Por Gerardo Álvarez para La Capital

Sabido es que desde antes de la época de Rosas se perfiló en el país el enconado y sostenido enfrentamiento entre unitarios y federales, pero luego de la derrota de don Juan Manuel en Caseros, el 3 de febrero de 1852, el eje del enfrentamiento pasó a ser la dicotomía porteños contra provincianos, ya que un año después, a través de la llamada, revolución del 11 de septiembre, se había producido la secesión de Buenos Aires del resto del país, que adoptó por esos años la denominación de Confederación Argentina y determinó que su capital fuese Paraná.

Hacia 1859 pareció lograrse la reunificación nacional, luego del 23 de octubre de ese año, día en el que las tropas confederadas de Justo José de Urquiza vencieron en Cepeda al ejército porteño conducido por Mitre. Como secuela de dicha batalla se firmó, el 11 de noviembre siguiente, el Pacto de San José de Flores, a través del cual Buenos Aires se obligaba a reingresar a la Confederación, reservándose el derecho de revisar la Constitución de 1853 y de proponer modificaciones a su texto, lo que en verdad ocurrió con la reforma de 1860, año en el que Santiago Derqui sucedería a Urquiza en la presidencia de la Confederación.

Justo José de Urquiza

Pero diversas circunstancias, cuestiones no resueltas e intereses contrapuestos provocaron la reanudación de las hostilidades. Otro insalvable motivo de conflicto fue el rechazo de los representantes de Buenos Aires al Congreso, porque no habían ido electos según la ley nacional sino conforme a una norma local. Al parecer hubo algunos intentos de acercamiento entre los dos bandos y también discretas entrevistas y negociaciones pero, al conocerse el contenido de una nota de Derqui a Juan Enrique Pedernera, su vicepresidente, que fuera interceptada por las fuerzas porteñas, según Woodbine Hinchliff, un viajero inglés que fue privilegiado testigo del intenso acaecer de esos días, «se produjo gran agitación». Y dado que el partido liberal porteño no estaba dispuesto a someterse al débil gobierno federal de Paraná, ni tampoco a desprenderse de los vitales recursos que producía la Aduana, su jefe, Bartolomé Mitre, que como agudamente apuntara José Luis Busaniche «fue elegido gobernador del Estado de Buenos Aires, no de la provincia», rompió los pactos acordados con la Confederación y adoptó medidas conducentes a un eventual inicio de hostilidades, llegando a fortalecer sus divisiones a través del ingreso de enganchados extranjeros, entre los cuales se destacó la Legión Italiana que peleara a las órdenes de Garibaldi.

A la izquierda, el vencedor de Pavón, Bartolomé Mitre.

Finalmente, el choque armado resultó inevitable y los dos ejércitos, el mitrista y el provinciano, volvieron a encontrarse el 17 de septiembre de 1861, esta vez en los campos de Pavón. Un eminente cronista rosarino, don Eudoro Carrasco, hizo una original y sutil interpretación de este hecho de armas, al opinar que en él habían tenido lugar dos triunfos y dos derrotas. Según esta atinada opinión, en esa batalla la caballería del interior arrolló implacablemente a la porteña, que estaba a las órdenes del coronel uruguayo Venancio Flores, mientras que la artillería y la infantería de Buenos Aires se impusieron a sus similares, muy desorganizadas y débiles, del ejército confederado.

Por eso es que muchos historiadores coinciden en que, al llegar la noche, no era todavía posible determinar con claridad cuál de los dos ejércitos se había impuesto. Sin embargo, al saberse después que Urquiza, que se retiraba con las tropas que lo habían seguido, ya se encontraba en territorio santafesino, a varias leguas del lugar del combate, no pasó mucho tiempo sin que una ocurrente copla alusiva a la derrota de don Justo José, recogida por don Agustín Zapata Gollán, fuese entonada por el gauchaje: «Ponete las botas de potro / Quitate las de charol / Las ganastes en Cepeda / Las perdistes en Pavón».

Pero como no todos los jefes del ejército confederado estuvieron de acuerdo con la decisión de replegarse que adoptó Urquiza, los disconformes, unos mil doscientos hombres, mal armados, desmoralizados y con sus caballadas en mal estado, se prepararon para resistir, quedando a las órdenes del brigadier general Benjamín Virasoro, un correntino que fuera jefe político de Rosario, 1854-55, al que el presidente de la Confederación designó jefe de su ejército, quien contando únicamente con el débil apoyo del gobernador de Santa Fe, Pascual Rosas, dispuso una rápida retirada hacia esa jurisdicción.

