La apasionante historia argentina brinda innumerables episodios, fechas e hitos para elegir, recordar y desde allí pararse a pensar el proceso de conformación (o disgregación) de la Patria.

En junio y en particular esta semana, se entrelazan tres: el 15 de junio, 182º aniversario del fallecimiento del caudillo santafesino Estanislao López; este 17 de junio se conmemora el paso a la inmortalidad -hace 199 años- de Martín Miguel de Güemes, líder norteño que comandó la denominada Guerra Gaucha; y en el año belgraniano por excelencia (asombra ver la poca atención otorgada en medios y mensajes políticos) el bicentenario del fallecimiento de Manuel Belgrano, este 20 de junio, sumado al aniversario 250 de su nacimiento, el pasado 3 de junio.

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Al creador de la Bandera, que es mucho más que eso, se le dedicarán otros artículos exhaustivos y que aborden distintas aristas de su personalidad y obra. La misma no deja dudas de la importancia, en su visión, de lo que sí se hablará aquí, que es el proyecto confederal, de una América grande, independiente y unida (en especial en su relación comercial y proto industrial), del que tanto Güemes como López fueron estandartes y defensores y Belgrano uno de sus principales ideólogos (su gran coincidencia con José de San Martín fue ésta); un proyecto trunco, que pudo encauzarse en más de una oportunidad y, al día de hoy, no se logró. La desaparición física de Belgrano sin duda fue uno de los primeros golpes letales para el intento de conformar esa gran nación americana, a lo largo de todo el sur continental (desde Buenos Aires hasta Lima, territorio más extenso entonces que ahora) ¿Será por eso que la política no quiere hacerse cargo de ese «lastre»?

Consolidación no consolidación

Los sucesos de Mayo de 1810 no fueron más que un paso (muy importante) dentro de un proceso más largo, el de la independencia, cuyo hito fundante puede ubicarse más en la Defensa y Reconquista de la ciudad de Buenos Aires, algunos años antes, ante el asedio británico, el Imperio que ascendía en plena debacle del español.

Hay coincidencias, más allá de la infinidad de diferencias que un historiador exhaustivo pueda remarcar, entre Estanislao López y Martín Güemes, que a los efectos de este recorte resultan relevantes.

La primera es su condición de caudillos, palabra maldita si las hubo en el siglo XIX y que aún hoy para algunos connota una carga simbólica negativa a la luz de la “historia oficial”. Lo incontrastable: consolidados por la voluntad del pueblo que conducían. Ambos fueron validados popularmente, en Santa Fe y en Salta (territorios que no se corresponden exactamente a su geografía actual).

Ambos fueron además subordinados de Belgrano en el Ejército del Norte, en distintas etapas de la lucha contra los realistas. Y ambos tuvieron participación en la Defensa y Reconquista antes mencionada.

Esos tres datos, se dijo, más allá de tantos otros relevantes, dan pie a pensar que comprendían el calibre de las batallas que se libraban esos años, no sólo en lo militar, sino en la construcción de la Nación en la que iban a derivar los pueblos hispanoamericanos. ¿Y cuál será ese proyecto? ¿El de un proceso finalmente guiado por élites locales, con comando angloporteño, eminentemente adalides de “patrias chicas”? ¿O por otro lado se buscaría consolidar no solo independencia, sino unidad para tener libertad y no quedar a merced, cada fragmento disgregado, del poder ahora emergente (o ya emergido) de la corona británica?

López y el compromiso invencible

Para figurar sintéticamente el significado de Santa Fe y la conducción de Estanislao López, que gobernó la provincia desde 1818 hasta su muerte veinte años después, es claro el siguiente recorte del historiador Mario Ernesto O’ Donnell.

“El compromiso de la provincia con la insurrección colonial fue grande desde el principio: cuando Belgrano pasó por la ciudad de Santa Fe camino al Paraguay se lo proveyó de reclutas, de fondos, de animales y de alimentos a expensas de algunos de sus habitantes como fue el caso del comerciante Francisco Candiotti quien donó toda su fortuna.

Estanislao López nació en Santa Fe el 22 de noviembre de 1782, hijo natural de Juan Bautista Roldán y María Antonia López. Se incorporó, apenas adolescente,  al Cuerpo de Blandengues en el que su padre era capitán. Eran agrupaciones de caballería ligera que debían repeler las incursiones de los indios y proteger los caminos. En sus escaramuzas contra los indios mocovíes y abipones el joven López aprendió de ellos tácticas montoneras que más tarde utilizaría contra los ejércitos regulares porteños.

Tomó parte en la reconquista de Buenos Aires, en 1806, contra los británicos,  y luego de Mayo, enrolado a las órdenes de Manuel Belgrano en la campaña del Paraguay, participó de las batallas de Campichuelo y Paraguarí, siendo apresado por los realistas en la derrota patriota en Tacuarí. Enviado a Montevideo logró escapar a nado y a su regreso a Santa Fe fue ascendido a oficial de su regimiento.

