-Por Esteban Guida

El 24 de marzo se conmemora en nuestro país el golpe de estado del año 1976, que instauró una dictadura cívico-militar hasta el año 1983 y marcó profundamente a los argentinos hasta el día de hoy.

La toma de consciencia de miles de argentinos que se manifiestan en este “Día de la “Memoria”, es el resultado de una lucha incansable por la defensa de los derechos humanos y un grito por el “nunca más” al terrorismo de Estado.

Sin embargo, hay algunos hechos ocurridos durante el mencionado proceso militar que siguen deliberadamente ocultos y ausentes de la memoria de los argentinos: el drástico cambio al que se sometió la economía argentina es uno de ellos. Es que las medidas económicas aplicadas por la dictadura, en connivencia con determinados sectores de la sociedad que se beneficiaron con ellas, tuvo implicancias nefastas para el país, a tal punto que sus consecuencias perduran hasta el día de hoy, condicionando fuertemente las posibilidades de desarrollo nacional y la decisión soberana sobre los recursos.

En primer lugar, la política económica ideada e implementada por José Alfredo Martínez de Hoz (Ministro de Economía en el período 1976-1981), tuvo como objetivo eliminar la influencia que tenían los trabajadores en el aparato productivo nacional. Esto se logró interviniendo las organizaciones gremiales, aboliendo los derechos laborales como se los conoce hoy y eliminando físicamente a delegados, sindicalistas y cualquier otra persona que pudiera estar asociada a la actividad gremial. El efecto de esto fue el deterioro de las condiciones laborales, la caída en la participación de los asalariados en el ingreso nacional y una pérdida de poder adquisitivo del salario que nunca más se volvió a recuperar.

A su vez, la industria nacional, principal generador de empleo e incorporación de valor agregado, fue literalmente destruida por una apertura comercial indiscriminada que en poco tiempo eliminó totalmente a muchos sectores productivos. Si bien la industria nacional no estaba a la vanguardia del mundo desarrollado, tenía un considerable nivel de capacidad instalada en diversos sectores de la producción, que resultaban una base sobre la cual se podía avanzar hacia una economía más industrializada e independiente del sector externo.

Es durante este proceso en que los argentinos hicieron del dólar estadounidense su guarida de refugio ante las erráticas y fraudulentas medidas económicas implementadas por el gobierno (de facto). Ello tuvo que ver con la instalación de la “patria financiera”, que premió y promovió con mucho éxito la conveniencia de especular financieramente, antes que invertir en producción y trabajo. Fue aquí donde el germen de la ganancia fácil y rápida hizo nido en la conciencia social que aun hoy en día premia al que tiene mucho sin preguntarse cómo lo obtuvo.

Fue entre los años 1976 y 1983 que el país multiplicó por 7 su deuda externa (llegando a los 46.500 millones de dólares) la que por cierto fue utilizada para financiar la corrupción y el terrorismo de estado, la inaudita Guerra de las Malvinas y la estatización de la deuda privada, en favor de empresarios que quedaron vinculados (en deuda) hasta el día de hoy. Desde aquel entonces, la deuda pública externa se transformó en un chaleco de fuerza que condicionó fuertemente la política económica en todos los gobiernos y la priorización del interés nacional.

Cuando se habla de que la producción está concentrada en pocas empresas que acaparan gran parte de la oferta de productos masivos; cuando se observa a grupos financieros que tienen poder para condicionar la política monetaria y cambiaria del país; cuando se escucha de empresarios que en pocos años lograron transformarse en holdings de empresas que acaparan los negocios más importantes de la Argentina; y cuando nos acostumbramos a ver a los poderosos imponer impunemente su voluntad por encima del interés de las grandes mayorías, debemos volver la mirada a aquellos años para entender cómo y por qué llegamos a esto.

De tal profundidad fueron los efectos de las reformas introducidas en aquellos años que ningún gobierno democrático pudo, haya querido o no, revertirlos totalmente en función de un país más independiente, soberano, estable y justo. Desde luego, el motivo no es sólo cuestión de observar la política económica, sino también el cambio cultural que se evidenció a partir de entonces y de la dificultad de reencontrarnos con nuestro verdadero ser nacional.

Si los argentinos no hacemos memoria también para conocer lo que pasó en materia económica, por qué pasó, y qué interés ha representado (y representa) cada uno de los actores de esta historia (muchos de los cuales se encuentran hoy día en las primeras planas), difícilmente podamos proyectarnos con éxito al país que la Argentina merece ser.

Sin memoria, el velo que cubre el encuentro con nuestra historia y nuestra propia identidad, seguirá obstruyendo las posibilidades de asir el destino común que tenemos los argentinos.

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