Por Jorge Martínez

Agobiados en este extraño tiempo de tribulación planetaria, no fueron pocos los que en el último año acudieron a la literatura distópica en busca de orientación y esparcimiento. La lista previsible de novelas y autores (Orwell, Huxley, Zamyatin, Dick) fue revisada del derecho y del revés a la caza de posibles anticipos de la pesadilla que comenzó en China a principios de 2020. Pero un libro en especial ha estado sospechosamente ausente de ese muestrario. Un libro escrito por el británico C. S. Lewis en el último año de la Segunda Guerra Mundial, un libro tan agudo como estremecedor y profético.

Esa horrible fortaleza es la última parte de la llamada Trilogía Cósmica, que también componen Más allá del planeta silencioso y Perelandra. Lewis, uno de los máximos autores cristianos del siglo XX, la escribió a mediados de 1944, casi en conjunción con su célebre ensayo La abolición del hombre, del que viene a ser su versión novelada. El tema de ambos es el mismo: desarrollar de qué modo la negación de la ley natural termina desembocando en el imperio de lo antinatural, y por qué el humanismo emancipado de toda atadura moral puede conducir a la completa deshumanización de la especie.
En la novela Lewis (1898-1963) acertó al situar la acción en un College universitario, ambiente que conocía a fondo. Mucho de lo que sucede en la historia tiene que ver con la vanidad, el orgullo y el «carrerismo» típicos del medio intelectual, allí donde se maquina «una conspiración dentro de otra» y prosperan las «emboscadas y dobles emboscadas», los «embustes, sobornos y puñaladas por la espalda». Eligió ese territorio, además, como un microcosmos que permitiera ilustrar un conflicto que abarca a toda la humanidad en su historia tumultuosa y su destino último.

Casi todos los personajes son académicos embarcados en un ambicioso proyecto científico que se irá develando de a poco. Quienes lo promueven integran el Elemento Progresista de la universidad, que en su lucha por el poder interno desplazan o captan a los colegas más escépticos o profesionales. Uno de ellos es el protagonista, el sociólogo Mark Studdock, quien no podrá resistir la tentación de sumarse al influyente Círculo Interno. El de su esposa, Jane Tudor, con la que no congenia, será el recorrido inverso: del orgullo «de género» hará un tránsito gradual hacia la aceptación de la misteriosa gracia que le permite «ver» el futuro.

CUENTO DE HADAS

Lewis decía que Esa horrible fortaleza era un cuento de hadas. Aludía al elemento fantástico de su trama, en la que no faltan rasgos de ficción científica, junto con ángeles, demonios y animales que están mucho más que domesticados. Pero la novela es, en esencia, una alegoría bíblica, como lo indica el título, que es una cita del poeta Sir David Lindsay (1490-1555) referida a la Torre de Babel y al desmesurado intento de levantar una construcción humana que llegue hasta el cielo.

El Elemento Progresista trabaja en algo equivalente. Sus miembros, reunidos en el Instituto Nacional de Experimentos Coordinados (NICE es la irónica sigla en inglés), están seguros de que la ciencia y la planificación tienen la respuesta para todos los problemas del ser humano. Son ingenieros sociales y alquimistas de la biología. Combaten la superpoblación («Hay demasiada vida de todo tipo, animal y vegetal. En realidad aún no hemos limpiado este planeta», avisa uno de sus mentores), y proponen tratamientos «terapéuticos» contra la delincuencia, «esterilizar a los incapaces», exterminar a las «razas atrasadas» y fomentar la «reproducción selectiva». Aborrecen a la naturaleza -hasta los árboles les repelen- y disponen incluso de un «falso profeta», un religioso hereje que bendice el plan por considerarlo un «instrumento irresistible» para la llegada del Reino «en este mundo, en este país». Todos juntos maquinan el mayor de los experimentos: crear un hombre nuevo que haya conquistado la muerte y reemplace la «vida orgánica» con un sustituto químico.

Mark será convocado para «camuflar» la conjura y someter, con manipulaciones y engaños, a los «oscurantistas» que se interponen en el camino. Que son la gente de pueblo, los pequeños propietarios y, especialmente, el trabajador rural, al que definen como «muy recalcitrante en una comunidad planificada y siempre retrógrado». Primero los combatirán con una campaña de prensa dirigida a lectores cultos, porque «son los lectores cultos quienes pueden ser engañados». Después se organizarán disturbios amañados para forzar la imposición de leyes de emergencia en la ciudad universitaria donde funcionará el NICE, disturbios que la prensa estará en condiciones de condenar antes de que ocurran. Esta tarea se la asignarán a un Mark que todavía se niega a falsear la realidad. «¡Desde cuándo necesitas esperar que ocurra algo para escribir la historia!», será la cínica respuesta de sus superiores.

