Por Florencia Vizzi

Michelle Mendoza puede ser definida de muchas formas, pero sin duda, la que más nos acerca al infierno que vivió el  fin de semana en manos de oficiales del Comando Radioeléctrico es, como ella misma dijo, “una chica trans, morocha y pobre,  que todo el tiempo le marcaba a la policía que lo  que estaban haciendo era ilegal”.

El sábado 28 cerca de las tres de la mañana, Michelle circulaba en auto, con dos amigos, por la zona de Francia al 5200, cuando son parados por un móvil del Comando Radioeléctrico.

Los oficiales les pidieron los papeles y los hicieron bajar del auto. Así, sin más, comenzaron a insultar a los dos jóvenes que iban con ella. A uno de ellos lo golpearon contra el auto y patearon en los tobillos para hacerle la requisa. “No podes hacer eso. No es legal. Te voy a denunciar”, intervino Michelle. Y allí se desató la tormenta  que duró hasta el mediodía del domingo. Una golpiza brutal que concluyó con Michelle detenida incomunicada (sin que se le informara por qué), una réplica de un arma plantada entre sus pertenencias, 1500 pesos que le faltaron de su cartera, y el teléfono celular con el cual había filmado los acontecimientos, roto y sin memoria.

Mientras relata los hechos, se muestra serena, pese a la violencia de lo ocurrido esa noche. Claro que está acostumbrada. Lleva años caminando los barrios de la ciudad, concurriendo a  las zonas de trabajo de las compañeras, concientizando sobre derechos individuales y de identidad de género.

“Esto no es una casualidad. Esto es lo que pasa en todos los barrios de la ciudad,  todos los días. Es la realidad cotidiana de los pibes pobres”. De hecho, cuando todo comienza, el ensañamiento de los policías, al principio, fue con mis dos compañeros. Claro, son morochos, tienen aritos en la cara y usan gorrita. Cuando empiezan a pegar, lo hacen con ellos, cuando comienzan la requisa, lo hacen con ellos. Uno de los oficiales me dijo: Vos que tenés antecedentes sucios no podés andar con estos pibes…. Entonces queda claro que esa saña es por la condición social.”

Michelle también tiene en claro que los dos ejes de la brutal golpiza que recibió por parte de la policía esa noche son por un lado, una cuestión de estigmatización  social y por otro, una cuestión de género.

“Cada golpe que me daban a mi o a mis compañeros, yo les marcaba que lo que hacían estaba mal y que era ilegal, que los iba a denunciar. También los filmé con el celular, y hablaba con mi abogada mientras todo estaba pasando.  Claro que hay una cuestión de género.  No hubiera sido lo mismo con cualquier otra persona. El tema es  que quien le señalaba  a los oficiales  que un pibe morocho,  pobre y de barrio tiene derechos era, nada más y nada menos, que una chica trans, morocha, pobre y de barrio. Yo no les decía cualquier cosa, no los insulté en ningún momento… sí grité… pero lo que gritaba eran mis derechos. Incluso después,  cuando ya estaba detenida, en un cuartito inhumano, yo gritaba: “quiero ver un médico, quiero ver a mi abogado, quiero mi llamada telefónica. Pero nunca, en ningún momento, se respetaron mis derechos… y yo sentí  todo el tiempo que lo que más les irritaba era que les señalara la ilegalidad delo que hacían.”

Militante desde hace 7 años en el Movimiento Evita y responsable del Frente de Diversidad Sexual, Michelle corrió con la ventaja, si es que es válido usar ésta expresión, de una gran conocimiento en cuanto a cómo manejarse en estas situaciones, y la posibilidad de acceder a una compañera abogada, en este caso Alejandra Fedele, asesora del diputado Toniolli,  el mismo Toniolli y el diputado Gerardo Rico, que todo el tiempo se mantuvieron en contacto.

Pero, remarca Michelle, «esta posibilidad no la tienen otros, la gran mayoría.»

“Después de pegarme un largo rato en la calle, a mí y a mis compañeros, de esposarme y golpearme contra el piso, golpearme en el estómago y en los genitales, pisarme la cabeza y pararse sobre mis manos y los tobillos. Después de secuestrarme el documento, me llevaron a la seccional. Allí me metieron en esa celda, de un metro y medio por uno, el piso todo mojado y orinado, con ratas. Me hicieron desvestir, me sacaron la ropa,  la refregaron por el piso y luego me la hicieron poner de nuevo. Me llevaron desnuda al patio, me insistían todo el tiempo con que muestre mis genitales… No me dejaron hablar con nadie. Sólo por un momento pudo entrar Alejandra Fedele, pero se lo permitieron sólo porque es asesora de un diputado.  Y sólo porque ella lo pidió y porque intervino el diputado Rico, me llevaron al Clemente Álvarez y me hicieron placas y estudios, pero de otro modo, eso no hubiera ocurrido. Estuve incomunicada hasta el mediodía del domingo…  no me permitieron hablar con nadie, ni llamar a mi abogado”.

Por un minuto se detiene, toma el celular y chequea los mensajes, saluda a alguien que viene a preguntarle cómo va la causa, intercambia algunas palabras, y vuelve conmigo. En ningún momento pierde el hilo. Cuenta también algunas cosas que tiene que ver con el Frente de Diversidad Sexual, y las actividades que llevan adelante, trabajo de campo, promoción de ordenanzas antidiscriminatorias, pelear por las mastectomías en los hospitales públicos.

Cuando volvemos al tema, cuenta que la llevaron por “zurda”. “Yo estaba tirada en el piso, golpeada y esposada, con la cara contra el pavimento, y desde allí, giro la cabeza y le pregunto a la oficial que estaba al lado mío ¿por qué me van a llevar? La chica me pone el pie arriba de la cabeza  y me dice: ¿Sabés  por qué te llevo? ¡Por zurdito!

Michelle esboza una sonrisa, amarga, “y yo entonces, le digo soy peronista y militante”, y por primera vez noto un temblor de emoción en su voz, “eso es lo único que tenía en ese momento. Todo lo otro ya me lo habían sacado a golpes, pero  eso no”

Con esa misma emoción, relata “lo que yo quiero decir, lo más importante, es que cuando estaba en la 18, en ese cuartito mugriento, empiezo a gritar pidiendo por mis derechos.  Y ahí había un agujerito en la pared, que daba a otra celda, y por allí me escuchaban los otros detenidos, y entonces todos empezaron a gritar lo mismo, cosas como: ya hace siete horas que estoy acá, no me dejan hablar por teléfono, quiero hablar con mi abogado… Entonces ahí te das cuenta que ese proceder es sistemático, ese el proceder del comando. Tratan todo el tiempo de quebrarte la voluntad, de hacerte sentir nada».

«Ese cuarto existe, no lo pusieron ahí para mí. Lo usan siempre para todos los pibes. No es un caso aislado, que me pasó a mí. Yo sabía que iba a salir, que estaba el diputado Rico en la puerta, que no me iban a pegar más de lo que me habían pegado. Sabía que iba a vivir. El resto de los chicos no lo sabía».