos tesoros de posibilidades; sin ir más lejos y sin gastar un solo peso.

Aquí tenemos al alcance de todos lo que Jesús ofrecía como “agua viva”, capaz de calmar la sed de felicidad que nos habita; o el “pan compartido” para saciar el hambre de una vida digna, plena y feliz para todos.