Por Specola

Mientras el Papa Francisco sigue con sus amores a la madre tierra, a la que tenemos que salvar en su presunta agonía, se está quedando sin indios. El 6 de mayo es el día grande de la Guardia Suiza Pontificia porque se celebra el aniversario de la defensa heroica del Papa Clemente VII durante el saqueo de Roma por parte de las tropas de Carlos V, en 1527. La fórmula de juramento dice esto: «Juro servir con fidelidad, lealtad y honor al Supremo Pontífice N. y a sus legítimos sucesores y dedicarme a ellos con todas mis fuerzas, sacrificando incluso, si es necesario, mi propia vida para defenderlos. Asumo el mismo compromiso con el Sacro Colegio Cardenalicio en el caso de que la Sede esté vacante. Prometo además respeto, fidelidad y obediencia al capitán comandante y a mis superiores. ¡Lo Juro! ¡Qué Dios y nuestros Santos Patronos me ayuden!». A continuación se hace el juramento personal tomando la bandera  con la mano izquierda, mientras que la mano derecha se alza al cielo con el dedo pulgar, índice y medio extendido, simbolizando las tres personas de la Santísima Trinidad: «Yo, [nombre del nuevo guardia], juro mantenerme fiel diligente y fervientemente a todo esto que me ha sido leído; que sea el Todopoderoso y Sus Santos mis testigos».

En el Vaticano no son tiempos de romanticismos, y Urs Breitenmoser, portavoz de la Guardia Suiza Pontificia anuncia que tres Guardias suizos se marcharon voluntariamente, mientras que tres reclutas, que aún no habían sido vacunados, decidieron someterse a la legislación vaticana. Los tres reclutas están actualmente suspendidos de sus funciones: volverán al servicio después de completar el ciclo de vacunación. No entramos en la acalorada disputa entre vax y no vax, pero lo que queda claro que hasta los suizos, a la mínima, desertan. Es algo que estamos viendo en toda la iglesia, ante la descomposición en la que vivimos, entramos en un sálvese quien pueda, porque aquí ya no queda mucho que salvar. La gerontocracia que gobierna la iglesia se resiste a morir y, sobre todo, a reconocer el fracaso estrepitoso de las primaveras postconciliares. Van desapareciendo cardenales con edades bíblicas, la mayoría de obispos cobardean, y otros, los adictos al régimen, permanecen momificados en sus puestos vendiendo primaveras.

Los sacerdotes de una cierta edad aguantan, de algo hay que vivir, y resisten como pueden hasta madurar alguna pensión que les devuelva la ansiada libertad. Los más jóvenes, pocos, van por otro lado, muy distante de los primaveras. La táctica peronista de sembrar dudas sobre el adversario con condenas administrativas y comisariamientos generales no está dando los resultados esperados y las pocas vocaciones, las que hay, se van a los perseguidos esperando que los primaveras descansen en paz en sus paraísos virtuales, salvando la madre tierra.

El fin de pontificado se huele y el Vaticano sigue enredado buscando conspiradores debajo de las alfombras de los sacros palacios. Algunos nombres nunca han sido un misterio, y mucho menos ahora, pero la gran preocupación es que surgen nuevos nombres insospechados, alguna vez muy fieles al propio Bergoglio.  Todos piensan en los conservadores y nadie mira a ese sistema de poder que se considera intocable y que desde la época de Pablo VI ha arrasado en la curia. No es ningún misterio que el «nuevo rumbo», preparado en medio de enormes esfuerzos ya en la época de Benedicto XVI  sufre paradas repentinas y trompicones.  Nuzzi entra en escena y toca el caso Becciu: «El problema no son los comportamientos de Becciu, sino un sistema que se cree intocable». Evidentemente hay otras muchas transacciones financieras sospechosas, interceptadas por los sistemas de inspección de los bancos centrales que pueden salir a la luz en cualquier momento.

En la agenda 2030, la de los hermanos de Naciones Unidas, tan amada de nuestro pontífice y sus parolines, se nos vende que no tendremos nada y seremos felices. Este mensaje se pretende cristianizar con un franciscanismo, de Francisco, el Papa, pero no de Francisco, el Santo. No podemos caer en la burda  confusión, partiendo de errores históricos como afirmar ex cátedra que: «Cuando San Francisco eligió el ideal evangélico de la pobreza, cuya autenticidad encuentra sentido y expresión en la minoría, realizando el carisma de la fraternidad hacia los hombres y la creación, vivió en un mundo en cierto modo similar al nuestro, donde la desproporción entre ricos y la pobreza era inconmensurable y los aspectos antropológicos y éticos en el campo socioeconómico eran problemáticos».

Esta visión sesgada y falsa de la historia franciscana olvida la gran aportación de los Franciscanos a los pobres con la creación de las cajas de ahorros y montes de piedad.  El primer Monte de Piedad oficialmente nació en Italia en el siglo XV, a iniciativa de los franciscanos, gracias a fray Bernabé de Terni, como una forma de combatir la usura. Los primeros montes de piedad fueron establecidos en Perugia, Savona, Mantua y Florencia, ya que en esa época era usual que los prestamistas cobraran intereses altos por los créditos del orden del 20% al 200%. Los Montes de Piedad atendían las demandas de los más pobres  a través de la concesión de préstamos gratuitos sin interés, garantizados con alhajas y ropas. Hasta el Concilio de Trento (1545-1563) proclamó el carácter benéfico de los Montes de Piedad.

Edward Pentin nos ofrece un largo artículo sobre la situación del camino sinodal Alemán.  Un grupo de fieles laicos alemanes publicó su manifiesto en el que critica el proceso como promotor de la desunión, careciendo de las condiciones para una verdadera reforma y presagio de un cisma. Los autores reconocen la necesidad de una «reforma fundamental» de la Iglesia, pero argumentan que la crisis de abusos, que desencadenó el Camino sinodal, fue «explotada» con el fin de implementar «una conocida agenda político-eclesiástica». Critican el Camino sinodal como «evidentemente desinteresado en los procesos de arrepentimiento y renovación espiritual» y por intentar insertar a la Iglesia en la «corriente cultural dominante».

A los laicos es mucho más complicado callarlos con presiones y castigos y tienen claro que la vía sinodal quiere romper el poder de los obispos y sacerdotes poniéndolos bajo el poder de los funcionarios laicos y no quieren «una Iglesia de funcionarios con un aparato hinchado y parloteo permanente»,  «para intentar remodelar la Iglesia católica en la línea protestante». La Conferencia Episcopal está dividida en una mayoría de simpatizantes de la Vía sinodal y una minoría de obispos fieles al magisterio «que se sienten en cautiverio babilónico». Algo se está moviendo y «si los obispos no tienen la fuerza para resistir», «los laicos no nos dejaremos destruir por la Iglesia que amamos, y que es nuestro hogar espiritual».

«¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?»

Buena lectura.