APARECE RANSOM

La última barrera frente a esos designios estará en el pequeño grupo que dirige el profesor Ransom, protagonista de las dos primeras novelas de la trilogía y que en Esa horrible fortaleza aparece hacia la mitad del libro. Ransom sabe que, en última instancia, el combate se librará merced a la intervención sobrenatural y con el auxilio de un personaje legendario: el mago Merlín.

Lewis lamentaba que los primeros críticos de la novela no hubieran apreciado la inclusión del viejo mago en el argumento, una incomprensión que siguió hasta nuestros días. Su papel resulta crucial y se lo disputan los dos bandos en pugna. Merlín es despertado después de un sueño de quince siglos para sumarse a la contienda y, de paso, salvar su alma. En él está representado «aquel oscuro pozo de historia que se extiende entre los antiguos romanos y el comienzo de los ingleses», explica uno de los personajes. Es, agrega otro, «el último vestigio de un orden antiguo en el que la materia y el espíritu estaban, según nuestro moderno punto de vista, mezclados». Si Ransom es el Pendragon, con Merlín revive la mítica Logres del Rey Arturo, el bastión medieval que resurge para batirse frente al desvarío suicida de la modernidad.

Como Merlín no es un hombre del siglo XX, antes de que entre en la refriega sus camaradas -entre los que se cuenta Jane, la esposa vidente de Mark- deben explicarle el mundo en el que le tocó despertar y las fuerzas a las que se enfrentará. Esa explicación contiene algunos de los pasajes más certeros del profundo sentido satírico que inspira toda la novela de Lewis.

Merlín tarda en entender. Pregunta, por ejemplo, si no será posible encomendarse a la acción del rey de Inglaterra, y cuando le responden que es un rey débil, inquiere si su debilidad no será imputable a la mala influencia de sus «grandes hombres», de sus nobles, embajadores y prelados. Ransom aclara al mago que los poderosos de hoy no son los que él cree y sus poderes no se comparan ya con los del medioevo.

«Tienen un instrumento que llaman prensa con el que engañan a la gente», precisa el profesor. La fe «está hecha pedazos y habla con voz dividida». Ya no quedan príncipes cristianos y ni siquiera el Oriente puede acudir en ayuda. «El veneno fue producido en estas tierras occidentales pero se ha lanzado en todas partes -advierte Ransom-. Por más lejos que vaya siempre encontrará las máquinas, las ciudades atestadas, los tronos vacíos, las falsas escrituras, los lechos estériles; hombres enloquecidos por falsas promesas y amargados por miserias reales, adorando las obras de acero de sus propias manos, apartados de su madre, la Tierra y del Padre del Cielo».

El desenlace está a tono con la alegoría y el título. La maldición que cayó sobre los constructores de la Torre de Babel también se abate sobre los diabólicos manipuladores de la humanidad en una escena que está entre las más logradas del libro. El castigo divino sorprende a los malvados en el reducto que se proponían alzar contra el orden natural. «Había deseado con todo el corazón que no existieran la realidad ni la verdad -se dice de uno de ellos-, y ahora ni la inminencia de su propia ruina podía despertarlo».

Esa horrible fortaleza se publicó en agosto de 1945, días después de los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki, dos ejemplos del mal que se anticipaba en su trama. Desde entonces no ha sido el libro más frecuentado de Lewis, ni el más popular. Como se ha dicho, los primeros críticos fueron implacables en sus opiniones y no parecieron comprender los diferentes simbolismos de sus páginas, ni aceptaron su cruce de realismo y elementos sobrenaturales.

El propio autor, según lo atestigua su correspondencia, debió explicar varios pasajes y aclarar dudas de lectores cercanos, amistosos.
Pero al margen de las objeciones literarias, siempre discutibles, no fue un libro fallido. Leído siete decenios más tarde, en un tiempo pandémico por completo subordinado a la prepotencia de la ciencia y en manos de la tecnocracia de infectólogos y «expertos», Esa horrible fortaleza conmueve por la precisión en el diagnóstico y la puntería de sus advertencias. Describió como pocas obras de ficción la raíz del mal en las sociedades modernas y su inmenso poder, a la vez que detectó su punto débil, el talón de Aquiles que podría conducir a su derrota en el momento menos pensado. «En la lucha contra los que sirven a los demonios -se lee hacia el final- uno siempre cuenta con eso a favor; sus amos los odian a ellos tanto como ellos nos odian a nosotros».