Todos los que viven en Rosario padecen de una u otra forma los avatares de un problema que parece fuera de control: el tránsito.

Ya sean peatones, ciclistas, automovilistas, motociclistas, o bien empleados de algunos de los servicios públicos de transporte, todos, en mayor o menor medida, son parte, y sufren al mismo tiempo, una dificultad que no para de crecer.

A los embotellamientos permanentes, tanto en el centro como en los barrios, y al atropello cotidiano que sufren los peatones para quienes, en muchas intersecciones es prácticamente imposible cruzar desde una acera a la otra, se suma el lamentable estado de las calzadas, los «corralitos» de Aguas Provinciales o de la EPE, las calles cortadas, y una serie de medidas estructurales tomadas por la Municipalidad de Rosario que, en lugar de contribuir a la mejora del tránsito, no han hecho más que entorpecerlo. Por ejemplo, podrían citarse aquí los estacionamientos de doble mano en vías de mucho tránsito, como es el caso de Salta o Richieri o las bicisendas en arterias destinadas a desagotar las principales calles céntricas, muchas de ellas ubicadas detrás de la línea de autos estacionadas, lo que aumenta el peligro de accidentes, entre otras.

No se trata de una cuestión de días, u horarios picos, como ocurría tiempo atrás. El sostenido crecimiento del parque automotor registrado en los últimos años se tradujo en una incesante crisis en el tránsito, que puso en evidencia las muchas falencias e incapacidades de la administración pública para mejorarlo, amén de una visible falta de creatividad para dar soluciones efectivas, y una deficiencia muy importante de los controles de inspectores y de las autoridades pertinentes. Ese cóctel explosivo es la ecuación cotidiana que instituye el caos del tráfico que se sufre a diario.