Por Jorge Martínez

En el Adviento de 1835 el futuro cardenal católico John Henry Newman, quien aún no se había convertido y era vicario anglicano de la parroquia de Santa María Virgen, en Oxford, predicó estos sermones dedicados a un tema que ya entonces podía parecer algo incómodo para los oídos del mundo: la aterradora figura del Anticristo.

Newman (1801-1890) dividió en cuatro partes su impecable predicación acerca del “Hombre de pecado” en relación al tiempo en que se manifestará, la religión que lo acompañará, la ciudad que lo encumbrará, y la espantosa persecución que desatará en el fin de los tiempos. Tomó como guía la Sagrada Escritura, en especial las profecías del libro de Daniel y el Apocalipsis, y las diferentes interpretaciones que habían dejado los Padres de la Iglesia.

Muy al comienzo explicitó su método de exposición. Es el que se ajusta a la “noción bíblica y patrística de tipo y antitipo, o sea la representación de un suceso lejano y arcano (antitipo) por medio de otro próximo y conocido (tipo)”, escribió el padre Carlos A. Baliña en el prólogo a la edición que publicó Pórtico en 2006, en la que también se encargó de la traducción y las notas. Newman lo expresó de este modo: “En realidad, todo acontecimiento de este mundo es tipo de aquellos que lo seguirán; la historia avanza como un círculo siempre creciente… De modo similar, cada era presenta su propia imagen de aquellos sucesos, todavía futuros, que serán, ellos y sólo ellos, el verdadero cumplimiento de la profecía que se encuentra a la cabeza de todos”.

Siguiendo este análisis circular, Newman recordaba que, así como la primera venida del Señor tuvo su precursor, “así también lo tendrá la segunda”. Si el primero fue San Juan Bautista, el segundo será “más que un enemigo de Cristo, será la misma imagen de Satán, el pavoroso y aborrecible Anticristo”. Luego los sermones proceden a definir sus características. El Anticristo será un hombre y “no un poder, ni un mero espíritu ético, o sistema político, o dinastía, o sucesión de soberanos”. Impondrá una tiranía en todo el mundo que durará tres años y medio, o sea 42 meses. Este “hombre de iniquidad”, cuyos “tipos” la tradición cifró en Antíoco, Juliano el Apóstata y Mahoma, lista a la que Newman agregaba a Napoleón Bonaparte, será la encarnación de “un principio feroz y sin ley, un espíritu de rebelión contra Dios y contra el hombre”, un espíritu ambicioso, “padre de toda herejía, cisma, sedición, revolución y guerra”.

EL OBSTACULO

La Sagrada Escritura sostiene, no obstante, que antes de que se manifieste el Anticristo ocurrirán dos cosas: deberá retirarse el obstáculo que lo retiene, el katejón, y habrá de esparcirse por el mundo una gran apostasía. Respecto de lo primero, Newman era de la idea de que el katejón no sólo aludía al Imperio Romano histórico, como se creía en la Antigüedad, sino que se refería también a la supervivencia de una forma de “organización de la sociedad y del gobierno” que fuera “representativa del poder romano”.

En cuanto a la apostasía que precederá al “Hijo de perdición”, Newman, siguiendo a San Pablo, la interpretaba como un tiempo en el que “las revoluciones prevalecerán, y la presente estructura de la sociedad será desarticulada”. Para ilustrar mejor la realidad de ese descalabro formulaba unas preguntas que tienen mucha más vigencia hoy que hace dos siglos. “¿No existe un movimiento vigoroso y unificado en todos los países destinado a privar a la Iglesia de Cristo de su poder y posición –inquiría-. ¿No existe un empeño febril y permanente por deshacerse de la necesidad de religión en los asuntos públicos?…¿No existe acaso un consenso creciente de que una nación no tiene nada que ver con la religión, que se trata de algo sólo concerniente a la conciencia individual?” Por todo lo anterior, Newman veía operando ya una “confederación del mal” que pretendía “encerrar a la Iglesia de Cristo como en una red” y preparar “el camino para una Apostasía general”.

Esa trampa diabólica estaba formada por “bellas promesas” que ocultaban la ponzoña. A los incautos, alertaba Newman, Satán les “promete libertad civil; les promete igualdad; les promete comercio y riqueza; les promete exención de impuestos; les promete reformas”. Se “burla de los tiempos pasados y se mofa de toda institución que los venere”. Escucha, alaba, alienta, incita y, al final, “enseña cómo convertirse en dioses”.

La apostasía generalizada habrá de ser el prólogo de una espantosa persecución contra la Iglesia, “más feroz y peligrosa que cualquiera que haya sufrido desde su comienzo”. Uno de los signos de esta impiedad, apuntaba Newman citando al profeta Daniel, será la “cesación de todo culto religioso”, y la “abominación de la desolación”. Junto con ella se producirá un “despliegue de milagros” reales o ficticios (podrían ser “descubrimientos de las ciencias físicas”, acotaba el exegeta anglicano) que afianzarán el poder del Anticristo. Un poder basado en la fuerza y el engaño, en “astucia y sutileza”, que causará “la fascinación de la imaginación de aquellos que no tengan el amor de Dios firmemente arraigado en sus corazones, o sea, todos excepto los elegidos”.

A diferencia de lo que ha venido predicando la Iglesia en los siglos posteriores a estos sermones, Newman acentuaba lo importante que era que los cristianos meditaran en la realidad del Anticristo y su reino tenebroso. Varias veces en sus homilías exhorta a la vigilancia y la preparación, una apelación que leída hoy, en este desconcertante año 2020, estremece por su actualidad. Creía provechoso tomar conciencia de que somos parte de “lo que puede ser llamado un sistema milagroso”, es decir, “que nuestro presente estado de cosas forma parte de un curso providencial, que comenzó en forma milagrosa, y que, al fin de los tiempos, si no antes, culminará milagrosamente”. Incorporar esa noción, subrayaba, iba a devolver al cristiano su condición esencial, la de “peregrinos, centinelas”, que aguardan ansiosos “los primeros rayos de la mañana” y la venida de Nuestro Señor. Ese día glorioso “cuando El ponga fin al reinado del pecado y de la maldad, complete el número de Sus elegidos y perfeccione a aquellos que al presente luchan con la debilidad, mas en sus corazones lo aman y lo obedecen”.