Fernando «Pino» Ezequiel Solanas falleció a los 84 años, según se informó en la madrugada de este sábado, en París.

El político y director de cine había dado positivo de Covid-19 y estaba en Francia, designado como embajador para la Unesco en la ciudad europea.

Ex diputado nacional, ex senador y principal referente de la agrupación Proyecto Sur -que actualmente integra el Frente de Todos-, también se destacó como cineasta.

El pasado 21 de octubre, el propio Solanas había informado que presentaba un cuadro “delicado”.

“Amigos sigo en terapia intensiva. Mi estado es delicado y estoy bien atendido. Sigo resistiendo. Con mi mujer, Ángela, que también se encuentra internada, queremos agradecer los apoyos a todos. No dejen de cuidarse”, había dicho en sus redes sociales.

A primera hora de este sábado, a noticia fue confirmada por el Ministerio de Relaciones Exteriores.

“Enorme dolor por Pino Solanas. Murió en cumplimiento de sus funciones como embajador de Argentina ante la Unesco. Será recordado por su arte, por su compromiso político y por su ética puesta siempre al servicio de un país mejor. Un abrazo a su familia y sus amigos”, fue el mensaje de Cancillería.

Locuaz y filoso, no fueron sin embargo sus inflamados discursos desde las bancas legislativas que ocupó por 14 años sino el mensaje siempre urgente de sus más de 20 películas la expresión más nítida de su legado.

En una parábola de su faceta política, quien siempre se definió como «un peronista de Perón» concluyó su carrera jugando para los Kirchner: a falta de estrellas propias, lo ubicaron de primer candidato a diputado por Capital en 2019, pero lo hicieron renunciar a la banca ofreciéndole un retiro en la ciudad en la que había vivido la mayor parte de su exilio durante la última dictadura.

Ya había mantenido romances fugaces -y tórridos divorcios- con Chacho Álvarez y con Elisa Carrió. Sin abdicar nunca de su adscripción al nacionalismo popular, también supo rodearse del Partido Socialista Auténtico (PSA), los maoístas del Partido Comunista Revolucionario (PCR) y de los trotskistas del Movimiento Socialista de los Trabajadores (MST) para armar el movimiento Proyecto Sur.

Todo eso fue después de haber paseado lo mejor de su producción fílmica por festivales de todo el mundo. Aunque tenía dos cortometrajes, su verdadero bautismo de fuego fue un desmesurado fresco de cuatro horas sobre las luchas obreras y la resistencia peronista.

Realizó La hora de los hornos junto a Octavio Getino entre 1965 y 1968. Ya forman parte de la mitología urbana las maniobras para sacar los rollos en plena dictadura de Onganía con el fin de editar el documental en Italia y proyectarlo clandestinamente más tarde -premios en Pesaro y Cannes mediante- en locales partidarios y sindicatos de todo el país.

Ese fenómeno atrajo la atención de Juan Domingo Perón. El ex presidente convocó a ambos directores -que acababan de fundar el grupo Cine Liberación- a Puerta de Hierro, donde residía durante su exilio en Madrid. Producto de extensas sesiones de entrevistas surgieron las piezas testimoniales La revolución justicialista y Actualización doctrinaria para la toma del poder, a través de las que el histórico líder impartía instrucciones tanto al ala derecha como al ala izquierda de su movimiento, las que a su regreso al país se enfrentarían trágicamente.

En ese período, Solanas recibe amenazas de muerte de la Triple A, y aunque en 1975 consigue completar su primera película de ficción, Los hijos de Fierro demoró nueve años en poder proyectarse. Tras el golpe del 76, al cineasta le avisan que un comando de la Marina lo intentaría secuestrar y escapa a España, para instalarse finalmente en Francia.

Con el regreso de la democracia cosecha sus mayores éxitos: en Venecia y La Habana recibe premios por El Exilio de Gardel (1985) y lo designan el mejor director en Cannes por Sur (1988), donde reunió a Fito Páez con Roberto Goyeneche.

