Por Marcelo Brignoni- Avión negro

Pocas cosas por estos días causan más pena que observar y escuchar al grueso del PROGRESISMO defender a los gritos el ideario neoliberal ante cada coyuntura. Su insólita proclama en defensa de la División de Poderes, Justicia Independiente, Libertad de Prensa, Secreto Bancario y Libre Mercado ha transformado lo que alguna vez fue una agenda crítica de este modelo político y social, en una agenda que ahora considera “imprescindible” defender esta democracia, su democracia: el NEOLIBERALISMO.

Siempre supimos que la derecha no se proponía revoluciones, que quería conservar su propio orden social institucional creado con la sabiduría de presentar sus intereses sectoriales como beneficios globales. La izquierda y el otrora elogiable mundo nacional y popular cuestionaban la injusticia intrínseca de ese modelo social de la desigualdad, surgido de la Revolución Industrial y reafirmado sobre los escombros del Muro de Berlín. En aquellos días de gloria del ideario revolucionario, se planteaba un mundo más justo y equilibrado, instalando otro modelo social o político superador de aquel presente arbitrario, violento y desigual, que hoy lo es aún más.

Como dijera Mark Fisher, la claudicación a este “Realismo Capitalista” no es achacable a la derecha. En sus últimos días, Margaret Thatcher, una de las mas lúcidas dirigentes de derecha del siglo XX consultada sobre la supuesta violencia simbólica de su famosa frase “no hay alternativa”, contesto “pregúntenle a Tony Blair, porque él decidió no ser la alternativa. Yo sé lo que represento. El que miente es él”.

Casi nada queda de la utopía de un hombre nuevo en un mundo de iguales. Hoy, los gobiernos que se autodefinen progresistas solo aspiran a que “la mirada humana del capital” derrame algo de sus sobras sobre los trabajadores. Paradojalmente, la derecha sabe de esta traición histórica y global de aquella “representación política” y se plantea correr la raya, hacer una “revolución feudal” sabiendo que esta “nueva izquierda” ya no representa a trabajadores ni a excluidos, solo a minorías sexuales, étnicas y académicas, en dispositivos políticos conducidos por pequeños burgueses urbanos de heladera llena que no quieren poner en riesgo ni siquiera su Iphone.

Ya casi ninguna fuerza política “progresista” cuestiona la injusticia intrínseca de este modelo neoliberal que solo ofrece miseria planificada e inexistencia de futuro para el 80 por ciento de la población mundial.

Aquellos que querían cambiar el mundo, hoy se contentan con cambiar el auto.

El grueso de los espacios “internacionales” del “progresismo” solo aspiran a un status quo regado de polenta, con matrimonio igualitario y lenguaje inclusivo, pero con hambre permanente.

El gran logro del Globalismo Neoliberal es haber “cazado” a una dirigencia que prefiere un futuro remunerado en dólares en un organismo multilateral, en lugar de la cárcel o el destierro ante una derrota temporal. La pedagogía de las persecuciones del pasado ha traído nuevos relatos, entre ellos el recurso de explicarle a “nuestras bases” que “lo que parece mierda es, en realidad, dulce de leche” o que las “correlaciones de fuerza” son desfavorables por un ahora que durará décadas o que no se tiene nada que ver con un gobierno, aun integrándolo.

Mientras la izquierda se ha vuelto conservadora y principal defensora del Globalismo Neoliberal, la derecha plantea  transformaciones que, aunque sean repudiables, cuestionan este orden actual sabiendo que la exclusión de las mayorías populares genera sociedades inestables y carentes de representación política. Mientras tanto, el “progresismo” finge demencia y nos habla de lo buena que es esta “institucionalidad democrática”.

El avance de la derecha es hoy una amenaza generada por la traición y la vergonzosa sumisión de fuerzas políticas, que solo aspiran a ser empleadas fieles del globalismo financiero.

Integrarse al orden neoliberal podrá ser beneficioso para algunas dirigencias que se declaran “progresistas”, pero nada mejorará para las mayorías populares en ese orden neoliberal. Lo saben todos quienes habitan los territorios de la exclusión. Lo sabe la derecha que se aprovecha de esa desesperación, y también lo sabe el “progresismo” que finge no saberlo mientras intenta interesarnos en su Agenda de Narnia.

La esperanza del futuro de los pueblos está en la historia de sus luchas, en la lealtad para con ellas, no en la servidumbre ante el poder global colonial que nunca nos ayudara a construir una Patria Justa, Libre y Soberana.