Por Rosalía Costantino

Bolivia es un oasis en el mundo occidental del presente. La escalada de los precios internacionales de las materias primas e insumos básicos de la industria no sacude la economía de ese Altiplano. La respuesta radica en el combinado de medidas, mayormente heterodoxas, que lleva adelante el país vecino desde hace casi dos décadas sin descuidar el “orden” macroeconómico.

La dupla Evo Morales-Álvaro García Linera refundó, a partir de 2006, la matriz productiva de Bolivia, estatizó empresas de áreas estratégicas, como energía, hidrocarburos y servicios, aprovechó el shock de precios de los commodities y acumuló suficiente cantidad de reservas que le permitieron mantener un equilibrio fiscal y eliminar el bimonetarismo.

Pero las tensiones con el gran capital y los oligopolios estuvieron siempre a la orden del día. En 2008, Morales y García Linera salieron rápidamente a intervenir el mercado para evitar que la brusca suba de precios en alimentos se disemine por todos los sectores de la economía doméstica.

“Nos llevó tres años controlar la inflación, que había surgido de un ataque empresario, pero lo logramos. Impusimos al inicio un tope de precios a las carnes, cereales, leche, azúcar y aceites mediante la asociación del Estado con pequeños productores. Nos metimos en la cadena productiva y obligamos a los empresarios a vender al precio que fijábamos. Así, logramos corregir los precios nuevamente…”, recuerda García Linera en diálogo con Ámbito.

Lo que el teórico marxista explica va en línea con la propuesta de una “empresa de alimentos” del Estado, como la que impulsan en la Argentina algunos sectores de la alianza gobernante. Es decir, la administración central sería la encargada de procesar los alimentos más sensibles de la canasta básica, comprándole la materia prima a los pequeños productores.

“A esos productores les garantizábamos un precio superior -y permanente en el tiempo- al que le pagaban las empresas, y luego nosotros fijábamos un valor de venta al público que no tenía ganancia, solo cubría el costo de producción, para obligar a los empresarios a vender sus productos en el mismo nivel. Y se bajó la inflación…”, explica quien fuera vicepresidente de Bolivia entre 2006 y 2019.

Fueron tres años de idas y vueltas con los principales conglomerados alimenticios del país vecino, pero la persistencia de la medida estatal, respalda con una base sólida de reservas producto de las privatizaciones, logró sus frutos: se llegó al acuerdo con toda la industria de precios “razonables”.

“Es lo que ustedes quisieron hacer con Vicentin, pero no se animaron. El Estado, en nuestro caso, se metió en la cadena de valor agrícola, pero no estatizó la tierra, sino que pasó a formar parte de la industria procesadora. Y en el caso de la carne obligó a los frigoríficos a abastecer el mercado interno a un precio regulado y luego exportar el excedente…”, describe García Linera, de visita por la Argentina para exponer sobre los desafíos de lo que define como “segunda ola de gobiernos progresistas” en la región.

La Argentina, dice García Linera -un intelectual orgánico de los movimientos nacionales y populares al estilo de Gramsci-, “está en una situación muy compleja por la escasez de divisas”. Al mismo tiempo, “es el segundo país del mundo, después de Estados Unidos, que más dólares billete tiene su población”, y la inmensa mayoría no se encuentran en el sistema financiero local, sino en el exterior. De acuerdo a los últimos datos de Posición de Inversión Internacional (PII) del INDEC, los argentinos tenían en el primer semestre unos u$s365.554 millones en concepto de inversiones directas y acreencias en el exterior.

En este contexto, remarca que “la dimensión de la inflación ha dejado de ser un acompañante cotidiano y tolerado y pasó a ser un hecho casi asfixiante para la gente”, a la vez que reconoce que la “receta boliviana” no tendría los mismos resultados por estas tierras, y se requiere de “medidas innovadoras”.

“Puede haber políticas de shock conservadoras, como la convertibilidad, que resolvió la inflación pero provocó un enorme deterioro en toda la economía argentina, o medidas más bien heterodoxas, pensadas para proteger al trabajador”, plantea. ¿Cómo cuáles? “Se requiere jalar al empresario de manera temporal, pero de forma radical para que el trabajador no pague con sus magros ingresos los costos de estas medidas. Puede ser con impuestos a los sectores más ricos para subvencionar precios y mejorar el salario sin requerir de emisión monetaria, pero también tienes que volcarte al control de las áreas sensibles y aplicar fuertes sanciones a los empresarios si no cumplen con los precios regulados”, enumera. Y completa: “Hay que ensayar algún tipo de salida disruptiva, complejizar con otras herramientas para darle certidumbre a la sociedad…”.

En ese sentido, pone como ejemplo, además de la intervención del Estado para regular precios, el índice UFV, creado en Bolivia por la gestión anterior, que sirvió de atractivo sustituto al dólar. “Se premió el ahorro en bolivianos con esta unidad contable que daba una tasa de interés más alta que el dólar, a la par de que se garantizaba disponibilidad de la divisa estadounidense en caso de querer atesorar en esa moneda”, destaca el hombre que delineó gran parte de la estrategia política de Evo Morales. Vale recordar que el país mantiene un tipo de cambio fijo desde hace una década.

Con escasas reservas netas en el Banco Central, la Argentina “necesita hoy un coctel de varias medidas en simultáneo para combatir la inflación”, insiste García Linera. Y reflexiona sobre el futuro: “Se requiere de mucha autoridad porque, si no, no podrás contener la suba de precios. Y allí aparecerán los conservadores y lo harán, aunque le saquen el último ahorro a la gente, pero tendrán legitimación social. La inflación en Bolivia la resolvió la derecha y se quedó 20 años, pero privatizaron todo, se destruyó el empleo, se cerraron fábricas”.