Por Fabio Montero

“Cruel en el cartel, la propaganda manda cruel en el cartel. Y en el fetiche de un afiche de papel. Se vende la ilusión, se rifa el corazón”. El texto pertenece, como habrá advertido el lector, a la primera estrofa del tango “Afiche” de Atilio Stampone y Homero Espósito que inmortalizara el “polaco” Goyeneche en aquellas noches de “Caño 14”.

Tiempo después, el propio Homero dijo que la escribió “pensando en un amor”, y como “una crítica a la publicidad que invadía todos los campos de la sociedad de consumo”.

Las canciones que nos conmueven seguramente pegan en alguna fibra intima, un momento de nuestras vidas, un buen o mal recuerdo, una pérdida, un encuentro y hasta un amor.

No entiendo cuál será mi vínculo con este tango, pero no puedo sacarlo de la cabeza cada vez que paso frente a un afiche de campaña electoral. Tal vez sea porque en ese “afiche de papel” muchas veces “se vende la ilusión, se rifa el corazón”.

La política de algunos candidatos tiene mucho de fetiche, de adoración mágica a las imágenes que se instalan en un cartel sin más contenido que un slogan. Esta postura se entrega con una buena sonrisa y una frase corta llena de emotividad, pero vacía de contenido. En este sentido, el candidato es casi una apariencia, un ídolo de culto al que le encomendamos nuestra “suerte” cada cuatro años.

La política de cartel se vacía de debates. Lejos quedan los idearios partidarios, los locales abiertos a las discusiones, las propuestas de gobierno, el programa político y las plataformas electorales donde se hacen públicos los temas sociales, educativos, laborales, sanitarios, etc.

La política del afiche y el slogan no es la política de la política, es la política del marketing y la publicidad, una construcción comercial que, en principio, no se discute en los locales partidarios sino en los departamentos creativos.

Sin embargo, el afiche que todo lo muestra todo lo oculta, y en su “fetiche de papel”, se disimula la verdadera esencia política de esos actores.

Curiosamente, “la modernización partidaria” es extrapartidaria, un plan de trabajo de consultorías especializadas que instalan candidatos por fuera de las discusiones políticas. Un manual de campaña donde el político no habla de propuestas concretas de gobierno: solo frases sin eco, voces de papel que no retumban más allá del cartel electoral.

En un lenguaje sencillo, claro y versátil el slogan del cartel hace su trabajo: trasmite sentimientos positivos y se mestiza con el contexto para lograr una conexión exitosa con el votante. En pocas palabras: te dice lo que estás dispuesto a escuchar, decir más, no es “políticamente correcto”.

Los temas de campaña de estos postulantes hablan de sueños, gustos, pasiones, sentimientos y emociones; como si todo esto pudiera pensarse por fuera de las decisiones políticas, como si lograra cumplirse más allá de las acciones de un gobierno. Pero al cartel eso no le interesa, porque el cartel no está dispuesto a que la realidad le arruine una buena sonrisa.

La política de slogan exorciza el mal, ahuyenta los malos presagios y expulsa los demonios al tiempo que invoca las deidades del bien y la justicia. Siempre está de tu lado, siempre podrás contar con ella.

Una democracia consolidada necesita del debate de opiniones. La disputa de ideas, lejos del afiche, afirma los sistemas políticos, y las frases pseudo conciliadoras no hacen más que retrasar los verdaderos acuerdos. Por suerte no toda la política es de cartel, muchos hombres y mujeres hacen política con ideas y discusiones doctrinarias. Hacen política con política que es el principal atributo de una democracia.

En esencia, el debate político se nutre con la discusión organizada de ideas para planificar el futuro de un país. El fetiche de un afiche de papel, que vende la ilusión, que rifa el corazón, no es más que la máscara pérfida del que oculta su auténtica posición política. Un resplandor ficticio de opacas propuestas.