El inicio de la carrera política de Solanas tuvo algo de un thriller que pudo terminar en tragedia. Con la idea de rescatar de las ruinas la majestuosa Galería Pacífico, donde había rodado Sur bajo la cúpula con murales de Antonio Berni, Juan Carlos Castagnino y Lino Spilimbergo, trató de convencer a Carlos Menem -a quien respaldó en la campaña presidencial de 1989- para que le permita erigir allí un complejo cultural. No tuvo éxito y se transformó en shopping.

Tras la ola de privatizaciones, se convirtió en un furibundo antimenenemista, al punto de ganarse una querella del presidente por definir al gobierno como «una pandilla de estafadores, corruptos y traidores». El 20 mayo de 1991 ratificó su declaración ante el juez Martín Irurzun y al día siguiente dos desconocidos le acertaron cuatro de seis balazos en las piernas, cuando salía de sus oficinas. «Hijo de puta, callate», cuenta que le gritaron.

Al año siguiente se unió a un sector del «Grupo de los Ocho» que había roto con el PJ y debutó con un tercer puesto para senador por la Capital, con el 7,5% de los votos. Sin embargo, en 1993 se presenta en provincia de Buenos Aires y gana la banca de diputado con lo justo: 4,25%. Nacía el Frente Grande, pero de arranque se sentiría incómodo con el liderazgo de Chacho Álvarez, de quien se alejaría en plena reforma constitucional de 1994. Solanas se retiró de la convención en Santa Fe detrás del obispo Jaime de Nevares, y le recriminaría a su socio avalar el pacto de Olivos con su permanencia.

Tras cumplir su mandato de diputado, en 1997, retomó su pasión de hacer política por otros medios. En 2004 estrena Memorias del Saqueo en Berlín (donde le otorgan el Oso de Oro a la trayectoria) y luego lo haría ante Fidel Castro y Hugo Chávez, de quien se declaró admirador.

Volvió al barro electoral en 2007. Se candidateó por única vez a presidente, al frente de Proyecto Sur, y se ubicó quinto con el 1,6%. Tampoco tendría suerte con su intento de ir por el gobierno porteño en 2011: quedó tercero con el 12,8%. Con todo, la confianza que el electorado le niega para cargos ejecutivos se la concede para pelear desde el Congreso.

En 2009 quedó detrás de la lista de diputados del PRO en Capital, con el 24%, y en 2013 obtiene la banca de senador por la minoría, alcanzando el 32% de la mano de la tan eficaz como polémica alianza con Carrió. Era cuando, bajo el paraguas de UNEN, batallaban «por la república», en contra de Cristina Kirchner. Hasta compitió con Lilita en el ranking de denuncias: el cineasta en varias ocasiones a la ex presidenta y a su ministro de Economía, Axel Kicillof, además de enredarse en un furioso duelo verbal con Aníbal Fernández, entonces jefe de Gabinete.

Las primeras banderas que alzó Solanas en Parlamento apuntaron a la nacionalización del petróleo y la investigación de la deuda externa, dando en la última etapa un viraje hacia la defensa del medio ambiente, Dan cuenta de ese «aggiornamiento» los documentales La guerra del fracking (2013) y Viaje a los pueblos fumigados (2018). «Otros se van a la playa, yo me entretengo haciendo rodajes», explicaría sobre la superposición de sus actividades políticas y artísticas.

Nacido en una familia de clase media de Vicente López, se casó a los 19 con una pianista y relataba que para iniciarse en el cine «comíamos arroz y fideos». ​Hizo estudios de teatro, música y derecho, pero nunca necesitó diplomas, más que los que le dio la Fundación Konex por sus películas. Supo tener un romance con la modelo del momento, Chunchuna Villafañe, y reincidió en el matrimonio cuando conoció a la actriz brasileña Angela Correa, 18 años menor, quien también contrajo Covid en París.

A Solanas le gustaba que lo identifiquen por su apodo juvenil, Pino. Al punto que en una campaña electoral repartía brotes de esa planta.