Por Rubén Alejandro Fraga

Bajo la consigna “Cámpora al gobierno, Perón al poder”, el domingo 11 de marzo de 1973, la fórmula presidencial del Frente Justicialista de Liberación Nacional (Frejuli), compuesta por Héctor José Cámpora y Vicente Solano Lima, logró el 49,5 por ciento de los votos, seguida por Ricardo Balbín-Eduardo Gamond, de la Unión Cívica Radical (UCR) con el 21 por ciento y Francisco Manrique-Rafael Martínez Raymonda de la Alianza Popular Federalista (APF) con el 15 por ciento. Con el exiliado Juan Domingo perón proscripto los argentinos habían vuelto a votar. Y el peronismo volvió a ganar.

“Abrigo la esperanza de dar término a mis funciones acompañado por el afecto de mis compañeros y de mis amigos, y el respeto de mis adversarios. Sé que he de lograrlo, como ha sido hasta ahora, porque trataré, con honestidad, de hacer lo que el pueblo quiere”. Las palabras pronunciadas por Héctor José Cámpora al asumir la presidencia de la República, el 25 de mayo de 1973, en el Salón Blanco de la Casa Rosada llegaron por los altoparlantes a la impresionante multitud concentrada en la Plaza de Mayo que estalló de júbilo.

Era el primer paso para la concreción definitiva del “Luche y vuelve” que la resistencia peronista había puesto en marcha desde el momento mismo en que un golpe militar había derrocado a Juan Domingo Perón el 16 de setiembre de 1955.

Luego de casi 18 años de proscripciones, un candidato peronista volvía a ser el responsable de llevar las riendas de la política nacional. Los militares en retirada habían convocado a unas elecciones en la que aún mantenían la proscripción del general Perón.

Por eso aquel viernes 25 de mayo del 73 no fue una fecha patria más. El sol que asomó aquella jornada puso marco ideal a un verdadero “día peronista” e iluminó a una marea humana (calculada en un millón de personas) que, radiante, recuperaba con su presencia bulliciosa la histórica Plaza de Mayo para el pueblo.

Festejaba el pueblo peronista, pero sobre todo festejaba la juventud, que creía ver en la figura de Cámpora a aquel que haría realidad el sueño aquel de “Perón, Evita, la patria socialista”.

Eran ellos, los jóvenes, los que más “bancaban” a Cámpora, a quien llamaban cariñosamente “el Tío”, por ser el hermano de “Papá” (Perón). Y a él, sonriente y campechano, le gustaba ser el Tío de esos muchachos ruidosos, quilomberos, y, algunos de ellos, amigos de los “fierros” (a quienes Perón llamaba “formaciones especiales”).

Entre los asistentes a la ceremonia de asunción del mando sobresalían los presidentes socialistas de Chile, Salvador Allende, y de Cuba, Osvaldo Dorticós Torrado.

La Juventud Peronista (JP) se adueñó del acto e impidió a los militares realizar el desfile tradicional. Coreaban “Se van, se van, y nunca volverán” e imaginaban en aquella tarde de mayo de 1973 que la nefasta alianza entre el poder económico más concentrado, la jerarquía eclesiástica y el autoritarismo cívico-militar no tendría nunca más cabida en la Argentina.

En ese marco, el presidente de facto, general Alejandro Agustín Lanusse, entregó los atributos de mando a Cámpora en medio de una enorme movilización popular que abucheó a los gobernantes salientes y luego, por la noche, rodeó la cárcel de Villa Devoto y forzó la liberación de los detenidos políticos, circunstancia que fue aprovechada también por algunos presos comunes para escapar.

Recordando aquel día, José Pablo Feinmann escribió hace unos años en la contratapa del diario porteño Página/12: “La plaza es una fiesta sin límites. Es la jornada más triunfal de la izquierda revolucionaria en la Argentina. Cámpora dicta la ley de amnistía y todos los presos salen a la calle, a festejar, a vivir la primavera. Allende, por televisión, dice: «¿Cómo no le habrá de ir bien a este gobierno? Vean ustedes el apoyo de masas que tiene». Le faltaban tres meses para caer. A Cámpora, 45 días”.

Es que el peronismo de 1973 ya no era el mismo de 1945, tal como lo había pronosticado John William Cooke en la década anterior. El peronismo de 1973 ensillaba a la historia y la subía por izquierda y más tarde, trágicamente, la bajaría por derecha entrado 1975.

