Tal vez la causa de la vida, es decir la naturaleza, tan lapidada por el hombre, tan manoseada, tan humillada y conculcada, sea lo suficientemente fuerte como para sobreponerse a tanto embate racional. Embate que, casi siempre, está movilizado por el insustancial oro, por ese dinero y poder que se acaban irremisiblemente con el último suspiro de la persona.

Y ese dinero, por supuesto, a veces deseado de manera exacerbada y no más que para ser amontonado, impidiendo que fluya para que sirva a los demás, implica pérdida de vida. Pérdida de momentos valiosos, de circunstancias bellas, de oportunidades que, una vez pasadas, no regresan.

Tal vez la causa de la vida, es decir la fuerza natural que todo crea milagrosamente, nos permita una primavera de verdad, una primavera “como las de antes”, en las que los pimpollos aparecían en el momento justo, los pájaros y demás animales iniciaban una entusiasta danza de procreación y vida,  y el hombre suspiraba sosegado y esperanzado, sin tanto aire contaminado, sin tanta corrupción haciéndose modo de vida, sin tanta agresión al orden natural aprovechando el avance tecnológico y científico logrado.

Hoy, el cambio climático impiden esas bellezas y el cambio de modos de vida hacen imposible a menudo la paz en el corazón del hombre.

Claro,  porque hay también un “cambio climático en el corazón del hombre” que impide la buena primavera de la vida. El enojo enquistado en muchos corazones, impiden esas manifestaciones maravillosas.  Es cierto que algunos seres humanos tienen la capacidad de abstraerse de tanta miseria (y la miseria no es una cuestión sólo de acumulación de pobreza material). Son personas que logran crear un propio jardín en su corazón, no los afecta el invierno frío, despiadado y crudo que se desenvuelve afuera; no los afecta ese clima distorsionado en el planeta y en la psiquis del hombre en general; no los afecta esa alteración emocional que surge no más poner el pie en el mundo cada mañana al salir del hogar. Son seres especiales.

Tales personas, tampoco se anulan por cuestiones del pasado. Saben que, como dijo el genial filósofo Ortega y Gasset, “la vida es una serie de colisiones con el futuro; no es una suma de lo que hemos sido, sino de lo que anhelamos ser ¡Cuánta verdad encierran estas palabras

Y esto implica comprender que para que exista una primavera en la vida, es necesario haber superado el invierno cruel; es menester no quedarse en ese invierno, sino comprometerse con la estación que viene.

¿Pero qué cosa significa en el mundo de la metáfora,  la primavera? Es el despertar a una nueva vida, una vida de nuevas oportunidades; una vida en la que, como a semejanza del pimpollo en sus primeros estadios, la persona va creciendo en armonía y vinculada a las demás cosas bellas de la creación, hasta llegar a ser flor. Interactuando con los buenos principios y con las demás personas que han comprendido que en esta vida es mejor ser flor que maleza.