Es septiembre de 1955. El golpe de Estado que sacó a Juan Domingo Perón de la presidencia tiene ecos de violencia en distintos puntos del país. Un busto de Evita ubicado en 1 de Mayo y Rioja -en la ciudad de Rosario- es cubierto con cadenas atadas a un auto que acelera hasta arrancarlo. Una vez en el suelo, lo escupen y orinan. Luego lo llevan hasta la plaza Pringles, donde el grupo de hombres -fuertemente armados- destruye el busto a mazazos. La saña es tal que no queda ni un trozo que se pueda rescatar.

Chela Pazos es maestra en Santiago del Estero y desde sus 18 años cuenta con el cargo de directora de la Escuela Rural Nº484. Allí tiene un busto que le enviaron desde la Fundación Eva Perón en 1953, un año después del paso a la inmortalidad de «la abanderada de los humildes». Tras el golpe, unos familiares de Chela que están en Rosario le cuentan lo que sucedió en la Pringles -un calco de otros hechos similares que acontecían por esos días en el país-. La maestra está convencida: la figura de mármol que le regalaron no va a sufrir el mismo destino. Junto a Eduardo, su marido, toman el busto, una pala y una carretilla. Van hasta un monte y lo entierran.

El peligro igual sigue latente. «La Chela escondió el busto», comentan algunos, y el rumor llega a oídos de militares que deciden allanar la casa de la maestra. No encuentran nada, pero el matrimonio sabe que debe mover la escultura. Eduardo, que trabaja como jefe de estación ferroviaria, ve en las vías un camino que puede controlar, así que -junto a su esposa- desentierra el busto, lo mete en una caja de madera y lo envía en un tren a la casa de la madre de Chela. No sin establecer ciertas precauciones: la figura de Evita viaja debajo de un asiento y cada vez que los vagones se detienen, el jefe de esa estación -por pedido de Eduardo- controla que esté todo en orden antes de seguir.

Pasan los años y, cuando sus hijos empiezan los estudios universitarios, la maestra santiagueña y su marido se mudan a Rosario. Viven en un hogar de Arroyito, sobre la calle Reconquista, al lado de Carmelo Coraza (otro histórico militante peronista), y con ellos está el busto.

Ya en edad avanzada, el matrimonio decide que es momento de donar el busto. La idea inicial apunta a que quede emplazado en un hospital o un colegio, pero Oscar «Corto» Cánepa, un militante que conoció a Chela cuando era directora de una escuela en barrio Rucci, le aconseja que lo piense mejor.

«El problema, Chela, es que si lo ponés en una escuela o un sanatorio, después cambian las autoridades y capaz te lo sacan. En la Argentina, gorilas sobran», le dice Cánepa, y le propone buscar un lugar público en el que la figura esté protegida de decisiones individuales: el Concejo. «Ahí, peronistas siempre va a haber», le platea «Corto».

A la maestra santiagueña le pareció una buena observación y elevó la propuesta al poder legislativo local. La máxima autoridad del Palacio Vasallo, Daniela León, es radical, pero no muestra reparo alguno y la llegada del busto recibe el aval unánime de los ediles. Desde entonces, la figura de Evita que supo estar enterrada en un monte santiagueño, ocupa un lugar en el vestíbulo del Concejo Municipal de Rosario, a escasos metros de donde, en septiembre de 1955, estaba emplazado aquel que fue arrancado y destruido a mazazos.

Esta historia fue narrada a Conclusión por Oscar «Corto» Cánepa.

Oscar «Corto» Cánepa en diálogo con Conclusión.