Foto: Archivo.

 

Por Alejandro Maidana

En barrio Moderno, más precisamente en el Fonavi de Rouillón y bulevar Seguí, emergió una figura que se tornaría pública trascendiendo los límites geográficos. Aquel muchacho que supo dedicarle 13 años de su vida a una empresa multinacional como GM, pasaría a ser tapa de todos los diarios pero no precisamente por su estoicismo en la defensa de los derechos laborales dentro de la misma, sino por manifestarse contra la reforma previsional que pondría de rodillas una vez más a las y los jubilados.

El 18 de diciembre de 2017, y tras una maratónica sesión, la Cámara de Diputados convertía en ley el proyecto de reforma previsional que modificó el sistema de actualización de los haberes a los jubilados. La iniciativa se aprobó con 127 votos, aportados por la entonces coalición oficialista y por los legisladores de Argentina Federal que respondían a gobernadores del PJ, mientras que el Frente para la Victoria, el massismo, Compromiso Federal y la izquierda votaron en contra.

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Ese día las inmediaciones del Congreso ardían, el descontento se manifestaba en cientos de banderas y consignas, miles fueron los que participaron representando a diferentes partidos políticos, mientras que otros se autoconvocaron para exteriorizar su repudio. Allí se encontraba Sebastián Romero, que sería uno de los tantos que le pondría el cuerpo a un saqueo organizado por los paladines de la «posverdad».

El aire comenzaba a tornarse espeso, el avance de las fuerzas represivas y los primeros bastonazos seguido de balas de goma, desencadenarían una verdadera batalla campal entre policías y manifestantes. Una vez más el ajuste avanzaría de la mano de la represión, el neoliberalismo volvería a aplicar una rancia receta de la manera más cruda, la violencia y sus distintas aristas, opresores y oprimidos, ganadores y los perdedores de siempre.

En el fragor de la disputa en las calles, una rama oficiando de «mortero» y pirotecnia de venta legal, servirían como chivo expiatorio para avanzar en la criminalización de un trabajador que ese día, decidió viajar desde Rosario a Capital para acompañar a la población más vulnerable en defensa de sus derechos, que volverían a ser violentados una vez más por un modelo que los aborrece.

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De un momento para otro pasaría a ser un forajido, una amenaza social, un virus para el status quo, un impetuoso en un espiral de violencia legalizada y naturalizada que suele estigmatizar al eslabón más débil de una cadena perversa. Luego de que su rostro pasara a ocupar un lugar preponderante en los distintos medios de comunicación, en especial en los pertenecientes al Grupo Clarín, Romero tomaría una decisión que no sería nada fácil, la de ocultarse.

Conclusión accedió a una entrevista con Sebastián Romero, quién se encuentra cumpliendo prisión domiciliaria en Buenos Aires a la espera de la fecha del juicio. Un repaso que intentará echar un poco luz a una historia contada a medias.

– ¿Qué recordás de ese día que con seguridad permanecerá en tu memoria por siempre?

– Ese día me había levantado muy temprano para concurrir a la fábrica (GM) a repartir volantes que instaban al sindicato a apoyar la lucha en contra de la reforma previsional, ya que con seguridad detrás de la misma se iba a imponer la laboral. De allí me dirigí a Buenos Aires para repudiar el proyecto de ley junto a mis compañeros y compañeras del PSTU y la Liga Internacional de los Trabajadores. Fue sin duda alguna un día muy álgido, era la primera vez que participaba de una manifestación tan grande, por ello la represión policial no se hizo esperar, fue brutal, quiénes estábamos allí no queríamos abandonar la plaza ya que estábamos haciendo uso de nuestro derecho constitucional. En ese momento te cuestionas una serie de cosas, como se criminaliza la protesta de aquellos que solo cuentan con la misma para hacerse oír ante el poder dominante.

En la fábrica vivimos una dictadura, hubo compañeros despedidos por el solo hecho de haberme hecho campaña, a otros los despidieron por el solo hecho de decir que eran mis amigos.

– Si nos guiamos por lo altisonante de tu caso, parecería ser que tu vida se resume solo a ese momento.

– Tal cual, se quedaron con la foto, pero no se tomaron el tiempo de conocer la película completa. En lo particular venía luchando contra la dirección del SMATA junto a un grupo de compañeros, generando asambleas y paros por los 350 compañeros suspendidos que a posterior iban a ser despedidos y que del sindicato solo recibieron la espalda. Veníamos de manera constante dialogando sobre los impactos que generaba la política del gobierno anterior para con las y los trabajadores en su conjunto, nos apoyamos en el comité de lucha y la democracia obrera para exigirle al sindicato acciones concretas, y si bien el mismo se oponía al paquete de ajuste, no llamaba a movilizar ni a resistir en las calles. Por eso es preciso destacar que el hartazgo y la opresión también juegan su papel, y la clase trabajadora no tiene otra herramienta más que la movilización y el derecho a huelga que de no estar acompañado desde lo sindical, es imposible. En la fábrica vivimos una dictadura, hubo compañeros despedidos por el solo hecho de haberme hecho campaña, a otros los despidieron por el solo hecho de decir que eran mis amigos, a los fiscales de mesa que presentaba para controlar que las elecciones sean transparentes los despedían, si tanto la fábrica como el sindicato llegaban a ver fotos en una red social de trabajadores comiendo un asado o jugando a la pelota conmigo, los perseguían. Esto es algo que todos saben, pero nadie se atreve a difundirlo, la libertad sindical no existió nunca, la opresión tiene un límite.

