Todos los refrigeradores familiares tienen un uso específico y muy limitado: conservar elementos comestibles y bebibles, aunque también puedan usarse para guardar algún que otro artículo perecedero; o un medicamento o algo que necesite preservarse de la humedad o conservarse en frío.

Fuera de la búsqueda de dichos artículos en momentos de necesidad, en teoría no existen otros motivos que justifiquen la apertura de tan venerado electrodoméstico, hecho que además fundamenta aquella conocida consigna familiar de: “Cerrá la puerta de la heladera”.

Consecuentemente, tendríamos que dirigirnos hacia dicho artefacto únicamente en ocasiones claras y definidas: cuando tenemos hambre o sed. Pero no siempre sucede así y muchas veces podemos encontrarnos mirando curiosamente en su interior, como si existieran posibilidades de que mágicamente aparezca algo que nosotros mismos no introdujéramos.

Entonces sería bueno preguntarse ¿Qué buscamos en la heladera?

Pareciera que quisiéramos hallar algo que llene ese vacío que suele aparecer en una parte del organismo, físicamente detectable cerca del abdomen, y al que haciendo una gran simplificación podemos erróneamente traducir como hambre o sed.

Es un hueco que intermitentemente aparece en muchos de nosotros, y una primera reacción puede consistir en intentar llenarlo con algo sólido, y si es sabroso y abundante, mejor. Pero la experiencia indica que esta estrategia nunca da buen resultado, porque rápidamente resurge el malestar y así descubrimos estar equivocados porque por más que se coma y que se beba el señor agujero permanece inalterable.

Avanzando un poco en el análisis veremos que las molestias que se ocasionan están más relacionadas con otra dimensión de la existencia, más cercana a lo que se piensa y a lo que se siente, que a las necesidades fisiológicas, y en consecuencia resulta inmune a los ataques culinarios. Es claro que no tiene mucho sentido insistir con esta conducta, que además suele generar una carga culposa después de cada innecesaria ingesta.

Es vano que sigamos buscando alivio para el alma en el interior de una heladera, porque el espíritu tiene cierto tipo de apetitos que allí jamás podrán saciarse, y las cosas que lo alimentan no están en ese lugar. Es más probable ya estén adentro nuestro, tan cercanas como para no verlas, y si queremos descubrirlas tendremos que dejar de seguir generando confusión.

Quizá así hallemos el alimento indicado, y estando un poco más ligeros de equipaje podremos conocer los anhelos sencillos del espíritu; será recién cuando el hecho de comer y de beber vuelva a ser la fuente del desarrollo humano equilibrado, y un verdadero placer de los sentidos.