En ese contexto, los nuevos ministros de la naciente gestión camporista, conformaron un gabinete heterogéneo que trató de mantener algún tipo de equilibrio entre los distintos sectores peronistas en pugna: como ministro de Trabajo fue designado Ricardo Otero, secretario de la Unión Obrera Metalúrgica (UOM) de Capital Federal y vandorista histórico; en Defensa y Justicia fueron designados dos peronistas tradicionales, Ángel Federico Robledo y Antonio Juan Benítez; en Educación, Jorge Alberto Taiana, médico personal de Perón y Evita, quien venía del tronco del peronismo tradicional pero que mantenía buena relación con los sectores combativos de la JP –Rodolfo Puiggrós, un dirigente ligado a Montoneros, fue el rector interventor en la Universidad de Buenos Aires (UBA)–.

Por su parte, como ministro del Interior se designó a Esteban Righi –recientemente fallecido– y como ministro de Relaciones Exteriores y Culto a Juan Carlos Puig, ambos camporistas y posibles aliados de la izquierda peronista. En Economía, fue nombrado José Ber Gelbard, antiguo delegado de la Confederación General Económica (CGE), representante del empresariado nacional y hombre cercano al Partido Comunista y al bloque soviético mundial. Por su parte, el Ministerio de Bienestar Social fue ocupado por el tenebroso José López Rega, encarnación de la fracción más reaccionaria del movimiento peronista, quien fue nombrado directamente por Perón.

 La breve gestión camporista llevó adelante una serie de medidas que fueron muy importantes en términos políticos y sociales, en el marco de un proyecto de reconstrucción nacional.

En el plano de la política internacional, se reanudaron las relaciones diplomáticas entre la Argentina y Cuba, que se hallaban suspendidas desde febrero de 1962 cuando Cuba fue separada de la Organización de Estados Americanos (OEA). Además, se establecieron relaciones diplomáticas con la República Democrática Alemana, Vietnam y Corea del Norte.

En materia económica, se intentó saldar la interna entre las distintas vertientes del movimiento nacional y el 6 de junio se firmó el denominado Pacto Social, que fijó un aumento masivo de salarios de un 15 por ciento y congeló los precios en el marco de la suspensión de las paritarias por dos años, dejando como saldo que los trabajadores pasaran a apropiarse del 35 por ciento de la renta nacional en mayo de 1973, al 48 por ciento con posterioridad al acuerdo.

En este marco, se anunció además un plan de viviendas, se intervinieron mercados públicos y privados a la vez que se dictaron normas para industriales y fraccionadores. Una de las primeras medidas, fue la regulación del mercado de carnes para asegurar el abastecimiento interno. A su vez, se anularon algunos beneficios de promoción industrial a empresas extranjeras, se intervinieron las empresas del Estado, se dictaminó que no se computaran las inasistencias de los maestros, se aumentaron los impuestos al patrimonio neto, se concedieron exenciones de impuestos para la fabricación de calzado y textiles y se suspendieron los juicios de desalojo en los arrendamientos rurales, entre otras medidas.

Semanas después de asumir la presidencia, Cámpora viajó a Madrid para acompañar a Perón en su regreso definitivo. Allí sufrió desaires por parte del líder del justicialismo, su esposa Isabel y el brujo López Rega, un personaje extraño e inseparable de la pareja de exiliados.

Mientras tanto, el impulso revolucionario liderado por la JP, que el 25 de mayo había humillado a los militares en la Plaza de Mayo, siguió en las semanas siguientes a la asunción de Cámpora bajo la forma de ocupaciones de todo tipo de espacios públicos: universidades, oficinas, escuelas, hospitales. Era una prodigiosa manifestación de la presencia de la civilidad revolucionada, convencida de que la sociedad justa estaba allí, al alcance de la mano, aunque no supiera muy bien cuál era el camino para construirla, y confiara plenamente en que Perón la conduciría a ella. Era, también, el comienzo de la feroz lucha de tendencias dentro del movimiento peronista triunfante.

El 20 de junio del 73 Perón y sus acompañantes volvían al país, pero el avión que los traía no pudo aterrizar en Ezeiza. Un tiroteo entre facciones peronistas convirtió lo que iba a ser una fiesta multitudinaria en una trágica masacre que dejó como saldo una cifra de muertos que nunca fue especificada.