– Patricia Bullrich a través de la Policía Federal ofreció en su momento 1.000.000 de pesos para quién acercase información sobre tu paradero, mientras que por los represores la cifra se reducía a menos de la mitad ¿A qué se lo podes atribuir?

– Esto tiene su anclaje en la idea reaccionaria de que un laburante no puede demostrar su descontento para con una política aplicada que va a degradar su vida. La cifra delirante responde a un plan de disciplinamiento para con aquellos que no piensan quedarse de brazos cruzados mientras al pueblo se lo ajusta y reprime. En lo que a mí respecta, bastó en contemplar el linchamiento mediático que se llevó adelante para con mi persona, para tomar la difícil decisión de no presentarme ante la justicia, ya que los medios de comunicación me habían juzgado con anterioridad. La justicia en este país es extremadamente clasista,  con repasar el tiempo que estuvo detenido en un penal mi compañero Daniel Ruíz por el mismo delito, habla a las claras que solo se falla rápidamente para con los de abajo, no es casualidad que las cárceles estén repletas solo de pobres. Esta democracia representativa al igual que la justicia solo se encargar de proteger las ganancias de los sectores minoritarios, mientras que las mayorías explotadas solo perseguimos sobrevivir, claro, si tenemos la suerte de no caer antes presos.

Lo que me llamó la atención, fue que un sector de la izquierda se quiso despegar con el famoso «no lo conozco».

– Con el diario del lunes el horizonte se torna más claro y las posturas mucho más cómodas ¿Sentís que algunas construcciones de izquierda no fueron efusivas a la hora de exigir tu libertad?

– Si vos te referencias con un programa socialista, tus acciones tienen que ser consecuentes con el mismo. Nosotros desde el PSTU y la Liga Internacional de los Trabajadores lo entendemos de esa manera, por eso aquello que se vuelca en un volante lo queremos llevar a la práctica y hacemos el mayor esfuerzo para que eso suceda. Frente a esa situación, lo que me llamó la atención, fue que un sector de la izquierda se quiso despegar con el famoso «no lo conozco», las críticas a que actué con la cara descubierta y con la remera de mi partido, un brutal reduccionismo de lo que fue un día infernal producto de la brutal represión. Eso denota la adaptación a las instituciones del régimen para graficarlo de alguna manera, respecto a la táctica y estrategia de los partidos revolucionarios.  Al haberme demonizado como violento de una manera abominable, algunas direcciones hicieron un análisis desacertado, ya que violento era el paquete de políticas que venía aplicando el gobierno de ese momento. Saludo que supieron corregir a tiempo y sumarse con fuerzas a la campaña por mi libertad.

– ¿Qué lectura haces sobre lo que viene ocurriendo en el mundo en torno a las distintas revueltas y la aparición de un virus desconocido que vino a interpelarlo todo?

– Esta pandemia vino a cuestionarlo todo, creo que la clase obrera también tiene que cuestionarse su dirección. Hoy en día con lo que continúa sucediendo en Chile, lo que pasó en Hong Kong y en Francia y hoy atraviesa el Líbano, está demostrado que la autodefensa es un derecho y un deber de la clase trabajadora para poder defenderse. La falta de una dirección revolucionaria hace que todo el descontento que sigue aflorando a nivel mundial, no pueda ser capitalizado en favor de quienes están padeciendo la opresión en todas sus formas. Hoy lo que hace la CGT y la CTA es apelar al diálogo, pero nunca a la democracia operaria, se firman acuerdos a espaldas de los trabajadores, no se permiten asambleas, en definitiva, toman las decisiones por nosotros. Esto genera un hartazgo que te lleva a organizarte y a salir de frente.

El «gordo del mortero» no es otra cosa que un trabajador pobre, un muchacho de barrio que se cansó que le mientan y lo posterguen de manera sistemática.

– Ante todo agradecerte por la deferencia de atendernos y solicitarte por último una reflexión final.

– Hoy el país me conoce como el «gordo del mortero» gracias a como me han difundido los medios de comunicación, voy a apropiarme de eso para ponerlo al servicio de la lucha de mi clase, de los pobres, las mujeres, el colectivo LGTBIQ y de todo los sectores oprimidos. Necesitamos organizarnos y hacer política, aprovechando lo que esta pandemia ha dejado al descubierto que a través de un discurso o de otro, todo va a estar al servicio del gran capital y de la economía, pero nunca a favor de la vida. Los seres humanos necesitamos vivir dignamente, y para ello nos tenemos que organizar para seguir construyendo una herramienta que nos libere de todos los males de la humanidad. Agradezco la oportunidad brindada para poder limpiar mi nombre, ya que ha sido mi familia la que más padeció mi persecución y criminalización por parte de los medios hegemónicos. El «gordo del mortero» no es otra cosa que un trabajador pobre, un muchacho de barrio que se cansó que le mientan y lo posterguen de manera sistemática.