En la disputa, iniciada ya en tiempos de la colonia, entre un Buenos Aires que pretendía imponer sus intereses a las provincias y una Santa Fe que se consideraba con derecho a la autonomía, se dio que el Director Supremo, el porteño Carlos de Alvear, en abril de 1815 atacó Santa Fe en el intento de destruir la incipiente reunión en su contra de las provincias litoraleñas con el caudillo de la Banda Oriental José Gervasio Artigas. Instituyó a Eustaquio Díaz Vélez como gobernador santafesino, pero poco  después éste fue desalojado por la insurrección popular del 23 de abril de 1815. En su lugar se nombró al citado Candiotti.

Buenos Aires no se conformó y su nuevo Director Supremo, Ignacio Alvarez Thomas,  envió otro poderoso ejército al mando de Juan José Viamonte quien, luego de variadas alternativas, debió ceder ante los insurrectos que nombraron a Mariano Vera como gobernador bajo el auspicio del llamado Protector de los Pueblos Libres, Artigas. Luego de una victoriosa expedición contra los indios en el norte de la provincia que lo colmó de prestigio, Estanislao  López retornó a la capital de Santa Fe para asumir el gobierno provincial el 23 de julio de 1818 en sustitución de Vera, considerado demasiado pro porteñista,  hasta su muerte, veinte años más tarde.

El 17 de diciembre de 1819 casó con la joven de la alta sociedad santafesina María Josefa Rodríguez del Fresno con quien tuvo siete hijos. La burguesía librecambista de Buenos Aires no se conformó con la autonomía santafesina y envió tropas para devolverla a la situación anterior pero los Dragones, con sus tácticas guerrilleras, rechazaron los intentos porteños.

Aliado con el jefe oriental Artigas y  con el caudillo entrerriano Francisco Ramírez formó ejércitos para resistir la prepotencia de Buenos Aires. Los dirigentes porteños se sintieron amenazados por los provincianos y su Director Supremo, Martín de Pueyrredón, sustituido luego por José Rondeau, ordenó el regreso del Ejército de los Andes, a lo que San Martín se negó. En cambio Manuel Belgrano, jefe del Ejército del Norte, quizás para cubrir la desobediencia del Libertador y apoyar su expedición al Perú, acató la instrucción de marchar sobre Santa Fe. Pero en Arequito sus fuerzas se rebelaron bajo las órdenes de destacados oficiales como Juan Bautista Bustos, luego gobernador de Córdoba y uno de los más inteligentes y patrióticos caudillos federales, y José María Paz, quien más tarde tomaría partido por el bando unitario erigiéndose en un temible rival de la Confederación.

El conflicto entre las provincias y Buenos Aires dificultaba y demoraba la organización del Ejército de los Andes. Para San Martín era esencial poner fin o por lo menos postergar esa guerra civil. Con ese propósito el Libertador, quien también lo hizo con Artigas, escribió a Estanislao López, dando muestras de que no consideraba a los caudillos ‘bárbaros’ con quienes era imposible dialogar: «Paisano y muy señor mío: el que escribe a usted no tiene más interés que la felicidad de la Patria. Unámonos, paisano mío, para batir a los maturrangos que nos amenazan; divididos seremos esclavos, unidos estoy seguro que los batiremos. Hagamos un esfuerzo de patriotismo, depongamos resentimientos particulares y concluyamos nuestra obra con honor. La sangre americana que se vierte es muy preciosa y debía emplearse contra los enemigos que quieren subyugarnos. Unámonos, repito, paisano mío. El verdadero patriotismo en mi opinión consiste en hacer sacrificios; hagámoslos, y la Patria sin duda alguna es libre, de lo contrario seremos amarrados al carro de la esclavitud. Mi sable jamás saldrá de la vaina por opiniones políticas. En fin, paisano, transemos nuestras diferencias; unámonos para batir a los maturrangos que nos amenazan, y después nos queda tiempo para concluir de cualquier modo nuestros disgustos, en los términos que hallemos por convenientes, sin que haya un tercero en discordia que nos esclavice».

En esta mediación se evidencia la preponderancia que San Martín otorga a la liberación y unión de la Patria Grande. Además escribe al caudillo con respeto y consideración. Pero el planteo no es aceptable unilateralmente: la política de aduana, puerto único y libre cambio por parte de los intereses portuarios en perjuicio de las economías interiores constituye el principal impedimento para la unión confederal y la convicción de los jefes provinciales es que no existe posibilidad de superar el escollo a través de acuerdos voluntaristas sino estableciendo por la fuerza el predominio del interés nacional por sobre los localismos portuarios.

La actitud del Libertador frente a la elite porteña fue siempre clara y contundente: les enrostró que estaban más preocupados por  imponer su dominio sobre las provincias que en contribuir a la emancipación del continente. Eso era evidente en que los recursos que Buenos Aires decía no disponer para el ejército acantonado en Cuyo y luego en Chile, sobraban en cambio para armar a los ejércitos que embestían contra la confederación provincial. En el capítulo dedicado a Artigas hemos conocido que Pueyrredón se negó a la propuesta de intermediación que ofreció San Martín y sus emisarios chilenos ni siquiera fueron recibidos por el Director Supremo.

