Por Hugo March

 

Que los seres humanos vemos lo que queremos ver y escuchamos lo que queremos escuchar no es ninguna novedad, pero hay algunos temas sobre los que tendríamos que reflexionar si de lo que se trata es de otros seres humanos a los que no vemos ni escuchamos.

Y no estoy hablando de los excluidos, los que viven en la calle ni de los que nada tienen, estoy hablando de personas que están plenamente integrados al circuito laboral, que prestan generalmente servicios que nosotros utilizamos, y la mayoría de las veces pasan desapercibidos a nuestros ojos.

Me sucedió hace unos días al ingresar a un Sanatorio en uno de mis últimos Tours de salud, cuando al entrar saludé y agradecí al señor que cumpliendo su trabajo de seguridad muy amablemente me abrió la puerta. El hombre no sólo respondió mi saludo sino que me lo agradeció.

Lo menos que podía hacer era preguntarle porqué me agradecía si sólo hice lo que corresponde al llegar a un lugar: saludar. Y el buen hombre me dijo que no estaba acostumbrado, que nadie lo saluda al entrar, y el hecho de que yo lo hiciera le había mejorado el ánimo. Tanto fue que al retirarme me convidó con un caramelo. ¿Será para tanto pensé?

En otra oportunidad, encontrándome de viaje en un fin de semana de Pascuas, se me ocurrió decirle Felices Pascuas a quienes cobraban los pejes. Imposible describir el rostro de sorpresa y la alegría con que me respondían, se nota que tampoco es muy frecuente que intercambiemos con estas personas con las que tenemos un trato breve, pero lo efímero no quita lo cortés ni el reconocimiento humano.

Estamos invisibilizando a muchas personas, se me ocurre también pensar en quienes realizan tareas de limpieza en los grandes centros comerciales, en las veredas y en las calles, los choferes de micro, los camilleros de los hospitales e infinidad de seres humanos que nos brindan importantes e invalorables servicios, y a los que a veces ni siquiera miramos.

Entre otras cosas esto suele suceder porque gran parte de nuestro tiempo vivimos en piloto automático, y vamos haciendo unas cosas mientras pensamos en otras, conversamos con alguien y divagamos sobre que haremos dentro de un rato.

Es muy simple lo que permanentemente solemos hacer: criticar y poner toda la responsabilidad y el peso de las cuestiones negativas en los demás, a quienes graciosamente denominamos “la gente”, lugar que obviamente no nos comprende; o en los políticos de turno, como si los políticos fueran extraterrestres y no una simple representación caricaturesca de nosotros mismos.

Pero todavía estamos a tiempo. Si nos esforzamos en salir del piloto automático y estar presentes en el momento que estamos viviendo, si podemos volver a saludar a las personas que nos atienden, a las que se cruzan permanentemente con nosotros, responder a las que nos sonríen, y sonreír a las que vemos tristes, podemos todavía pensar en la construcción de un futuro mejor y más amoroso.

En definitiva de eso trata esta vida, de que cada uno contribuya con una pequeña acción cotidiana para hacer de este mundo un lugar más vivible, armonioso, pacífico y digno de legarlo a quienes vienen atrás nuestro.