En la celebridad de Nuestra Señora de Lourdes, y en el marco de la Jornada Mundial del Enfermo, monseñor Eduardo Martín, arzobispo de Rosario, celebró la misa en la basílica y santuario arquidiocesano “Nuestra Señora de Lourdes” de calle Santiago 1165.

En su homilía, monseñor Martín, recordó que la Virgen de Lourdes se presentó a Bernardita y se manifestó como “la ´Inmaculada Concepción´, es decir, yo soy la que ha sido concebida sin mancha de pecado original. Este es el misterio del amor de Dios que ha querido preservar a la Santísima Virgen en función de su misión como Madre del Salvador, que no tuviera mancha del pecado. Y por eso manifiesta allí, de forma anticipada, la potencia de la resurrección. De ese modo. María alberga al Hijo eterno del Padre en su vientre, para que se hiciera hombre y nos viniera a salvar”.

El arzobispo de Rosario destacó que esta fiesta “tiene en primer lugar, esta relación con nosotros, que, al revés de la Virgen, somos pecadores. Pero al tener a la Virgen María, la Inmaculada, la que no tiene mancha, nos llena de esperanza, porque ella, que es de nuestra raza humana, tiene esta pureza que nosotros anhelamos alcanzar en el Cielo pero que ya por la muerte y resurrección de Cristo y por el Bautismo que hemos recibido, esta vida nueva, esta vida de la gracia, esta vida pura, ha entrado en nuestro corazón, en nuestra alma, en nuestro ser. Si por el pecado la llegáramos a perder, en cada Confesión sinceramente la podemos recuperar. Y así ir caminando para alcanzar la santidad, la pureza plena que será en el Cielo”.

En este sentido, invitó a pedir a Jesús la gracia de liberarnos de la peor enfermedad, que es el pecado: “La peor enfermedad no son los problemas del cuerpo, la peor enfermedad es el pecado. En el Evangelio de este domingo, Jesús cura a un leproso, lo purifica. Y la lepra era considerada una impureza, un signo de una persona alejada de Dios. Al leproso se lo apartaba de la comunidad, quien tocaba a un leproso también. En el relato del Evangelio, cuando el leproso se acerca, Jesús lo toca y le dice, quedas purificado. No le dice, quedas curado, le dice quedas purificado. Es decir, Jesús viene a traer el perdón de los pecados, nos viene a traer esa pureza de la cual nosotros no somos capaces por nuestros propios esfuerzos de alcanzar. Pero sí como gracia cuando nuestro corazón está sinceramente arrepentido”.

“Y María, ciertamente que es nuestra gran abogada, nuestra gran intercesora, que la invocamos todos los días cuando rezamos el Ave María y en la segunda parte decimos: “Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte”. Tenemos esta certeza, de que María, poderosa abogada ante su Hijo, nuestro Señor Jesucristo, intercede por nosotros pecadores, por el perdón de nuestros pecados y para que nosotros podamos alcanzar el Cielo. Por eso, invocá con confianza a la Santísima Virgen. Ella en la tierra, frente a una necesidad, podemos decir, material, no de gran importancia, como puede ser el vino en una fiesta, intercede”.

Considerando también que la advocación de Lourdes está vinculada a la curación física, invitó a pedir con confianza. Nuestra oración debe ser «humilde y confiada, diciendo “Señor, yo quiero la curación para mi enfermedad o para mi ser querido, pero más quiero tu voluntad, más quiero lo que vos tenés pensado. Que no se haga lo que yo quiero sino lo que vos querés”, expresó el arzobispo.