Por Pacho O’Donnell- Infobae

La (mala) suerte de nuestra Argentina se decidió el 3 de febrero de 1852. Ese día se enfrentaron en terrenos de la familia Caseros el proyecto federal-protoindustrial-popular liderado por Juan Manuel de Rosas contra el porteñista-oligárquico-agroexportador a cuyo frente se puso Justo José de Urquiza. Rosas contó con las exiguas fuerzas de su reserva y los incorporados de apuro luego de haber sido traicionado y despojado del ejército nacional por el gobernador de Entre Ríos, quien le presentó batalla al frente de una inmensa fuerza militar –Ejército Grande lo llamó su boletinero, Domingo Faustino Sarmiento-, integrado por las tropas que Rosas había armado y entrenado para enfrentar a Brasil, el ejército brasileño, fuerzas uruguayas y también exiliados unitarios en Montevideo.

Detrás de esta imponente fuerza militar estaba el aval y el sostén de Gran Bretaña. Y esta es la clave de lo que significó Caseros, cuando se nos quiere imponer que fue la de abrir el camino hacia la constitucionalidad.

¿Por qué Gran Bretaña? Porque Urquiza y sus jefes, la oligarquía porteña, como quedó demostrado pocos meses después, cuando el entrerriano fue expulsado sin miramientos de Buenos Aires, se habían demostrado mucho más receptivos a los intereses de la gran potencia de la época, que difundía por el mundo el catecismo del libre comercio, es decir, la libertad de comerciar con Gran Bretaña, la gran potencia económica que necesitaba mercados para colocar su producción industrial, inflada, paradojalmente, durante años de cerrado proteccionismo.

Rosas y su Confederación, en cambio, siempre habían puesto trabas a las pretensiones «gringas», resistencia que culminó con la Ley de Aduanas de 1835, que había sido discutida ya en el encuentro de Buenos Aires con las provincias del Litoral, Corrientes, Entre Ríos y Santa Fe, en 1830.

De acuerdo con dicha ley, que Inglaterra vivió como un desafío a vengar, se protegían las industrias provinciales, duramente castigadas durante los gobiernos unitarios que abrían la importación a las mercancías extranjeras. La Confederación rosista les impuso impuestos que iban del 24% al 35% y en no pocos casos la absoluta prohibición de su ingreso. La competencia extranjera con las zapaterías vernáculas debió pagar el gravamen de 35 por ciento. A las tejedurías criollas se les entregaba sin competencia el mercado de ponchos, ceñidores, flecos, ligas y fajas de lana o algodón, como también de jergas, jergones y sobrepellones para caballos, artículos estos cuya introducción quedaba totalmente prohibida. Se gravó con un fuerte derecho de 24% la importación de cordones de hilo, lana y algodón, así como de pabilo, y con uno aún mayor del 35% a las vestimentas, las frazadas y las mantas de lana.

Los productos de granja como legumbres, cebada y maíz se prohibían totalmente; las papas, cuya producción no era bastante para satisfacer el consumo, quedaban recargadas con un cincuenta por ciento.

Un ejemplo interesante fue el fomento del mate: las yerbas del Paraguay (cuya independencia no se había declarado), Corrientes y Misiones pagaban un módico derecho del 10%, cuando provenía del Brasil su aforo alcanzaba al 24%; los sucedáneos del mate (café, té, cacao), al ser recargados con igual porcentaje, devenían artículos de lujo y no competían con el mate. El tabaco que no fuera de procedencia nacional oblaba el 35 por ciento. El azúcar, el 24%, los alcoholes (vino, vinagres, aguardientes y licores), el 35 por ciento.

¿Cuáles fueron las consecuencias de la Ley de Aduanas? Según el censo de 1853, había en ese año 1065 fábricas montadas, 743 talleres y 2008 casas de comercio que con los gobiernos pos Caseros fueron mermando. En Córdoba se elaboraban zapatos y tejidos, sus pieles de cabra curtida se exportaron a Francia en tales cantidades que el gobierno francés decidió prohibirlas para proteger a su industria local. Tucumán potenció sus producciones de muebles y despegó la nueva industria del azúcar, que alcanzaba para abastecer a casi todo el norte argentino y comenzaba a introducirse en Buenos Aires.

Salta se convirtió en otro gran centro industrial especializado en la hilandería, la elaboración de cigarros, vasijas, suelas, becerros, curtidos, harina y vino. Catamarca con algodón, vinos y aguardiente. San Luis, textiles y cueros. Entre Ríos, cuero curtido, postes de madera, maderas para quemar y cal. En Santa Fe, algodón y tejedurías. En Corrientes, maderas de construcción, tabaco, almidón, naranjas y algodón, y se abrieron carpinterías. Algo similar ocurrió en las demás provincias.

Tal desarrollo se reflejó inevitablemente en las exportaciones: entre 1835 y 1852, la de lana se multiplicó por cuatro, la de cueros por tres y la de sebo por más seis.

Sin lugar a dudas, la Ley de Aduana de Buenos Aires desató un vertiginoso desarrollo económico en todo el territorio nacional, lo que irritaba a Gran Bretaña, que hasta entonces había lucrado con la sociedad de los comerciantes porteños, introduciendo mercaderías industrializadas de toda laya a menor precio, incluso prendas gauchescas como bombachas, rastras y ponchos.

Ese fue el quizás el motivo más importante de la invasión de la poderosa armada británica aliada a la francesa en 1845, que fue repelida en la imponente gesta de la Guerra del Paraná, más recordada por el nombre del primer combate, la Vuelta de Obligado. Sin duda fue ese un antecedente claro de Caseros, como también lo fueron las invasiones inglesas de 1806 y 1807, el préstamo Baring, la creación del Banco de la Provincia y otras constataciones del interés inglés por dominar al territorio del Río de la Plata.

Puede compararse Caseros con lo sucedido en la Guerra Civil norteamericana: el norte progresista e industrialista, autosuficiente, se impuso al sur latifundista, esclavista y agroproductor dependiente de mercados exteriores. En nuestras tierras sucedió lo contrario.

El gran San Martín lo vio claro en su correspondencia con Tomás Guido: la Vuelta de Obligado fue la segunda guerra de la independencia, esta vez contra Gran Bretaña. Siguiendo ese mismo argumento, Caseros fue la segunda caída en la dependencia de una potencia extranjera.

La inevitable derrota del proyecto federal-protoindustrial (recordar que Rosas era un empresario dueño de saladeros) en las vecindades del palomar de Caseros nos dejó el país que aún seguimos siendo: una nación dependiente de algún poder extraterritorial, sea nación o holding financiero, monoproductor agrícologanadero, culturalmente ajeno a sus raíces criollas e hispánicas y exaltador de lo ajeno, con sectores dominantes en todos los rubros comprometidos con intereses ajenos a los nacionales.

Sí, la Argentina se jodió el 3 de febrero de 1852.