“En todos los tiempos, y probablemente en todas las culturas, la sexualidad ha sido integrada a un sistema de coacción; pero sólo en la nuestra, y desde fecha relativamente reciente, ha sido repartida de manera así de rigurosa entre la Razón y la Sinrazón, y, bien pronto, por vía de consecuencia y de degradación, entre la salud y la enfermedad, entre lo normal y lo anormal”. Michel Foucault

Vivimos inmersos en un océano de contradicciones, las barreras dogmáticas suelen ser un paredón inaccesible a la hora de la tan necesaria apertura mental. La religión se ha erigido desde sus primeros días, como la jueza abstracta que vuelca el destino final siempre para el mismo lado, el del conservadurismo.

Pero ¿Cómo acabar con problemáticas de vieja data sin generar una necesaria revolución? Es difícil pensar en un vuelco de las cosas que suelen pegarse a uno como un molesto abrojo,  si es que decidimos no transformar la historia y construir nuevas colectoras.

La educación sexual es un bastión que se mantiene aún con cimientos inexpugnables. Sigue siendo tabú en muchas de las familias que prefieren que las experiencias individuales sean las consejeras, y no aquellos que deberían velar por la integridad de los más jóvenes.

Sin dudas la apertura de este fundamental debate acompañaría a alivianar a otro mucho más espinosos y controvertidos. La ecuación sigue dando los mismos resultados, es evidente que lo que falla es la técnica y aplicación.

Mucho más que un número, la ley 26.150 engloba necesidades profundas de cambio, donde se persigue mediante una real aplicación, interpelar más de una norma preestablecida. “No puedo dejar de pensarla en clave de DDHH, con perspectiva de género. Reflexionando en “Ni una menos”, en las pibas que asesinaron, en las mujeres golpeadas a diario, en la policía que no siempre toma las denuncias, en las que mueren en las prácticas de abortos clandestinos, en las personas trans perseguidas y humilladas por su condición”, de esta manera iniciaba el diálogo con Conclusión Andrea Fernández, docente, psicomotricista, y militante por los DDHH.

“Claro que la ESI no es la solución a todos los males, pero sí es una gran herramienta para poner a circular, ya. La Educación Sexual Integral no puede aletargarse. La reglamentación de la misma no puede esperar ni debe hacerlo”.

Los tabúes, religiones, encasillamientos, silencios cómplices y el no posicionamiento ante la dura realidad, hacen que esta abarcativa ley permanezca en una nebulosa; “somos todos responsables al mirar hacia otro lado, dejando de soslayar su importancia y, permitiendo la dilatación de la reglamentación de dicha ley. Entiendo que haya colectivos de diferentes religiones que no quieran su implementación, pero la escuela y las políticas educativas debieran estar por sobre estas opiniones y principios particulares”, aseguró Fernández.

“La defensa de los derechos de las pibas y los pibes va más allá de credos y prácticas religiosas. Es indispensable poner a circular la palabra, hablar del cuerpo, el género, el placer, el cuidado, los afectos. Es fundamental desarmar estereotipos y darle pelea al patriarcado, a los micromachismos naturalizados y tan vigentes en los discursos que atraviesan las prácticas educativas”.

Pero ¿Quiénes deben implementarla? ¿Los docentes son formados para semejante desafío? “La ESI no es solo, como sigue sucediendo, potestad de los profesores de biología,médicos que dan una charla o de una unidad didáctica en el año. Esta ley tiene que interpelarnos como educadores, hacernos pensar, colocando así en tensión nuestro modo de ser y hacer en las aulas y en las salas”, enfatizó la docente.

Andrea Fernández fue convocada a escribir sobre el trabajo con las familias en libro “ESI y Nivel Inicial”(Compiladora Gabriela Ramos, Homo Sapiens ediciones), resulta interesante rescatar parte de ese capitulo 7 para seguir reflexionando sobre el tema: “Soy porfiada, sigo insistiendo, la ESI necesita tener plena vigencia en cada escuela, aún así, no alcanza con una mera declaración de principios colmada de buenas intenciones que terminen en una planificación áulica, de variable duración y lavada de ideología.

Es indispensable que nos preguntemos dónde nos paramos, cómo nos posicionamos frente a cada tema, frente al patriarcado, frente a la heteronormatividad que condena y duele. La ESI no debe ser una elección particular de cada docente ni de cada escuela más allá de su signo confesional. La ESI es un DERECHO de lxspibxs y una obligación de la política educativa.

Cuando me preguntan si hay que avisarle a las familias que “vamos a trabajar educación sexual” suelo responder que a nadie se le ocurre avisar que va trabajar “superficie” o “sustantivos” en sus clase. Para ello, la reglamentación de la ESi es fundamental”.

La necesidad de una aplicación seria

Claudia Montenegro es docente de la escuela 660 “Laprida” de Biedma y Matienzo, consultada por Conclusión sobre la aplicación real de la “ESI”, sostuvo: “La ley existe, más allá de sus limitaciones que tiene al no ser solo más que preventiva”.

“En las escuelas son muy pocos los docentes que la desarrollan, y digo docentes porque queda relegada a la decisión de cada uno, no explícitamente, pero es así. El Gobierno para decir que la ley se implementa, saca ministerialmente un par de jornadas de la ESI al año. Falta formación pedagógica y teórica para poder abordarla de manera seria y con una mirada más amplia y con perspectiva de género”, concluyó.