Fue la respetuosa relación del Libertador con los caudillos y su resistencia “desenvainar su espada en nuestras guerras civiles”, es decir a combatir en su contra, lo que decidió al doctor Juan Gregorio Tagle, ministro directorial, a sustituirlo en el mando del ejército de Cuyo por Marcos Balcarce.

El 1° de febrero de 1820, en la batalla de Cepeda, López y Ramírez derrotaron a las fuerzas de Buenos Aires comandadas por Rondeau, poniendo fin temporariamente al dominio de los directoriales. Allí también fenecieron las tratativas monarquistas por lo que el republicanismo votado en 1816 en Tucumán quedó a salvo. Las alternativas del Tratado de Pilar, su texto completo y las vicisitudes posteriores han sido descriptas en el capítulo dedicado a Francisco Ramírez.

Ante la renuencia porteña a cumplir con lo pactado en Pilar de llamar a una Convención Constituyente y de castigar a los directoriales que habían llevado adelante las negociaciones para entronizar al duque de Lucca, Carlos de Borbón, en el Río de la Plata, el santafesino avanza sobre Buenos Aires, derrota a las fuerzas que le salen al paso y le pone sitio.

(…) Años después, ya en tiempos de Juan Manuel de Rosas en Buenos Aires, con quien López se entendería y trabajaría conjuntamente a pesar de algún cortocircuito momentáneo, el caudillo santafesino seguiría demostrando el proyecto de nación que vislumbraba.

El libre comercio que en su momento impulsaron los juntistas de Mayo y más tarde el Primer Triunvirato de Rivadavia y el Director Supremo Carlos Alvear, con indudable beneficio para las arcas de Buenos Aires y de sus mercaderes, era severamente cuestionado por los caudillos provincianos que habían visto desmantelar las incipientes industrias de sus territorios, incapaces de competir con los productos industrializados que eran importados desde Europa. En julio de 1830 se reunieron en Santa Fe los delegados de Buenos Aires, ya con Rosas en su gobierno, Santa Fe, Entre Ríos y Corrientes para discutir los términos de lo que habría de conocerse como el ‘Pacto Federal’ y ese tema no pudo estar ausente.

(…) La tuberculosis fue limando la salud de López y lo obligó a delegar el mando cada vez con mayor frecuencia en su cuñado Domingo Cullen. Invitado por Rosas, en una demostración de su invariable amistad, don Estanislao pasó varios días en Buenos Aires donde fue colmado de agasajos y honores. Además, de regreso en su hogar,  fue atendido por el médico personal del Restaurador, el inglés Lepper, cuyos servicios no pudieron impedir que falleciera en su amada Santa Fe el 15 de junio de 1838.”

Vastedad de la empresa

“La vastedad del escenario geográfico donde desplegó su lucha el general salteño Martín Miguel de Güemes, fue proporcional a la magnitud de su empresa”, describe el historiador norteño Gragorio Caro Figueroa. Su síntesis sobre el caudillo del Norte es elocuente:

“Hijo de un funcionario borbónico santanderino enviado a América como Tesorero de la Real Hacienda, y de una descendiente de vascos, a los 14 años se incorporó como cadete al Regimiento Fijo, participó en la reconquista de Buenos Aires durante la primera invasión inglesa y adhirió al movimiento independista inmediatamente después de llegada a Salta la noticia del pronunciamiento del Cabildo de Buenos Aires.

En abril de 1814 San Martín le confió la comandancia de las fuerzas patriotas de avanzada formada por gauchos de Salta y de Jujuy que operaban en el Alto Perú. Desde mayo de 1815, y hasta su muerte, ejerció esas funciones y las de gobernador de su provincia que, desde 1784, fuera sede de la Intendencia de Salta del Tucumán la que abarcaba las actuales provincias de Salta, Tucumán, Santiago del Estero, Jujuy y Catamarca, a las que se añadía Tarija.

El escenario de la lucha librada por Güemes se extendía, al norte, hasta la Intendencia de Potosí, y al este, hasta la Capitanía General de Chile. En ese extenso territorio Salta fue un nudo de caminos y senderos por donde, desde el siglo XVI, fluía el tráfico de hombres, de animales y de mercancías. En Salta termina la planicie argentina y comienza a dibujarse una enmarañada y, a veces, áspera y desafiante geografía de altura, con temperaturas extremas, con sus valles, ríos y quebradas.

Controlar el Alto Perú, para realistas y patriotas, era controlar la llave del largo corredor que enlazaba a la capital virreinal de Lima con la rebelde Buenos Aires. Entre 1810 y 1821 ese territorio será ocupado, alternativamente, por realistas y patriotas. Siete, según unos, y once, de acuerdo a otros, fueron esas incursiones realistas, llamadas “invasiones” por nuestros historiadores. Las más importantes que rechazó Güemes fueron seis: la cuarta del brigadier Joaquín de la Pezuela en 1815; la quinta, de La Serna en 1817; dos de Pedro Antonio de Olañeta también en 1817; la de Canterac en 1820 y la de Olañata en 1821, que le cuesta la vida.”