Luego de Ezeiza, la política de calles se limitó a dirimir la lucha de tendencias dentro del peronismo, que transcurrió a la vista de todos. Fue por entonces que las calles, vacías ya de manifestantes, empezaron a llenarse de cadáveres. La etapa de la primavera había terminado.

Finalmente, el 13 de julio de 1973 y habiéndole retirado Perón el apoyo a su gobierno, Cámpora y el conservador Solano Lima renunciaron a sus cargo para permitir la realización de nuevas elecciones, donde habría de ganar Perón con más del 60 por ciento de los votos.

Ante la ausencia del vicepresidente provisional del senado Alejandro Díaz Bialet (enviado en una “misión oficial” al exterior), asumió la presidencia Raúl Lastiri, presidente de la Cámara de Diputados y yerno de López Rega.

Meses después, al asumir Perón, nombró a Cámpora embajador en México. Luego del golpe de Estado de 1976 Cámpora debió refugiarse en la embajada de México en la Ciudad de Buenos Aires, donde hubo de permanecer por más de tres años. Finalmente se le permitió volar a México, donde murió poco después víctima de cáncer.

El Tío dentista

“El delegado de Perón” para los peronistas y “el dentista” para los gorilas, había nacido en la localidad bonaerense de Mercedes, el 26 de marzo de 1919, en el seno de una familia numerosa, de buena posición.

El joven Cámpora quiso estudiar medicina en Rosario, pero no pudo ingresar y optó por cursar la carrera de odontología en la Universidad Nacional de Córdoba, donde su vocación política lo llevó a convertirse en dirigente estudiantil, aunque sin adherir a ningún partido.

Casado con María Georgina Acevedo, conocida más tarde como la Tía Nené, Cámpora se radicó en San Andrés de Giles, donde formó una familia, ejerció su profesión y presidió un club deportivo de extracción popular.

En 1944 fue designado comisionado municipal y conoció al entonces coronel Juan Domingo Perón. Luego integró un agrupamiento independiente que, junto al laborismo y los radicales “renovadores”, contribuyó al triunfo electoral de Perón en las elecciones nacionales del 24 de febrero de 1946. A partir de allí, al decir de José Pablo Feinmann, “arrimó un bochín al corazón del Poder”. Era obsecuente, y era feliz con la obsecuencia. Quería tanto a Perón y a Evita que no hacía otra cosa sino lo que le decían.

Cámpora fue presidente de la Cámara de Diputados de la Nación entre 1946 y 1952. El motivo de su alejamiento fue su amistad personal y política con Evita; tras la muerte de ésta, sectores reaccionarios y nacionalistas desplazaron a los moderados e izquierdistas, tanto en el Estado como en el entorno del presidente Perón. En 1955, tras el golpe militar autodenominado Revolución Libertadora, fue encarcelado en el penal de Ushuaia, de donde logró fugarse en 1956, año en el que se exilió en Chile.

En 1971 fue designado delegado personal de Perón, en reemplazo de Jorge Daniel Paladino, y se encargó de reorganizar el movimiento, ganar las elecciones de 1973 y concretar su regreso.

Fue elegido presidente de la Nación el domingo 11 de marzo de 1973, cargo que ocupó durante sólo 49 días, al que renunciaría para posibilitar el regreso de Perón al poder efectivo.

Un breve romance juvenil

“Uno dice «Cámpora» y piensa en la primavera. Muy pocos pueden convocar algo tan florido, la mejor estación del año, los pibes en los parques, los pájaros y el amor a todo trapo. Porque la Primavera de Praga es de Praga, pero no es de ningún tipo. En cambio, la Primavera Camporista es de Cámpora, lleva su nombre. ¿Qué es políticamente una primavera? Es un raro momento de la Historia en que creemos que en el futuro espera la felicidad, tal como la sentimos en el presente y aún mejor. Un momento en que la Historia parece, para siempre, nuestra. Tan nuestra que nadie nos la podrá quitar. Durante la Primavera tenemos una visión lineal de la Historia: la Historia avanza, incontenible, en la dirección de nuestros deseos. Más aún: la Historia existe para que, en ella, se realicen nuestros sueños. Eso fue la Primavera Camporista. Duró poco. Fue un romance juvenil y todos sabemos que los romances juveniles son intensos, locos, pero breves”.

(Fragmento de una nota de José Pablo Feinmann publicada en Página/12, el 31 de diciembre de 2006, tres días después de un homenaje al ex presidente en la Casa Rosada).