Por Walter Graziano

¿Cuál es la real profundidad de la crisis financiera argentina? ¿Se trata sólo de una crisis de raíz electoral o, por lo contrario, tienen supremacía los factores económicos? ¿Cuándo terminará y cómo se puede hacer para pagar los menores costos posibles? Intentar responder estos interrogantes es sin dudas arriesgado, pero hay que hacerlo. Vayamos primero al origen de la crisis. Mucho se suele hablar acerca de la naturaleza electoral de la crisis y el presunto temor de los mercados a una victoria de la oposición. Sin embargo, razonar así es hacerlo unidimensionalmente. Ocurre que la oposición cuando estuvo en el poder pagó puntillosamente la deuda pública y muy lejos estuvo de vivir devaluaciones como las que se han desarrollado en el último año y medio. Por lo tanto, ese razonamiento de que la crisis tiene un origen puramente electoral es falaz. No hay que equivocarse: hace un año que el dólar estaba prácticamente maniatado por la presión de una tasa de interés interbancaria del orden del 6% mensual -más de 1% a la semana- pagada generosamente por un Banco Central que jamás se preocupó en lo más mínimo por dimensionar correctamente el enorme déficit cuasifiscal cercano a 5% del PBI que esta sola acción financiera de colocar Leliq a esos rendimientos generaba. Es natural entonces que cuando el dólar “descorcha” no lo haga de una manera natural ni normal, sino en forma de estallido. Sumemos a eso el hecho de que una parte importante del mercado financiero argentino estaba colocado a esas tasas de interés o en bonos argentinos de alto rendimiento o acciones pensando que si el oficialismo triunfaba en las elecciones, las ganancias iban a ser pingües. Para colmo, una miríada de encuestadores vaticinaba una victoria del Gobierno en la segunda vuelta. Todos quienes estaban invertidos de esta forma pensaban que había tiempo para salir de las inversiones, si algo salía mal, entre las PASO y la primera vuelta. Muchos se frotaban las manos por las ganancias a recolectar con un resultado de las PASO que colocara al Gobierno “en carrera”. Y el tiempo para salir era aparentemente mucho: desde el 12 de agosto al 25 de octubre había dos meses y medio de vacío electoral de manera tal que si algo no salía bien, se podía retirarse a tiempo sin grandes pérdidas. Y de repente… el “cisne negro” de los casi 16% de ventaja de la fórmula Fernández-Fernández y tras cartón… el fenómeno “Puerta 12” con una multitud de inversores de altísimo riesgo queriendo todos cubrirse a la vez. El resultado está a la vista y el fenómeno solo cesó -aparentemente en forma transitoria- por la idea del BCRA de no dejar que los bancos argentinos tengan en sus balances más que un puñado de dólares “spot”. Se ganan así un día o dos de tranquilidad y después… de vuelta a pensar en qué hacer. Y es que la real solución a todo esto pasa por el hecho de que el mercado financiero pierda el irracional miedo que le tiene a un Gobierno peronista-kirchnerista. Hasta ahora el mercado no ha querido entrar en razones.

Ocurre que el proceso de demonización al que fue sometido por años todo lo que pudiera sonar, saber u oler al anterior Gobierno estaba anatemizado en la sagrada “biblia” del macrismo. Buena parte de la responsabilidad de este hecho que además de falso es injusto la tienen algunos políticos, economistas y periodistas que llevan haciendo cuatro años de incesante propaganda antiperonista y antikirchnerista sin reconocer absolutamente ninguno de los méritos que ambas corrientes políticas -de aquí en más quizás fusionadas- tienen, porque no se puede dudar que hubo aciertos en los gobiernos de ambas corrientes. Podrán algunos cuestionar y debatir acerca de si fueron muchos o pocos. Pero aciertos hubo y no se le quiere aceptar ninguno. Ni uno. Cuando la visión acerca de las creencias políticas de casi la mitad de la población es tan pero tan sesgada y recalcitrante pasan las cosas que pasan. El lector no debe aquí hacerse demasiadas ilusiones: los mercados no van a perder el miedo a la fórmula Fernández-Fernández al menos hasta que la misma esté al comando real de la situación y se la pueda evaluar por los hechos. Mientras tanto, de aquí hasta diciembre es probable que vivamos en un mercado altamente inestable, con más días de tendencia vendedora de pesos, de bonos y de acciones que días de alzas en esos valores, y con un temor que a muchos ha llevado a pensar en una eventual hiperinflación. ¿Es esta posible? Pues bien, para que haya una hiperinflación se necesita que el Banco Central se quede sin reservas, y ese no parece ser el caso, salvo -claro está- que se despilfarren miles de millones de dólares en tratar de anclar al dólar con un criterio electoralista cuando es público y notorio que de aquí a fin de año habrá que vivir con una alta -quizás muy alta- tasa de inflación y de devaluación. Puede parecer paradójico entonces, pero para no tener una hiperinflación hay que cuidar las reservas. Si se dilapidan no sólo el mercado va haciendo la “cuenta regresiva” de cuántas quedan aumentando su nivel de demanda de dólares, sino que además si se malgastan, se robustecen las creencias en un cercano default; ese caso, hay más huida de activos argentinos. En otras palabras, para evitar una hiperinflación -y un default- hay que dejar que el dólar suba y aceptar una alta dosis de inflación y devaluación. Obvio, es horrible, sin dudas, pero se trata de elegir dentro de opciones realistas. ¿Y cuánto puede llegar a subir el dólar? Bueno, si se trata de abastecer con dólares a la demanda de pesos puramente especulativa -los plazos fijos-, la buena noticia es que a una cotización de $60 hay poco más del equivalente a u$s20.000 millones en todos los bancos. No es mucho, y luce una cifra controlable. Antes de festejar, sin embargo, es necesario tener en cuenta que la cantidad total de dinero en el sistema financiero y en los bolsillos de la población a un dólar de $60 (M3) asciende a un alto nivel equivalente a unos u$s63.000 millones. Y aquí hay que recordar que si bien el dinero transaccional (billetes en el público, cuentas a la vista y cajas de ahorro) nunca inician una fuga de capitales o una corrida, suelen plegarse a ella cuando esta está en pleno desarrollo. Por eso vender u$s3.000/4.000 millones, lejos de operar como disuasivo a la suba del dólar, puede servir como aliciente a la compra de divisas porque puede llegar a pensarse que se acaban rápido. ¿Cómo minimizar las pérdidas y los costos entonces frente a cuatro meses de zozobra en los mercados? Lo mejor sería que el Gobierno adelante los comicios de octubre a septiembre y fije la entrega del poder para octubre. ¿Que ello significa servirle en bandeja a la oposición el triunfo en ellas porque el Gobierno se queda sin tiempo para dar vuelta el resultado de las PASO? Lo cierto es que la suerte parece echada. Más de setenta días hasta la primera vuelta es demasiado tiempo para que los mercados no terminen por pulverizar la ya endeble credibilidad que tiene este Gobierno. Pero lo que es peor, puede quedar pulverizado el capital de millones de personas y empresas. Luce sensato acabar cuanto antes con esta etapa que está planeado que dure cuatro meses. Cuatro infinitos meses.

Fuente: Ámbito.com