Por Alejandro Maidana

Desde la conformación del Estado Nación, la vida de los distintos pueblos indígenas de Argentina se ha transformado en un verdadero calvario. Embaucados, perseguidos, masacrados, esclavizados y corridos hacia los márgenes de una historia escrita con la pluma de los poderosos, los hermanos y hermanas pelean por sobrevivir ante la mirada esquiva de las mayorías.

Los libros de historia, testimoniados en su gran mayoría por los escribas de la época, plumas al servicio de las élites dominantes, no dudaron en definir como “conquistas” los territorios ocupados por quiénes ancestralmente se ubicaban en el lugar. El avasallamiento cultural se plasmó de distintas formas pero siempre partiendo de la imposición de la fuerza, logrando así que la autodeterminación de los pueblos se fuera apagando lentamente.

El 16 de abril de 1870 el teniente coronel Napoleón Uriburu saldría de Jujuy con 250 hombres montados en mula, pertenecientes a un regimiento que había formado con reclutas de Salta con la intención de adentrarse en el Chaco. Luego de 1.250 km recorridos en 56 días, lograría su cometido, someter a once caciques y miles de indígenas que serían destinados a la zafra de caña de azúcar.

Cabe destacar que luego sería la figura de Benjamín Victoria, un militar asiduo a las cacerías de indígenas, quién terminaría el “trabajo” en el Chaco entre 1881 y 1884. Una persona que no dudaría en exhibir durante la fundación de uno de los pueblos, la cabeza de <Yaloschi>, cacique Toba asesinado por sus huestes. “Para saludar el estandarte nacional de la expedición, terminada nuestra campaña, le enastamos en la lanza sangrienta del último cacique toba que pagó con su vida el delito de haber asaltado a uno de nuestros soldados”, escribiría en su diario Benjamín Victorica.

Un derrotero tan implacable como desprejuiciado, la llegada del <progreso> y la industrialización, solo traería pobreza, enfermedades y olvido. Aquellos que sobrevivieron a las distintas matanzas, volvieron a conformarse en comunidades, otros con menos suerte, serían explotados en distintos campos y ofrecidos como servidumbre a las familias de la élite. El sendero de libertad y dignidad, encontraría en su estoico paso, diferentes formas de sometimientos y condenas, algo que sigue vigente en la actualidad.

La muerte por desnutrición interpela medularmente a la sociedad en su conjunto

Brindar una cifra de niñas y niños fallecidos por desnutrición dentro de la Comunidad Wichí, representaría un grosero error, debido a que muchos de ellos no poseen DNI y ni siquiera representan un número para el Estado provincial o nacional.

 

La inexistencia de un diagnóstico certero sobre la situación que atraviesan los pueblos indígenas, aleja considerablemente la posibilidad (si es que existe tal compromiso) de que pueda llegar cualquier tipo de ayuda en forma de política pública.

La falta de profesionales médicos y efectores de salud, convierte a un territorio abrasador por el intenso calor reinante, en una verdadera trampa en donde la deshidratación, se suma al coctel de enfermedades imperantes que suelen ser letales. Alejados y corridos por el desmonte que impulsó el agronegocio contaminante, los pueblos indígenas siguen gritando su dolor, continúan siendo exterminados de manera silenciosa y eficaz.

La intervención de Médicos Sin Fronteras para apalear la crisis humanitaria del lugar

Distintas Comunidades Wichí del Chaco salteño, enviaron junto a profesionales sanitaristas, sendas misivas a la presidenta de MSF para América del Sur, Josefina Martorell. Una de ellas está firmada por el Dr. Carlos Trotta, ex Presidente de Médicos Sin Fronteras para América Latina, el Dr. Medardo Ávila Vázquez, Red de Médicos de Pueblos Fumigados, y el médico sanitarista Emilio Iosa, ex Presidente y fundador de la ONG Deuda Interna.

La misma relata lo siguiente:

La población Wichi, Qom, Iyojwa’ja y Niwaclé que habita desde siempre el este y noreste de Salta y el oeste de Formosa y Chaco, se encuentra en <CRISIS HUMANITARIA> crónica desde hace años, situación que se profundizó en forma de catástrofe en los últimos 10 años en que el agronegocio desmontó 1.200.000 hectáreas del bosque salteño que ocupaban armoniosamente estas poblaciones. Hoy sin monte que les de refugio y alimentos, se acumulan en pueblos y villorrios sin agua, sin alimentos y con profundas dificultades para adaptarse a la nueva situación. Estos pueblos han sido históricamente cazadores-pescadores-recolectores y requieren de nuestra sociedad un trato humanizado con contenido intercultural y de género.

La crisis humanitaria es tan grande que en lo que va del año han muerto 6 (seis) niños a causa de la desnutrición, pero solamente el Hospital de Tartagal tuvo 26 niños wichís internados por desnutrición crónica en este mes. La situación sanitaria es gravísima, el hambre y el stress del despojo para un pueblo tan manso es terriblemente traumatizante, la desnutrición es generalizada, y niños con marasmo y kwashiorkor al estilo africano se detecta en casi todas las comunidades, la tuberculosis y el chagas tiene índices de incidencia altísimos, la mortalidad materna se sospecha que es muy elevada también.

Un grupo de médicos y antropólogos que conocemos la realidad de la región reclamamos que Médicos Sin Fronteras (MSF) se instale en este territorio, esta crisis humanitaria es similar a la de los refugiados africanos en Europa y peor aún. La respuesta del estado nacional y provincial ha sido totalmente insuficiente para ayudar a los pueblos nativos despojados de sus bosques. Incluso el gobierno de Urtubey siguió autorizando desmontes a favor de grande grupos sojeros en el lugar y sus equipos de salud en el terreno son muy escasos y no cuentan con recursos suficientes ni capacidad para enfrentar la crisis humanitaria. La única posibilidad es que una organización humanitaria honesta, eficiente e imparcial como MSF se instale en la zona y desarrolle acciones de contención sanitaria y de infraestructura básica, hasta que los argentinos podamos reconocer y dar una respuesta al problema que nuestro sistema productivo está generando a esta población que se estima entre las distintas etnias de casi 100.000 personas”.