Los Cuadernos de Órdenes de la División al mando de Virasoro, conservados en el Archivo de Mitre, indican que sus fuerzas se trasladaron al «Campamento de la costa del Carcarañá» el 29 de octubre de 1861, y las anotaciones que en ellos constan denotan que no se esperaba tan inminente ataque por parte del ejército porteño. A partir del 3 de noviembre de 1861 cada Orden General aparece datada en la Cañada de Gómez –el campamento estuvo en campos situados entre la actual ciudad de ese nombre y Bustinza– seguida de un «sin novedad».

Por entonces formaban parte del ejército de Buenos Aires varios jefes orientales que, habían participado de la represión de La Rioja, como Sandes, Rivas, Arredondo, Paunero, Caraballo, Aguilar, Regules y Venancio Flores quien, resentido porque las fuerzas de caballería que pelearon a sus órdenes en Cepeda y Pavón habían sido doblegadas en ambos encuentros por los jinetes de la Confederación, buscó y encontró la manera de intentar tomarse una revancha. Para ello escribió a Mitre asegurándole que era necesario «darle(s) una sableada o al menos mostrárseles de cerca» a los desmoralizados soldados de la Confederación acampados en el árido y desolado pago del Desmochado Abajo. Y como la respuesta fue positiva, Flores se preparó para el ataque destinado a aniquilarlos e incorporó a sus fuerzas el 6º Batallón de Infantería, el 1º y el 7º de Caballería de línea y el escuadrón guías a las órdenes de Paunero, estableciendo patrullas para vigilar al enemigo en toda la costa del Carcarañá.


Ambrosio Sandes «el coronel de las 54 heridas» que muestra en la imagen. Sufrió una un mes antes de Cañada de Gómez, a pesar de lo cual combatió en la matanza.

Félix A. Chaparro, en un valioso trabajo sobre La matanza de la Cañada de Gómez, señala que un mes antes de esa cruenta acción militar ocurrió en el Carcarañá un choque armado entre dos partidas enemigas que patrullaban el río y «entreveraron» lanzas a sus orillas. Ambrosio Sandes, conocido en nuestra historia como «el coronel de las 54 heridas», recibió un balazo en el vientre y, trasladado a Rosario, allí «le fue extraída la bala, y aquel hombre extraordinario pudo incorporarse nuevamente al ejército de Flores, en vísperas de la acción de Cañada de Gómez».

Chaparro afirmó que Flores atravesó el río Carcarañá en la madrugada del 21 de noviembre por el Paso de las Piedras y que «dividió su ejército, enviando el 1 y 7 de caballería al mando del coronel Sandes en dirección a la Cañada de los Leones, a fin de que dando un rodeo viniesen a caer sobre el campamento de Virasoro en la madrugada del siguiente día. Por su parte con el resto de la caballería, marchó costeando río arriba para cerrar a la misma hora aquella formidable tenaza con la que trituraría a su descuidado adversario».

Según Chaparro, el ataque se realizó cumpliendo órdenes que «acaso no las hubo más crueles y salvajes», debiendo «ultimarse al enemigo a lanza seca y bayoneta, no debiendo usarse armas de fuego en el asalto ( …) a fin de evitar el peligro de herirse entre sí mismos en la confusión. La gente de Virasoro tomada de sorpresa, durmiendo y sin armas, fue ultimada en su mayor parte sin tiempo para defenderse, y los que podían escapar de aquel infierno caían en manos de partidas apostadas estratégicamente».

Fue tan cruenta esa matanza de la Cañada de Gómez que el mismo general en jefe del ejército mitrista, Juan A. Gelly y Obes, escribió, el 23 de noviembre, las atinadas reflexiones siguientes: «El suceso de la Cañada de Gómez es uno de esos hechos de armas muy comunes, por desgracia, en nuestras guerras, que después de conocer sus resultados aterroriza al vencedor, cuando este no es de la escuela del terrorismo. Esto es lo que le pasa al general Flores, y es por ello, que no quiere decir detalladamente lo que ha pasado. Hay más de trescientos muertos y como 150 prisioneros, mientras que por nuestra parte, solo hemos tenido dos muertos y cinco heridos».

José Hernández logró salvarse.

Gelly y Obes puntualizó también que la «dispersión de los 1.200 a 1.300 hombres (…) ha sido tan completa, que el mayor número que se vio reunido era el de Virasoro y no pasaba de 20, que tomó para la costa del Paraná, mientras que la demás salió toda para el sur. Este suceso es la segunda edición de Villamayor, corregida y aumentada…».

Entre quienes pudieron huir y salvar sus vidas estuvieron Leandro Alem, José Hernández y su hermano Rafael quienes, a pesar de ser porteños, combatieron a las órdenes de Virasoro. Y tiene sentido precisar que recién el 26 de noviembre Flores envió a Mitre el parte de la batalla, lo que evidencia la dificultad que tuvo para hallar, en su redacción, palabras adecuadas que disimulasen el horror de lo ocurrido

Fuente: La Capital

Foto portada: elsolweb.tv