Por: Alejandra Ojeda Garnero y Florencia Vizzi. Enviadas especiales a Rufino.

Tomás Vallejo , abuelo del imputado. Foto: Florencia Vizzi

Tomás Vallejo , abuelo del imputado. Foto: F. Vizzi

Podría pensarse que Tomás Vallejo, abuelo de Manuel M., el adolescente de 16 años que truncó a golpes la vida de Chiara Páez no  iba a mostrar ninguna predisposición para hablar con la  prensa.

Pero Tomás, si bien explica que, por orden de su abogado, no da entrevistas, accedió a conversar con Conclusión y contar su versión de los hechos.

Se muestra amable, cálido, predispuesto, e inmensamente abrumado.

“Están diciendo tantas porquerías de mi, que tengo que hablar, quiero salir a hablar con todo el mundo y explicarles la verdad. Decirles que no inventen esas cosas. Nosotros somos gente trabajadora. Nunca me imaginé algo así»

«Lo que mi nieto hizo no tiene perdón de Dios… al menos yo no lo puedo perdonar. Tantos sacrificios, toda una vida de trabajos para criar una estrella, y al final, terminamos criando un canalla”. Tomás no puede evitar llorar, los ojos se le llenan de lágrimas y manifiesta no encontrar ningún tipo de consuelo para el horror que se encuentran viviendo ambas familias.

“Esto nos destruyó. Mi mujer está por jubilarse.  Treinta y dos años de servicio y miren lo que pasó. Teníamos tantos sueños. Queríamos comprar un auto cuando se jubilara. Ahora se terminó. Lo que Manuel hizo nos hundió a todos”

Tomás Vallejo es metalúrgico. Tiene un pequeño taller junto a la casa en la que viven con su esposa e hija, su yerno y sus dos nietos. De hecho, una de las tantas hipótesis que se manejan sobre el crimen, es que Chiara habría sido asesinada  allí.

“Siempre vivió con nosotros, hemos tratado de darle lo mejor. Es  un chico tranquilo. Nunca andaba en nada raro, su única locura es el fútbol. Le gusta salir, eso sí, como a todos los chicos. Nos pedía unos pesos, a veces a mí, a veces a su abuela, y nosotros le dábamos. Si era un buen pibe, iba a la escuela, estudiaba, nunca tuvimos ningún problema con él,  ninguna queja”

Angustiado , se toma de las rejas verdes que flanquean la entrada  a la casa, y  trata de explicarse: “Cómo pueden creer que  yo sabía  algo de esto. Como el domingo no trabajé, porque generalmente trabajo los domingos,  le dije a mi yerno: Te voy a hacer un asado. Y comimos todos juntos. Imagínese, si yo hubiera sabido algo, no iba a estar comiendo asado allí, con esa chica enterrada en mi patio. ¿Qué clase de persona creen que soy?”

Nuevamente, las  lágrimas. Tratando de contenerse, se seca con el dorso de la mano y pierde la mirada hacia el  fondo de la casa.

“No tengo palabras, todo esto es un horror. Hacer algo así, a una chica que era hermosa. No lo entiendo. Pero yo no soy un encubridor, eso no, si fui yo quien lo delató.

Yo estaba acostado, y lo llamé. Le dije:  Vení, sentate acá,  conmigo.  Hijo, yo soy tu abuelo y tu amigo. Si vos hiciste algo, si te mandaste una macana, tenés que decírmelo, tenés que contarme, para que yo pueda ayudarte. Entonces él, sin mirarme, apoyó la cabeza en la almohada y me dijo: Sí abuelo, me mandé una cagada. ¿Que hiciste?.  La maté abuelo, la maté y está enterrada acá en el patio”

Tomás cuenta que, inmediatamente, le pidió el teléfono del padre,  que ejerce como policía, y lo llamó para que  vaya urgente a la casa.

“Cuando llegó le dije: Ahí tenés a tu hijo, llevátelo de acá. El fue quien mató a esa chica. Llevátelo, no lo quiero ver más», recordó Tomás.

Después vino la policía a hacer  el allanamiento, con los perros.

Tomas Vallejo, abuelo del imputado. Foto: F. Vizzi

Tomas Vallejo, abuelo del imputado. Foto: F. Vizzi

«Ahora, todo se terminó. Yo no puedo seguir viviendo acá. Y no quiero. Me quiero ir. Necesito irme. No sé qué es lo que voy a hacer venderé, alquilaré, pero acá no puedo quedarme. Este hijo de puta nos hundió a todos. Arrastró a toda la familia. Es mi nieto,  pero no lo puedo perdonar. Y no quiero saber  más de él”, se lamentó el abuelo del asesino.

 

Con la misma amabilidad con que nos recibió, sin poder controlar las lágrimas aún, Vallejo se despide.  Da media vuelta y se aleja hacia el interior de la casa, lento,  cabizbajo, acompañado sólo por los perros, quienes no se han movido un instante de su lado.