Un grupo representativo de caciques de estos pueblos envió una nota a MSF pidiendo una Misión exploratoria en su territorio, que se adjunta a esta declaración:

Esperamos que MSF, organización que cuenta con el apoyo de miles de aportantes argentinos y decenas de médicos y técnicos argentinos que cumplen tareas solidarias por todo el mundo como miembros de este organismo, sea solidario con nuestros hermanos wichís, y esperamos también que los gobiernos del Presidente Alberto Fernández y del Gobernador Gustavo Sáenz acepten la misión de MSF en territorio Wichí y que preste toda la colaboración que la Misión requiere”.

Con la intención de seguir reflexionando sobre un cuadro de situación que alarma al pueblo consciente, Conclusión dialogó con Carlos Trotta y Medardo Ávila, dos de los firmantes de una misiva que busca tener un pronto impacto. “Durante dos años ejercí la presidencia médica rural en el Ingenio Ledesma, es por ello que estoy empapado en la problemática de las hermanas y hermanos de distintas comunidades indígenas”, sostuvo Trotta.

“Tuve la satisfacción de haber sido presidente de Médicos Sin Fronteras en Latinoamérica, pero es preciso aclarar que esta movida que estamos llevando a cabo es a título personal. Quién preside en la actualidad MSF es Josefina Martorell, quién se ha interiorizado en la causa y expresado una profunda preocupación por la crisis humanitaria de estas comunidades”.

Una realidad que debe ser modificada de manera urgente, “esto nos impacta como seres humanos que somos, los hermanos, nuestros semejantes, están padeciendo un genocidio sistemático al cual debemos ponerle un punto final. Estamos en contacto con distintas ONGs y autoridades sanitarias, el primer propósito se ha cumplido, que no era otro que visibilizar la situación del pueblo Wichi”, indicó.

Chagas, tuberculosis, enfermedades como la sífilis congénita, acorralan los días de quienes desde su silencio, nos obligan a actuar con celeridad. “Tan tremenda como injusta es la situación a la que están expuestos los hermanos. Nos han llegado consultas de otros países como es el caso de Colombia y Brasil, estos países están padeciendo la persecución y el asesinato de distintos líderes indígenas producto del paramilitarismo y las inversiones en territorios ancestrales. Esto se repite desde hace siglos en toda Latinoamérica, es sistemático, la crisis humanitaria es despiadada y en Argentina tenemos a un pueblo que está sufriendo”.

 

El enemigo llegó nuevamente, en esta oportunidad en forma de desmonte y alambre, “alteran el medioambiente de manera constante, la influencia de esto sobre nuestros hermanos es impiadosa. Cabe destacar que esta preocupación no es nueva ni tampoco local, lo hemos charlado también en Estados Unidos y Canadá tiempo atrás, por ejemplo los Inuit, conocidos como esquimales, tienen una tasa de tuberculosis altísima. Incluso hemos trasladado nuestra preocupación a Ginebra, debemos aportar una solución inmediata antes que sea demasiado tarde”.

 

Medardo Ávila integra la Red de Médicos de Pueblos Fumigados, un quijote que sigue batallando contra el poder concentrado en todas sus formas. Consultado sobre la situación en el norte del país, sostuvo. “La crisis humanitaria que viven los pueblos indígenas se vienen desarrollando desde hace mucho tiempo, no es algo que emerge de pronto y nos impacta por la muerte de estos 6 niños. Los fallecimientos son permanentes y en estos últimos 10 años se ha recrudecido de una manera notable, ya que Salta como tantas otras, se ha convertido en una provincia agrícola que ha desmontado 1.200.000 hectáreas en la última década”.

“En estos bosques y montes vivían alrededor de 100.000  Wichi, Qom, Iyojwa’ja y Niwaclé, distintas etnias que sobrevivían en completa armonía con su entorno. Pueblos que son recolectores, cazadores y pescadores, muy mansos y cuidadosos de un monte que representaba su sustento. Lamentablemente de un día para otro se comenzó a desmontar masivamente, dejando en absoluta indefensión a aquellos que vivían en él”, indicó Ávila.

La migración interna como número final de una ecuación sumamente perversa, “estos habitantes se fueron amontonando en pueblos y villorrios sin agua, sobreviviendo de una manera deshumanizante. Allí mueren masivamente tanto ancianos como niños, la tasa de mortalidad es altísima, al igual que la de tuberculosis y chagas. La situación sanitaria de estos pobladores es deplorable, el Hospital de Tartagal que es el efector de la zona hay días que no tiene médicos. La situación es terrible, si bien existe una ley que protege a los bosques del desmonte, Urtubey los entregó a empresarios de su grupo familiar, y a otros como Euernekián, Grupo América y a vinculados a la familia de Marcos Peña y Mauricio Macri”.

“Los indígenas han sido expulsados de sus tierras y están muriendo como moscas, el Estado ha sido cómplice desde siempre, promocionando la destrucción de bosques nativos en forma masiva. La crisis humanitaria es muy similar a la que viven los refugiados africanos cuando tratan de llegar a Europa, incluso peor. Por eso un grupo de médicos y antropólogos de la Universidad de Salta estamos pidiendo que Médicos Sin Fronteras establezca una base en estos sectores ya que ni el Estado provincial y Nacional han sabido responder a la grave situación que se vive”, concluyó Medardo Ávila.